La Jornada miércoles 23 de julio de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

En demanda de atención médica de urgencia por un fuerte dolor abdominal, Gloria Segura Torres, de 52 años de edad, permaneció el 1o. de diciembre de 1996 durante ocho horas y media en una camilla mal acomodada en los concurridos pasillos del hospital general de zona del Seguro Social de Matamoros, Tamaulipas, hasta que falleció.

Los médicos le dijeron al esposo de la ahora difunta, Armando Andrade Hernández, que ``de momento no había camas ni cuartos... además que les hacían falta los análisis químicos''. Mientras tanto, ``en ese lapso de tiempo únicamente le proporcionaron un bote de suero'', según la denuncia de hechos presentada por el viudo el 17 de febrero del presente año, que dio pie a la averiguación previa 92/97.

El caso de la señora Segura Torres no habría trascendido si no se hubiera involucrado en él al doctor José Luis Cantú Sierra, un médico con largos años de servicio en el Seguro Social, que desde octubre de 1996 había estado denunciando las fallas y carencias en la atención a los derechohabientes y que, según las autoridades médicas, sería el presunto responsable de la muerte relatada.

Cantú Sierra considera que la pretensión de culparlo fue una maniobra para rescindirle su contrato laboral y para deslegitimar sus denuncias, por lo cual ha desplegado una peculiar resistencia mediante una ``hiponutrición voluntaria'' durante 122 días, y un ``ayuno total'', con apoyo exclusivo de suero, desde el 17 de junio pasado. Un tiempo estuvo instalado en una casa de campaña en el palacio de gobierno de Ciudad Victoria, y actualmente está afuera de la delegación estatal del IMSS.

Durante sus meses de resistencia, el doctor Cantú Sierra ha enviado cartas a cuanta instancia oficial ha podido, pero sin resultados favorables.

El médico, nacido en Matamoros, asegura que en Tamaulipas hay ``una ruina moral y administrativa'' en la delegación del IMSS y afirma que se vive ``un genocidio'' causado por la falta de material quirúrgico, medicamentos, instalaciones adecuadas y organización laboral para atender a los derechohabientes.

Respecto al caso de la señora Segura Torres, el médico Cantú Sierra resalta en su descargo el hecho de que la paciente llegó a una clínica del IMSS a la una de la mañana, y fue trasladada al hospital general de zona a las 5 horas, ``sin examen de laboratorio y de gabinete, sólo con un diagnóstico presuntivo'', y que él comenzaba su jornada laboral a las 6:45, además que de inmediato debía realizar una operación programada, que duró cuatro horas, a la derechohabiente Alba Ibarra López.

El ahora inculpado narra la situación en la que encontró aquel 1o. de diciembre a la señora Segura Torres: ``Se encontraba en una camilla de traslado inadecuada para hospitalizar pacientes, pues éstas tienen sólo 30 centímetros de altura y son angostas e incómodas para permanencias prolongadas. La paciente se encontraba orillada en un pasillo, canalizada en vena con un suero que colgaba peligrosamente de un tornillo en la pared, en donde con un letrero hecho a mano se le asignó un número... y a la vista de mucha gente''.

Luego de solicitar que la instalaran en una cama y un cuarto, Cantú Sierra elaboró una nota manuscrita: ``La paciente se encuentra sin posibilidades de que la pueda atender por ser inadecuada la forma en que está encamada, en una camilla en pasillo del hospital; en cuanto se proporcionen las condiciones la examinaré y atenderé médicamente. Comenté el caso con el subdirector''.

Cuando regresó de la operación programada, la paciente estaba en paro cardio-respiratorio del cual moriría.

Minutos después, llegaron los resultados de los análisis que se le habían hecho pero que ya no servirían para nada.

Quienes quiera que sean los responsables, lo único seguro es que la señora Segura Torres estuvo ocho horas y media en un pasillo del hospital de Matamoros, abandonada en una camilla de traslado, hasta que murió.

