Guillermo Almeyra
A Dios rogando (poco) y con el mazo dando (mucho)

Una de las características de la mundialización es que ella acaba, hasta en Japón, con la vieja esperanza del trabajo estable, para toda la vida y en el mismo oficio. Quien tiene suerte ahora deberá reciclarse continuamente, pasando de un oficio y de un ramo al otro, subiendo y bajando en la escala de los salarios y de las jerarquías, aceptando el trabajo que se le ofrezca, por transitorio que sea.

No sólo las ramas industriales y las empresas desaparecerán --barridas por el cambio tecnológico o, lisa y llanamente, por la emigración de los capitales donde existan mejores oportunidades y mayores ganancias--, sino que también los trabajadores deberán sufrir las consecuencias del desclasamiento de sus capacidades técnicas, aparecerán como fuerza de trabajo en estado puro, maleable según las necesidades del patrón momentáneo y deberán actuar en otro espacio, pues la migración será una de las características esenciales en un mercado de trabajo con escasa oferta y con tremendas revoluciones técnicas. Por eso es fundamental inventarse el trabajo, sin esperar que alguien lo conceda.

En Francia, por ejemplo, el grupo A.C. (que se lee como assez, o sea ¡basta!) hace un censo de las horas extraordinarias en la industria privada o en las empresas e instituciones públicas para crear nuevos puestos de trabajo. Se opone así, a la vez, al egoísmo de los mismos trabajadores, a la prolongación de la jornada de trabajo monetarizando la salud y, por supuesto, a la desocupación (que sirve para rebajar los salarios de los ocupados). En vez de hacer horas extras, la distribución solidaria del monto actual del trabajo fuera de horario es mejor para todos y para la sociedad, que con más trabajadores tiene mayor mercado interno, creando nuevos puestos de trabajo que ocupen esas horas.

En Italia, en cambio, se realizan censos de las necesidades insatisfechas para encontrar trabajos socialmente útiles. En cada barrio o localidad se hacen listas de problemas que una sociedad civilizada debería solucionar: ancianos abandonados, o cuya asistencia en asilos costaría carísima y les condenaría a morir en una especie de depósito de personas en desuso; inexistencia de puntos de convivencia y sociabilidad para los jóvenes, a quienes se condena así a la vagancia y a la droga; falta de espacios verdes, servicios cloacales o de agua ineficientes; monumentos que se vienen abajo por falta de mantenimiento, etcétera. Esas listas son elaboradas por los vecinos, que a la vez cuantifican la cantidad de puestos de trabajo que cada sector requeriría y el tipo de trabajo necesario. Las listas de colocación oficiales, controladas por los sindicatos, y las de los centros sociales, agrupaciones o comités de vecinos, asociaciones solidarias, etcétera, determinarán las prioridades en la contratación, dando prioridad a las mujeres solas con familia y a los jóvenes, y nuevas oportunidades de trabajo a los ancianos para que éstos no sean una carga para la sociedad ni para sus familias.

Por supuesto, alguien debe pagar esos nuevos empleos socialmente útiles. Las organizaciones que los identifican y promueven intervienen naturalmente ante las municipalidades, para formar cooperativas con éstas, financiadas a medias por el municipio y por los trabajadores (en forma de horas de trabajo), y con la colaboración de financiamientos especiales de la Unión Europea, para la juventud, las mujeres, o contra la desocupación, etcétera. Si las municipalidades no colaboran, los trabajos socialmente útiles comienzan a hacerse, pero respaldados por una movilización popular y se lucha entonces por imponer su pago a las instituciones (municipalidades, provincias, Estado).

El criterio básico es que la reducción de la cantidad de desocupados amplía el poder adquisitivo de la población, extiende el mercado interno, favoreciendo así a la pequeña y media industria, crea nuevas necesidades en todos los campos (nuevas tecnologías adecuadas, nuevos productos para los ancianos o los inválidos, nuevos materiales baratos y resistentes para la construcción y reparación de viviendas o drenajes, nuevos medios de transporte de material, etcétera).

No hay que esperar a nadie, sino que hay que autorganizarse para inventar el trabajo y resolver así lo que se pueda hacer con escasa intensidad de capital. Rogar a Dios, por las dudas, no está de más, si uno es creyente, pero en realidad la clave está en dar y dar con el mazo (si es necesario, incluso sobre los callos de alguno).