Manuel Vázquez Montalbán, sin la menor duda uno de los escritores españoles de mayor rango en este momento, publicó el lunes pasado en El País un artículo impresionante intitulado ``Después''.
Dice muchas cosas pero me impactó, sobre todo, la frase inicial: ``Los que habíamos ido para protestar contra la muerte compartimos la manifestación con quienes pedían el retorno de la pena de muerte''.
La semana pasada, en un programa de televisión en ECO que pudo verse el domingo, me preguntaban los conductores sobre la posibilidad de la Ley del Talión, aquel famoso tema del ``ojo por ojo, diente por diente'' que, por cierto, no termina ahí. Me manifesté absolutamente contrario a esa idea.
Sin duda la bestialidad del asesinato de ese muchacho, Miguel Angel Blanco, con el agregado inconcebible de su agonía amarrado a un árbol, hace pensar en muchas cosas y el coraje no parecería detenerse ante cualquier concepto sobre el rechazo de la pena de muerte. Muchos la han recordado como la gran solución, pero no hace falta ir muy lejos, contando con nuestra dolorosa experiencia reciente de inyecciones letales, para advertir lo absurdo de un castigo sin remedio que nada tiene que ver con la justicia.
ETA ha cometido un error impactante. Si una cosa tan dramática pudiera verse como un simple fenómeno de estrategia, lo único que ha logrado ha sido echarse encima a toda España, lo que supone la mayoría del pueblo vasco. Y no pocos militantes etarras en ella. Lo que ha logrado también ETA es un desprecio colectivo y que se le pierda el miedo. Años ha la ETA protagonizaba un hecho que ayudó no poco a la democracia futura: el atentado contra Luis Carrero Blanco. Hoy, dolorosa paradoja, acaba en lo más hondo con el asesinato de Miguel Angel Blanco. Dos blancos bien diferentes.
Para mí, el descubrimiento del zulo en que tenían enjaulado, prácticamente, a José Antonio Ortega Lara, desató una furia de venganza que se consumó en un hombre joven, de mínima importancia política. En el fondo, una expresión evidente de debilidad porque ninguna posibilidad tenía ETA de lograr que en cuarenta y ocho horas se aceptara su ultimátum de trasladar a sus presos al País Vasco. ETA, en un ramalazo de furia quiso hacer presente su fuerza y lo único que logró fue poner de manifiesto su absoluta decadencia.
Pero esa barbarie elemental no ha tenido la respuesta adecuada. Por el contrario, parecería que se responde con otra barbarie igual en el rechazo al diálogo, intentado antes muchas veces y que parecería ser, en este momento, propósito compartido por muchos etarras y algunas personas razonables.
El proceso a la dirigencia de Herri Batasuna, un acto de fuerza cuya legalidad pongo en duda, con presuntas condenas de cinco años de prisión absolutamente disparatadas, no ha sido otra cosa que una provocación fundada en la fuerza que, como es natural, tuvo la respuesta de la fuerza. Así no se va a ninguna parte. El gobierno de Aznar ha equivocado la estrategia.
Hay que volver al camino de la razón y ésta exige, por encima de cualquier otra cosa, el diálogo. Lo que implica que no haya procesos vengativos, nada de GAL, ni antiguos ni nuevos, quienes quiera que hayan sido sus protagonistas y que un Poder Judicial cada vez más desprestigiado, particularmente algunos de los más conocidos sujetos de la Audiencia Nacional, entienda que no puede estar al servicio de la política sino del derecho.
Vázquez Montalbán rechaza regresar a la Razón de Estado, en la que somos bien expertos. Por eso no podemos dejar de oírlo. Ello implica que no sigamos la corriente a quienes quieren la represión por encima de todo y convertir a México, el país más generoso con los exiliados, en un mercado de compra venta de personajes incómodos, más allá de cualquier razón legal.
Me alegra que el ministro del Interior de España, Jaime Mayor Oreja, haya decidido aplazar su viaje a México. Se estaban creando tensiones muy poco positivas. Hay barruntos de linchamientos hacia el grupo de los vascos que siempre han constituido una colonia admirable en México. Eso no se vale. A México le va mucho en mantener su enorme prestigio de nación respetuosa del asilo. Aunque a últimas fechas, haya hecho algunas cosas por perderlo.