Un envío de paquetería puede tardar hasta diez días en llegar a Ocosingo, en el estado de Chiapas. Y sólo una de las empresas que hace este servicio se compromete a entregarlo ahí, las otras lo acercan hasta Tuxtla Gutiérrez o San Cristóbal de las Casas. Este debe ser un caso excepcional, pero único de una situación que caracteriza a este país y que es la desconexión entre diversas partes que lo componen. Así como el sector agrícola está desconectado del industrial, así como el sector exportador está desconectado de buena parte del sector manufacturero, así como las maquiladoras están desconectadas de los abastecedores nacionales, así como un amplio segmento de la población está desconectada del consumo y las inversiones financieras de la producción de bienes y servicios, también en términos territoriales existe una enorme deconexión. En un sentido geográfico México es sumamente desigual. Este país puede ser, así, abordado desde distintas perspectivas en cuanto a su geografía: física, poblacional, económica, social, política y electoral. La imagen que se obtiene es de desarticulación, hecho que sigue chocando tercamente con la modernización que se ofrece y parece, más bien, la consecuencia de un frustrado proceso de desarrollo, agravado por la duradera crisis económica y el hondo deterioro social que padece la nación.
La política económica está planteada en un marco macroeconómico del cual no puede evadirse ni política ni técnicamente, se sitúa en un entorno muy rígido, con pocos márgenes de maniobra y está expuesto a una gran fragilidad. Esta política macroeconómica supone que el espacio sobre el que actúa es esencialmente homogéneo, y por ello propone con insistencia que el logro de la estabilidad financiera, especialmente mediante el control monetario, debe generar condiciones benéficas para un crecimiento que se extiende a las distintas actividades económicas y provoque la ampliación del bienestar, como si fuera un efecto de cascada. Pero para que la cascada sea contundente se requiere que la corriente del río sea abundante y que además no se seque de manera cíclica, como ocurre con el crecimiento del producto, y no abuso más de las metáforas. Es decir, que la concepción de esta política supone que los diversos agentes se acomodan de modo natural a las condiciones de ``equilibrio'' de las variables económicas, como si existieran para ello los canales de transmisión y la disponibilidad de información y recursos requeridos. Y si, en efecto, hay casos de acomodo de los agentes económicos, piénsese, por ejemplo, en el comportamiento de los inversionistas en los mercados financieros ante los niveles de la tasa de interés, o en el acomodo de los causantes ante un aumento de impuestos cuando lo evaden. Pero no ocurre lo mismo con muchos agentes que cuentan con modos muy desiguales de acceso a los recursos y capacidad de participación en los mercados. Las condiciones que provoquen el crecimiento sostenido y extendido geográfica y socialmente no están dadas en esta economía. Esto no sucede y 15 años de aplicación estricta y obsesiva de esta propuesta parecen demostrarlo.
Las actividades socioeconómicas no se desarrollan en un espacio homogéneo (isotrópico, como gustan decir los especialistas) sino en un territorio diverso y completo en cuanto a su conformación geográfica, poblacional, de recursos y capacidad de acceso a los mismos y hasta de las comunicaciones. Las condiciones prevalecientes en México en cuanto a la diversidad de sus regiones, y no en un sentido turístico, gastronómico y musical, sino en cuanto a su capacidad para generar riqueza productiva e ingresos para los habitantes lo prueba a diario. Es muy difícil que el proceso de crecimiento económico que privilegian las políticas actuales se consolide en una visión amplia que involucra la noción de territorio. Este tiende entonces a ser un proceso inestable inmerso en una larga y profunda crisis, y los instrumentos con los que se aplica esa política no logran remediar las crecientes desconexiones en el aparato productivo y en la estructura social. La expresión geográfica del crecimiento concebida en términos territoriales y no en un sentido abstracto del espacio es un puente indispensable para que la economía supere su creciente desconexión interna. La visión newtoniana del espacio ya no es aplicable y más bien nos enfrentamos a una perspectiva einsteniana donde el espacio es curva, donde la dimensión espacio temporal es relativa y donde existen verdaderos hoyos negros económicos y sociales.