Luis González Souza
Los usos de la democracia

¿Para qué sirve la democracia? Ofende a los expertos, pero esta pregunta está o estará pronto en la mente de muchos ciudadanos después del impactante episodio electoral del pasado 6 de julio. ¿Qué sigue, qué debemos esperar después de estas elecciones históricas?

Las respuestas pueden asociarse con las diferencias entre un impostor, un decorador, un albañil y un ingeniero. En el primer caso (el más lamentable), la democracia digamos hiptonizadora, sirve para engañar o distraer a efecto de facilitar una amplia gama de fechorías: desde una economía inhumana y una política represiva, hasta la entrega de un infierno disfrazado de condominio. Poco menos mal, en el caso del decorador, la democracia no es más que un adorno: una democracia ornamental, a lo sumo útil para encubrir una casa en ruinas y enseguida concitar el aplauso y hasta el apoyo (préstamos, inversiones) de los vecinos (otros países).

Algo mejor es el caso del albañil que, sin embargo, sólo está capacitado para armar una democracia mecánica: circunscrita a las reglas y las técnicas para la elección de autoridades y, cuando mucho, para la toma de decisiones. El resultado final, que no es de su incumbencia, puede ser una casa de plano inhabitable. Aun así, ésta suele ser la opción predilecta de quienes gustan subrayar que la democracia no es la panacea, ni siquiera una garantía de solución a los principales problemas, casi es lo mismo, pues, que la democracia ornamental.

Finalmente, la mejor opción es la del Ingeniero, así con mayúscula, para destacar su humanismo. Este aunado a sus habilidades para planear y hacerse cargo de su obra, es lo que puede producir una Democracia también con mayúscula. Es decir, una democracia-síntesis porque es capaz de atender a un tiempo formas y contenidos, reglas y resultados, métodos y fines, decisiones y correctivos, elecciones y remociones, atribuciones y rendición de cuentas, participación directa e indirecta pero cotidiana. En fin, una democracia que también concilie ética y política al reemplazar la búsqueda del poder por el poder mismo, con la búsqueda de un poder con misión y destino: el bienestar de la sociedad, la solución de los problemas al menos mayores, la construcción de una casa (nación, mundo) dignamente habitable. De otro modo, la democracia pierde su sentido original, etimológico: ``poder del pueblo''... obviamente, para su beneficio real y tangible, material y espiritual.

¿Cuál democracia se apresta a construir el México posterior a las elecciones de 1997? Acaso por la incertidumbre propia de toda transición, todos los días asoman, ora aquí ora allá, todos los tipos antes apuntados. Para ser exactos, sin embargo, aún tienden a predominar los menos agraciados. De hecho, hoy por hoy, el régimen más bien deambula entre la democracia ornamental y la democracia hiptonizadora. Inclusive la democracia mecánica desciende cada vez que se descubren nuevas descomposturas en la pasada contienda electoral (Chiapas, Campeche, Tabasco, Colima y un etcétera que esperamos no muy largo).

¿Puede encontrar sentido a la democracia un electorado que constantemente escucha la negativa del gobierno a modificar una política económica que, desde 1982 a la fecha, ha provocado marginación y malestar, ahora al punto de las insurrecciones? ¿De qué tamaño es el riesgo de que la borrachera electoral sea aprovechada para olvidar, congelar o, peor aún, aplastar conflictos como el de Chiapas? En fin, ¿qué tan habitable sería una casa impecablemente construida, conforme a todas las reglas de la arquitectura, pero con un piso incendiado por la represión de conflictos desatendidos? A propósito de la creciente militarización del país, ¿es concebible una democracia militarista?

Pese a su atraso socioeconómico, México cuenta con una riqueza cultural que le permite aspirar a la mejor de las democracias. Y ésta ciertamente sirve para dar solución a los principales problemas de la sociedad. Porque, más allá de la soberbia tecnocrática, millones de cabezas pueden gestar una inteligencia mayor que la de un puñado de sabios.

Más aún, la verdadera democracia también sirve para darle sentido a la vida. Más allá del materialismo vulgar, participar en el moldeo de la sociedad es un valor en sí mismo, que no tiene precio. Es la fuente misma de la dignidad. Y democracia, antes que nada, es participación.