A Carlos Payán, en memoria de su compañera Cristina
El pasado 23 de julio se escribió un nuevo capítulo en algo que es preocupante y que no debemos permitir como sociedad: las agresiones contra periodistas. En efecto, un grupo de uniformados arremetió contra varios informadores durante la celebración de un acto convocado por los deudores de la banca.
En los últimos meses pareciera que ya va siendo costumbre que en alguna parte del país se agreda a los periodistas. Mala costumbre en una nación que se declara respetuoso de las leyes y de la libertad de prensa. Más preocupante aún es el hecho de que muchas de esas agresiones ocurran a manos de representantes de las fuerzas públicas. Muchas veces, esas mismas autoridades se excusan diciendo que los periodistas se extralimitaron.
Los periodistas son una especie molesta. Pareciera que su trabajo es dedicarse a perseguir a las mujeres y hombres que nos dedicamos a la actividad pública. Recordarnos lo que no se quiere recordar, preguntar lo que no se quiere responder, publicar lo que no se quiere hacer público, interpretar de una forma lo que se quiere que se interprete de otra, meter sus narices hasta donde se pueda y llamar la atención sobre las cosas que se quieren mantener discretas. Como dice el dicho: donde menos se espera, salta el periodista.
Bienvenida esa actitud de los periodistas. Eso es lo que los ciudadanos esperamos de ellos y todavía queremos mucho más.
Durante años y aun hoy, esa profesión se ha debatido entre salarios de hambre, censuras más o menos evidentes, amenazas veladas y abiertas y, desde luego, el chayotazo que creció entre la profesión como un cáncer. Lo extraño es que en un ambiente tan adverso, la profesión sobrevivió. La prensa de hoy poco o nada tiene qué ver con aquélla de 1968 que calló, con sus reconocidas excepciones, la masacre. Poco o nada tiene qué ver con aquélla de los años 70 que calló la virtual guerra sucia contra la guerrilla y las violaciones a los derechos humanos y civiles.
Sobrevivió la profesión gracias a los esfuerzos de muchos periodistas que pagaron incluso con su vida el derecho y la obligación que tienen con la sociedad. El periodista está encargado por la ciudadanía de ser sus ojos y sus oídos.
No se pide del periodista neutralidad imposible, sólo imparcialidad informativa y argumentación formativa, de ahí en fuera todo se vale. ¿Hay periodistas que medran con su actividad? Desde luego que sí, como los hay en todas las actividades humanas, pero no se puede limitar a todos por lo que hacen unos cuantos.
Algunas voces llaman a delimitar su responsabilidad, los acusan de desestabilizadores y de exagerados, como si ellos hubieran inventado las crisis, la inseguridad pública, la corrupción y otros problemas. El autoritarismo de cualquier color se siente incómodo con una prensa que le recuerda sus errores. Los periodistas no existen para dar reconocimientos de buena conducta, están para señalar a aquéllos que se desviaron de sus responsabilidades por confusión, equivocación o intereses.
La democracia no se entiende sin periodistas críticos y sin libertad de prensa.
Si en el caso de una agresión contra un ciudadano es deber de la autoridad investigar y castigar al culpable, una agresión contra un periodista es doblemente grave. No sólo se atenta contra la persona, sino contra todos nosotros, contra nuestro derechos a contar con los frutos de su trabajo.
En ese sentido, es urgente cerrar el paso a dichas agresiones y otorgar a los periodistas las garantías que su oficio requiere.