Adolfo Sánchez Rebolledo
Voluntad política

A la familia Payán:

Recuerdo a Cristina en su casa de la calle Tabasco, con el uniforme de educadora y los Cuadernos del 5o. Regimiento en el regazo; alegre, vivaz, encantadora. Recuerdo a Cristina en los festivales del PSUM, sonriente en medio de la batahola. Fiel a sí misma y a los suyos; la recuerdo siempre junto a Carlos, trabajadora, solidaria, generosa amiga, fuerte y tierna a la vez. No te olvidaremos, Cristina. Hoy México llueve por ti. Fito.

Dos hechos registrables: En primer lugar la reunión entre el presidente Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas; luego, el esperado nombramiento de Porfirio Muñoz Ledo como coordinador del grupo parlamentario del PRD. Ambos son signos positivos en el panorama postelectoral, pues confirman la seriedad conque las fuerzas políticas, en este caso el Ejecutivo, el jefe de gobierno del DF y su propio partido, están tomando sus responsabilidades en esta fase de vida del país y de la transición democrática.

La reunión en Los Pinos es una prueba contundente de que hay, preciso es destacarlo, genuina voluntad política para ir construyendo un escenario de gobernabilidad democrática en la capital de la República. El gesto presidencial de conceder a Cárdenas la designación del jefe de la Policía y la del procurador de Justicia tienen que justipreciarse. Cabe esperar, en correspondencia, que Cárdenas elija para dichos cargos a figuras capaces de suscitar la confianza general, pues se trata de emprender la que, a todas luces, será la más peliaguda de las tareas pendientes: reducir la inseguridad pública y crear un clima de respeto por la ley.

Muñoz Ledo, desde el martes flamante coordinador de la fracción perredista, garantiza oficio, imaginación política, la visión de conjunto que se necesita, más allá de la aritmética parlamentaria, para ir construyendo los consensos, la nuevas mayorías que la reforma democrática del Estado precisa.

Estos dos hechos, de naturaleza diversa como he dicho, señalan, empero, que nos hallamos (por cuánto tiempo?) en una situación de distensión muy productiva para el país. Hará falta un esfuerzo continuo para evitar que este clima decline.

Dada la composición del Congreso y la distribución de las fuerzas políticas en la geografía y la sociedad mexicana, viviremos tiempos de intensa actividad que, sin embargo, deben encauzarse por un sendero institucional. En la perspectiva tripartidista que nos trajo el 6 de julio, la sociedad tendrá que acostumbrarse a convivir con las diferencias que dan su razón de ser a los partidos, pero también a buscar acuerdos y equilibrios entre intereses opuestos, lo cual significa ni más ni menos que aprender a negociar bajo circunstancias que son enteramente nuevas. No faltarán obstáculos ni tensiones, por supuesto.

Hay quienes piensan que una vez alcanzadas ciertas cuotas de normalidad democrática, lo demás es lo de menos. Se cree que es suficiente con dejar que funcione el libre juego del mercado político en el Congreso para que madure, sin contratiempos involucionistas, el cambio institucional que está pendiente. No soy tan optimista. Si es verdad, como se dice machaconamente, que estamos en el final de una época me parece que, junto con los acuerdos puntuales en el Congreso, es imprescindible definir, o al menos debatir, un horizonte estratégico para el siglo XXI mexicano. Sea porque nos hallamos insertos en un proceso de globalización o porque nuestras desigualdades nos obliguen a ello, México no puede evitar la reflexión sobre su presente y su destino. No podemos crear la democracia del futuro sin ideas políticas, sin un programa, sin una propuesta civilizadora. La sociedad mexicana aún requiere de un esfuerzo complementario para diseñar su porvenir.