La Jornada 24 de julio de 1997

INQUIETUD FINANCIERA EN EL MUNDO

La semana pasada ocurrieron movimientos devaluatorios de diversa magnitud en varias naciones del sureste asiático. Ello generó efectos negativos en las bolsas de valores de Estados Unidos, Europa y América Latina, el más grave de ellos en la de Brasil, que cayó en las jornadas del jueves y del viernes 7.2 y 4.6 por ciento, respectivamente. Estos indicios de inestabilidad en los mercados financieros y monetarios mundiales han obligado a moderar el optimismo de quienes apuestan a la vertiginosa y masiva especulación planetaria como factor de estabilidad y expansión sin límites de las economías.

Desde los primeros años de esta década los mercados de capitales, y en primer lugar los llamados mercados emergentes -entre los cuales se encuentran las bolsas de varios países latinoamericanos, México incluido-- han experimentado un crecimiento y un dinamismo tales que los han colocado como referentes fundamentales y hasta como protagonistas del desarrollo.

Esta caracterización --muchas veces engañosa si se le coteja con otros indicadores como niveles de vida y crecimiento de los mercados internos-- introduce inevitables factores de volatilidad e inestabilidad en los países en cuestión, en la medida en que expone muchas de sus variables a la acción de los intereses especulatorios internacionales. Un caso claro es el de los mercados monetarios, en los cuales los inversionistas extranjeros apuestan a las fluctuaciones cambiarias bruscas para obtener grandes márgenes de ganancia en muy cortos plazos. Esta actividad impulsó las caídas de las bolsas sudamericanas, como lo señaló ayer Eric Toussant, presidente del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo. No debe olvidarse que el año antepasado, con la llamada ``corrida contra el peso'' iniciada en los despachos de Ap-Dow Jones, nuestro país sufrió, en carne propia, los embates de tales intereses.

Es indignante el hecho de que las perspectivas de crecimiento económico de muchos de los mercados emergentes --y, con ellas, el nivel de vida, alimentación, salud, educación y bienestar de sus poblaciones-- estén en buena medida sujetas a los cálculos y conveniencias de los especuladores mundiales, pero no por ello pueden, las naciones señaladas, situarse al margen de la lógica y las reglas del mercado globalizado. Lo que puede y debe hacerse, en cambio, es tener en cuenta que un descarrilamiento financiero mundial, aunque no parece inminente, es un escenario posible. Y aunque ningún país podría permanecer al margen de sus efectos, resulta necesario tomar las medidas que permitan, eventualmente, minimizarlos.

En esta perspectiva, un dato especialmente preocupante de la economía nacional es el elevado déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, que según Banamex será, al finalizar el presente año, de 6 mil 120 millones de dólares, mil 800 millones más que lo previsto por las autoridades. Abatir este déficit resulta de capital importancia para enfrentar en mejores condiciones los riesgos provenientes del exterior.

Finalmente, es claro que México debe redoblar el paso hacia la recuperación económica, la reactivación de su mercado interno --el cual es un factor de solidez ante las incertidumbres del exterior--, la normalización democrática --que despejará los factores de inestabilidad política y sus impactos financieros-- y, como lo ha propuesto reiteradamente el presidente Ernesto Zedillo, el fortalecimiento del ahorro interno, para que sea prioritariamente sobre esta base y no sobre la de la inversión extranjera, que se propicie el crecimiento.