Alberto Aziz Nassif
Hacia el año 2000

Hay una suerte de aceleración incontenible de la vida política. Todavía no termina formalmente el proceso electoral de 1997 y los actores políticos ya están haciendo cálculos para el año 2000. En una entrevista al Chicago Tribune, el presidente Zedillo señaló el punto clave de la próxima sucesión presidencial: ``No puedo decirle que automáticamente quien sea el candidato del PRI va a ser el próximo presidente de México, debido a que ahora hemos llegado a un verdadero sistema democrático'' (La Jornada, 21/VII/97). Después del 6 de julio hubo dos versiones, la de los ganadores que celebraron la victoria y el inicio de un sistema democrático; y la de los perdedores, que inmediatamente sacaron en conclusión que si el PRI no lograba reformarse, perdería el poder, y sería arrollado por el cambio, en palabras del Presidente. Hay que analizar las dos expresiones.

Existen muchos factores que explican el triunfo de la oposición, pero básicamente se trata de la paulatina transformación de un sistema electoral que ha llegado a niveles de alta competitividad en la mayor parte del país; de un sistema de tres grandes fuerzas que empieza a consolidarse; y de mejores reglas del juego para competir. Estas tres piezas lograron al fin que el paradigma electoral se ubicara de forma legítima en el centro de las disputas por el poder.

Creo que en la otra parte se ha empezado a construir una versión que tiene problemas de interpretación. Ubicar la reforma del PRI como una condición para que no pierda el poder puede ser una buena bandera interna, por ejemplo para que los priístas cambien sus métodos de selección de candidatos, pero no toca las razones de fondo. El razonamiento es diferente: la pérdida de votos del PRI se debe básicamente a razones externas, y tienen que ver con el avance político de una sociedad más informada, urbanizada, con más altos índices educativos. Eso explica porqué hoy la oposición gobierna los territorios más modernos, urbanos, ricos y educados del país. El problema de fondo es mucho más complejo: además de que en un sistema tripartito de alta competencia se terminan las mayorías absolutas --como vimos el 6 de julio--, hay dos nudos altamente conflictivos para el PRI. Por una parte, cómo lograr independencia y autonomía del gobierno, porque ahora tiene que pagar los costos de un partido gobernante, que antes no pagaba porque estaba protegido por la no competencia y por ser una extensión electoral del mismo aparato gubernamental; y por la otra, cómo enfrentar su crisis de identidad y de proyecto. Hoy el PRI está pagando las imposiciones de la política económica que han castigado a la sociedad en los últimos años; pero, al mismo tiempo, sabe que no hay un regreso a las viejas políticas del nacionalismo revolucionario.

También se dice que el PRI no ha combatido de forma eficaz a la corrupción sino que, al contrario, ha sido un factor que la ha incrementado. En los países democráticos la corrupción existe, pero la misma competencia, la alternancia y la división de poderes, generan mecanismos para combatirla, por eso pueden existir bajos niveles de impunidad, que ha sido el gran problema de un sistema político cerrado, de partido hegemónico, como fue México. Hoy sin una mayoría absoluta en la Cámara baja, es muy posible que las oportunidades estructurales y las inercias que generan corrupción e impunidad sean limitadas de forma importante.

Además, hay un supuesto que hemos sostenido desde hace tiempo: el PRI no puede cambiar si conserva el poder, porque la inercia de mantenerlo lo ha llevado históricamente a restauraciones repetidas. Nada menos hoy, con todo y las evidencias, hay muchos priístas que no dejan de hacer cuentas alegres del 6 de julio, y afirman que siguen siendo la primera fuerza política del país y que en el 2000 se volverán a recuperar. La forma de lograr una reforma priísta es a partir de la pérdida del poder a nivel nacional. Hay países que ilustran esta situación en Europa central, en donde los viejos partidos comunistas han podido regresar al poder por la vía de las urnas, después de haber perdido el poder y de haberse convertido en partidos medianamente democráticos. Ese puede ser el futuro del PRI.

Sería difícil, aunque no imposible, que el Partido Revolucionario Institucional lograra restaurarse para el año 2000 y que rompiera el ciclo de caída que lleva; sería, sin duda, un caso único en el mundo. El presidente Zedillo tiene mucha razón, el PRI puede perder en el año 2000; sólo le faltó agregar que esa será una decisión de la ciudadanía y no la consecuencia de una reforma del aparato de poder.