La Jornada miércoles 23 de julio de 1997

Enrique Krauze
Cosío Villegas, 99 años

Daniel Cosío Villegas representaba un tipo de intelectual muy distinto y poco común en nuestro país, un extraño liberal británico nacido por casualidad en la calle de Isabel la Católica. Los intelectuales de su generación --llamada de ``1915'' o ``los Siete Sabios''-- fueron, como se sabe, grandes creadores de instituciones. Esa había sido su vocación desde 1921: ``hacer algo por México... moverse tras una obra de beneficio colectivo''. A su juicio, el intelectual debía reconocer los límites de su poder. Dentro de ellos podía hacer maravillas, más allá lo esperaba el abismo: ``el deber del intelectual, decía, no es gobernar, es criticar''.

La obra de Daniel Cosío Villegas adquirió una dimensión profética mucho antes de que este país y este siglo entendieran el error histórico de confiar los destinos humanos a la autoridad sin límites ni diques. Cosío dejó un testimonio anticipatorio, doblemente rico: por un lado, recogió y vinculó la mejor tradición del liberalismo occidental y el mexicano; por el otro, proyectó esta tradición a su circunstancia presente y futura.

Porque nadie nadie es profeta en su tierra, Cosío Villegas nunca sintió que sus ideas calaran en la sociedad o influyeran en el gobierno. Es una lástima que así haya sido, porque al ignorarlas, ambos, gobierno y sociedad, perdieron un tiempo precioso. Es una lástima que Cosío Villegas no haya vivido para ver a la realidad vindicar sus ideas.

Asistimos ahora a una inversión de los términos, a un cambio profundo en el concepto de autoridad. Como todo liberal verdadero, lo caracterizaba una sensibilidad peculiar para advertir los excesos de los gobernantes; por eso, su frase favorita era la célebre de Lord Acton: ``El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente''.

Su estilo personal, áspero y directo, chocaba con las formas zalameras y tortuosas de la política mexicana. Ajeno al triunfante dogmatismo de su entorno, educado en la tradición sajona, Cosío creía en la verdad objetiva y propendía a transformar en preguntas las respuestas. Su insistencia en la ponderación racional y crítica de los problemas impacientaba a los políticos.

Algún sociólogo de la literatura ha dicho que el purgatorio de los escritores dura 20 años. Al cabo de ese periodo, los verdaderamente valiosos renacen con nuevos bríos. No es de extrañar, entonces, que las obras de Cosío Villegas vuelvan a circular --editadas por Clío-- invitando a todos los actores de nuestra inexperta democracia a aprender en ellas el ABC del espíritu liberal y de los liberales de la Reforma a quienes Cosío describió como ``fiera, altanera, soberbia, insensata, irracionalmente independientes''.