Para Carlos y Cristina Payán, dos nombres que siempre van juntos.
``Corría el tórrido julio, incinerando los días, que como siempre eran diáfanos y agotadores. Las noches traían la paz y su nocturna zozobra.''
Boris Pilniak: El año desnudo.
El primer sueño. ``Las muchachas, de vestido verde, están lavando banderas en el río''.
--¿Cómo son sus caras?
--Todas iguales, imposibles de reconocer, como la cara del sol, que nomás nos la imaginamos.
--¿Y están en el cielo don Chío?
--Cállate. No interrumpas. De repente oyen un grito. Viene de la casa de atrás. Una señora se está naciendo un niño. Las parteras aprietan su barriga a ver qué sacan. Y salgo yo, como destapada una botella de guaro. ¿Y qué miro? Un pozo afuera de dos piernas gordas, carnositas, lindas. Meneo mis dedos por primera vez y grito con mi voz de orita, de viejo. Grito ``mamá'', porque nací sabiendo las palabras. Y me cae, mojada, la sanguaza de los niños crudos.
--¿Y ése es el cielo?
--Claro, ¿que no ves que allí sí veo?
--¿Y qué ve?
--Eso te lo cuento luego. En este sueño nomás encuentro mi cuerpo de criaturita, me toco lo que alcanzo a tocar. Cuando llega a la chiche mi boca, despierto.
La última corrida
Esa extraña, y en cierto modo falsa sensación de libertad que dan las postergaciones inesperadas, arrojó a Jacinto a perderse deliberadamente en su regreso a la terminal. Sólo consiguió boleto para después de medianoche. Tenía tiempo para pasear. No acostumbraba quedar en parte alguna de la ciudad, como viene se va, directo, y no porque le faltaran conocidos. Todos tienen un pariente en México.
Esta vez lo trajo el ``seguimiento'' del viacrucis hereditario en la Reforma Agraria, que a su padre le tocó como Departamento, y a su abuelo y su tío Damián como quién sabe qué. Dirección de Asuntos Agrarios, Colonización y Artículo 27. Promesas del siglo.
No porque esperara nada; lo hacía por molestar, por no dejar. Era una especie de costumbre que habían agarrado los de su pueblo: no desperdiciar la oportunidad de recordarle a los del gobierno lo que les debían.
La noche del DF, aquella en particular, era extraña y luminosa. Se sentía que las gentes creían que ``las cosas'' iban a cambiar. Vio hasta el cansancio propaganda política, vio ropa y letreros que anunciaban ropa y bebida, vio periódicos tirados, señales de tránsito y accidentes de lo mismo, vio a un hombre partido a la mitad sobre un carrito, agitando un bote de atún con monedas. Vio una niña subida en un cofre de carro limpiándole los vidrios, a un chavito deveras plebe echando maromas en el pavimento en un crucero y se vio a sí mismo salpicado de un charco en el pecho y la cara por una pesera o colectivo irreverente, y vio una luz sucia, ictérica, y vio que todo alrededor se le caía encima, pero no. A través del humo, bajo un comal en brasas, vio a un perro convulsionar como epiléptico, y vio hombres hechos de mujer puteando en las avenidas con hombres de todas las clases. Pensaba en el cambio. ¿Qué es el cambio para los de la ciudad, que siempre cambia?
¿Cómo cambiarían esa vida de por sí tan inexplicable que tenían, parece que sin darse cuenta?
Vio una pelotera y un atropellado en la glorieta hundida, y vio sobre el asfalto mojado un reflejo de luces rojas, y a esas horas tanto mirón, hasta turistas gringos, y vio a Raymundo Mendoza en el momento y acto de sacarle del pantalón la cartera a un policía uniformado que rodeaba el percance. Así nomás, con una sangre fría que maravilló a Jacinto. Raymundo vio al indio verlo, le guiñó un ojo y más al rato lo alcanzó en la bajada al Metro. Caminaban aprisa. No saludó a Jacinto ni se presentó. Empezó por la explicación:
--Tenía que vengarme. Por La Viga y por distraído me aporrearon y me dejaron sin agujetas, mira. Pero salió pobre el policía, poca feria.
En un basurero tiró la cartera, ya vacía. Que adónde iba. Que a la TAPO dijo Jacinto. Que de allí a la sierra. Ah, dijo Raymundo, que no iba a ninguna parte. Arrimó sus pasos, dijo te acompaño, tal cual, hasta San Lázaro.
(Aunque no parezca, tienen la misma edad. Raymundo desempleado y medio en estudios, es un chavo de 19 que se viste, habla y comporta como tal, y tiene fama de inocente entre quienes no lo conocen bien, que son casi todos los que lo conocen. Jacinto es un hombre de 19 años, padre de dos niños, asistente del comisariado ejidal de Zacualpa y con fama de responsable y buen carpintero entre quienes lo conocen, que son casi todos.)
Con el dinero del policía (``es una recuperación'', se justificó), Raymundo compró pasaje en la última corrida, aceptando la invitación de Jacinto a conocer su pueblo, aunque nomás fuera a comer tortilla y frijol, pura comida de indio. Raymundo no estaba en condiciones de poner condiciones.
(La semana entrante: un retén, ¿qué país es éste? De Carmela, nada todavía.)