Bien ha dicho recientemente Rudiger Dornbusch que el manejo de la política cambiaria en la gran mayoría de los países latinoamericanos ha sido sistemáticamente erróneo y, en consecuencia, muchas veces ha generado catástrofes macroeconómicas.
Sin ir más lejos, en México en los últimos veinte años hemos tenido cuatro crisis de balanza de pagos que han finalizado en macrodevaluaciones que a su vez han generado enormes costos económicos, sociales y políticos.
Evidentemente que los grandes especuladores son los únicos que se benefician de las fuertes correcciones cambiarias. El 99 por ciento restante de la población paga esas facturas con creces y generalmente por muchos años en términos de su bienestar. Consecuentemente, si se quiere evitar que se beneficie ilegítimamente menos de uno por ciento de la población y al menos no empeore por esa vía el restante 99 por ciento, debe actuarse con toda fuerza y oportunidad contra las dinámicas especulativas predevaluatorias. Ello no se logra defendiendo como cuadrúpedos la paridad nominal, sino con decisión política fundamentada en la claridad técnica. En ese sentido, hay que subrayar que si bien la decisión última de cambiar la paridad externa es obviamente política, el tiempo y la magnitud deben derivarse de una visión analítica y técnica. Los problemas comienzan cuando las autoridades no respetan esos espacios diferentes y comienzan a mezclarlos con fines electorales o de apoyo político a sus gestiones.
Es evidente que la devaluación cambiaria es una medida antipopular que ningún gobierno quiere tomar, debido a que en el corto plazo invariablemente le genera costos políticos importantes. En nuestro país no ha dejado de manejarse la tristemente célebre frase que indica que presidente que devalúa se devalúa.
Sin embargo, en la medida que tengamos una inflación muy superior a la de Estados Unidos, además de una frontera extremadamente larga, es totalmente improbable seguir creyendo que por largos periodos podremos mantener una paridad cambiaria nominal fija. A la larga es más caro esto último, por lo que debemos comenzar a aceptar abiertamente la naturaleza estructural del problema y, por tanto, quitarle la connotación política y de nacionalismo. No hay de otra, si la autoridades quieren hacernos pensar equivocadamente que tenemos una moneda fuerte (que se revalúa frente al dólar por el ingreso de capitales), nuevamente se precipitará otro colapso externo.
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