Han pasado apenas tres semanas desde el 6 de julio del 97, con su inaugurada etapa de maduración ciudadana, cuando la posterior luna de miel entre los oficiantes toca su fin. La euforia por haber sido capaces de llevar a término elecciones confiables queda impregnada de recuerdos que transitan entre ansiedades y beneplácitos compartidos. Poco a poco se desvanecen en el recuerdo las imágenes de locutores leyendo los avances del recuento de votos, las encuestas de salida en proyecciones virtuales, algunos candidatos reconociendo sus derrotas ante triunfadores generosos y modestos para, por último, vagamente retraer el esfuerzo presidencial para felicitar al electorado y rescatar para sí los méritos de la reforma política que fue el origen de todo bien.
La búsqueda de respuestas a los errores cometidos o el esclarecimiento del mandato de las urnas se inició casi de inmediato. Unos, como el PRD, tratando de resguardarse contra el triunfalismo y dándole concertada salida a su lucha interna por el liderazgo de su fracción en la Cámara; otros, como el PAN, retobando, orgullosos de sus victorias regionales pero también sumergidos en disculpas ante los fracasos y depositando el bagaje de sus propias culpas en los medios y los votantes incautos que no comprendieron la grandeza de sus postulados y la capacidad de su candidato en el DF (Castillo); el PRI, peleando por un poco de consuelo y tiempo, antes de ser capaz de abrirse las entrañas en la pospuesta aunque necesaria expiación por el extravío, los equívocos y errores cometidos.
Los tironeos y presiones por los lugares, los privilegios y el mando en disputa no se han hecho esperar. Ante los avances anunciados por una primeriza coalición de victoriosos (PAN y PRD), que pretende introducir algunos de los cambios ineludibles (IVA, partidas secretas, asignaciones a estados), los grupos de presión respingan mostrando sus armas y pretensiones. La misma CTM se anticipa, olvidándose por completo de los obreros para salir en tonta y sumisa defensa del IVA al 15 por ciento en aras de un supuesto bienestar de la Nación. Rodríguez Alcaine pone de excusa a la economía y su estabilidad, pero lo cierto es que anda urgido de apoyos varios para afianzarse en el mando de esa central, ante el acoso de personajes mejor dotados como Millán o Mosqueda desde el interior, o de Hernández Juárez por el costado del sindicalismo. Algunos de los personeros de los empresarios (Del Valle y Claudio X) se habían anticipado exigiéndole a Cárdenas y al PRD definiciones adicionales tanto a las promesas de campaña como a su programa económico. Dejaron, de pasada y al calce, algunas amenazas como anticipo de una larga y costosa negociación para los izquierdosos.
Siguiendo las huellas de sus antecesores, otros conspicuos integrantes del empresariado comprometido con el poder y el PRI se lanzan para apuntalar la inconveniencia de tocar, aunque sea con el pétalo de una declaración beligerante, el tinglado de la política financiera que tanto les ha redituado aun en la catástrofe del 95. Pero los más afectados por la insurgencia legislativa en ciernes parecen encontrarse entre las filas de la tecnoburocracia, sobre todo la hacendaria. Coartados por la ceguera de sus filias neoliberales, arropados en las recetas macroeconómicas bien interiorizadas y con los suficientes arrestos para defender a sus patrones del mundo financiero de dentro y fuera de México, los jóvenes funcionarios de Hacienda (Werner, Valenzuela y T. Ruiz) lanzaron sus espadazos contra los molinos de la oposición irresponsable y torpe, según su furibunda apreciación. Reducir el IVA les costará, de acuerdo con sus irreductibles cálculos, 25 mil millones de pesos a los contribuyentes actuales o a los futuros si se suscriben con deuda pública. ¿De dónde saldrán los recursos que paliarán la baja de ingresos del gobierno?, formulan como un reto superior a toda inteligencia y conocimiento de los recién electos diputados. Nada hay, en sus expresiones, que haga referencia al mandato de los electores, a la voluntad ciudadana expresada en las urnas, a los programas y promesas partidarias que los votos respaldan. G. Ortiz, su jefe, más respetuoso de los tiempos y las dignidades y más avezado también en tales lides, da la señal de inflexión: hay que negociar y adaptarse.
Quizá el signo que mejor resuma la terminación de la fase meliflua de la elección pasada es el que describe la bifurcación que la actitud presidencial experimenta. Por un lado sigue con la postura que tantos elogios le ha traído, al reconocer los triunfos de la oposición y poner énfasis en las actitudes y los mecanismos democráticos de los mexicanos. Pero por el otro, se enfila por los rituales de siempre: su inapelable mando sobre el vapuleado PRI. Varios actos concretos así lo apuntalan. Es la sola voluntad presidencial lo que mantiene a Roque V. al frente del CEN del PRI; fue su señalamiento el que designó a Nuñez como líder de la bancada priísta en la Cámara y todos ellos esperan, con la resignación de siempre, sus definitorias palabras para el Senado y el PRI del DF. Los negocios llevados a la antigua usanza. No se aprendió la lección de la derrota.