El doctor Cantú Sierra, por su parte, está en huelga de hambre y ha rechazado incluso el amparo que un abogado amigo le tramitó ante la orden de aprehensión que las autoridades tamaulipecas habrían girado para sujetarlo a proceso por la muerte de la señora Segura Torres.

Desde la semana anterior se solicitó telefónicamente al delegado del Instituto Mexicano del Seguro Social en el estado de Tamaulipas, Jesús Ríos Martínez, la aportación de su punto de vista sobre el tema para incluirlo en esta relatoría, pero no le fue posible por estar ``en una gira de trabajo''.

Otro caso de Orizaba

De entre los diversos expedientes hechos llegar a Astillero, destaca el del periodista veracruzano Jesús Ramírez Lobato, cuya madre Soledad Lobato Vázquez falleció en Orizaba el 14 de junio del presente año, luego de que un médico del IMSS le suspendió un tratamiento y que, debido a la descompensación que eso le provocó, vivió el vía crucis de la desatención institucional y dos increíbles viajes a Jalapa para estudios especiales.

La señora Lobato Vázquez, por instrucciones del endocrinólogo Mario Francisco Torres Rivera, suspendió el 30 de abril el tratamiento antitiroideo de Tapazol que durante años había mantenido, a pesar de que la paciente de 79 años y sus familiares temían un agravamiento por tal decisión médica.

Tal cual lo preveían empeoró la salud de la señora y los médicos, ante la falta de medicamentos adecuados, le recomendaron al hijo que ``la bañáramos con agua fría para calmarle los nervios, o hiciéramos experimentos administrándole pequeñas dósis de Tapazol para ver si se trataba de una descompensación''.

Internada el 21 de mayo, la señora se fue agravando. El 27, el médico Torres Rivera les pidió a los familiares que compraran un nebulizador para la paciente, pues el IMSS no tenía tal material. El 5 de junio, por la noche, al hijo le entregaron ``cuatro pequeñas latas de concentrados alimenticios para que durante el viaje a Jalapa alimentara a mi madre por sonda y me dieron diez pesos como viáticos''.

El 6 de junio fue el primer viaje, a bordo de ``una camioneta habilitada como ambulancia, con el suero y las sondas depositadas sobre mi madre''. A un lado iba un campesino en camilla, sedado. Los camilleros y el chofer explicaron que para ahorrar, se trasladaban dos pacientes en un viaje. En lugar de ir por la autopista se utilizó la carretera de Totutla, ``llena de hoyos que hacían caer el suero'', pues, dijo el chofer, había orden de ahorrar kilometraje. ``Y lo bueno es que no vamos a Veracruz, que es un horno, sino a Jalapa'' comentaron cuando se observó que no había aire acondicionado.

Ya de regreso en Orizaba, los resultados de la visita a Jalapa no fueron analizados ni sábado ni domingo, sino hasta el lunes 9, cuando el especialista Torres Rivera volvió a laborar. Un nuevo viaje a la ciudad capital del estado. Otros diez pesos de viáticos.

El miércoles 11, a las 7 horas, comenzó el paseo fatal para la señora Lobato Vázquez. Primero, pasar a Moyoapam, municipio de Ixtaczoquitlán, a recoger a otro paciente que tenía cita hasta las 15 horas en Veracruz y se negaba a subir a la ambulancia tan temprano. Por fin se decidió a viajar luego de empacar algunas cosas e ir por algunas calles del poblado a comprar otras. Con el sol pegándole directamente en el cuerpo, deshidratándose, la anciana hizo el viaje Orizaba-Veracruz-Jalapa-Veracruz-Orizaba.

Reinstalada en Orizaba, la señora fue mal atendida, según el relato de Jesús Ramírez Lobato. El fin de semana, cuando los especialistas descansan, ``deshidratada por un traslado infame'' y con un tratamiento médico presumiblemente equivocado, la paciente falleció.