El aniversario del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, hace 44 años, siempre ha sido motivo de conmemoraciones oficiales, que en parte han sido aprovechadas para realizar balances de los progresos realizados en el año transcurrido desde el último festejo y también de los problemas que afronta o deberá afrontar el pueblo cubano. Este año no ha escapado a la regla, con la salvedad importante de que el discurso oficial estuvo a cargo de Raúl Castro (hermano menor de Fidel), segundo hombre del Partido Comunista y del gobierno, pero, sobre todo, ministro de Defensa, y en el contexto de los trabajos previos a la realización del congreso nacional del partido y las elecciones respectivas.
El discurso del ministro correspondió casi a un parte de guerra y tuvo como centro la decisión de defender al país a toda costa en este momento particularmente difícil de la revolución.
La zafra azucarera, en efecto, ha sido casi 20 por ciento menor de lo esperado, y no sólo por motivos climáticos, pues Cuba no ha podido resolver los problemas técnicos y burocráticos, además de los económicos, que mantienen la producción de caña en 50 por ciento de la marca histórica lograda inmediatamente después de la revolución y en 75 por ciento de las zafras anteriores a ésta. El abasto de alimentos para la población, por otra parte, no se repone de la caída provocada por el derrumbe de la ex Unión Soviética y del CAME o el Comecon, con el que Cuba realizaba 87 por ciento de sus intercambios comerciales y también sin recuperarse de la destrucción del pequeño campesinado para centrar todo en la producción de azúcar, que hoy carece de insumos y maquinarias. El turismo, en permanente aumento, sin duda ha representado un ingreso de divisas necesarias como el agua, pero ha alentado también la dolarización de la economía cubana y la creación de dos grandes sectores: el de los que obtienen la divisa estadunidense y pueden permitirse consumos relativamente importantes y el de quienes, por el contrario, ganan sólo en pesos y deben depender de sus libretas de racionamiento con niveles de vida y de consumo más que espartanos. El indudable aumento del producto interno bruto y la mejora con respecto a los durísimos años 1993-94 no han modificado, sin embargo, la idea de que la crisis durará muchos años y, por consiguiente, ha provocado en algunos sectores desaliento y cansancio, estimulando en cambio la corrupción, el burocratismo y la caída de la productividad, además de la moral antisolidaria del ``primero yo'', sobre todo en La Habana. La agresiva e ilegal ley Helms-Burton y la continuación del bloqueo y la hostilidad de Estados Unidos agravan, por otra parte, y mucho más de lo que se previó en un comienzo, la situación económica, social y política. El gobierno debe buena parte del consenso de que dispone no a su política actual o anterior sino, sobre todo, a la defensa de la independencia y la soberanía nacionales frente a esta ofensiva presión estadunidense que castiga duramente al pueblo cubano, que el mundo rechaza y que debe ser eliminada porque viola el principio de autodeterminación y la legalidad internacional.
Pero el problema actual debe ser resuelto en Cuba misma, por los cubanos. En ese sentido, ¿la combinación entre la apertura económica creciente y el endurecimiento frente a las críticas y a la oposición, según el modelo chino, podrá ser la solución en Cuba? ¿Es posible superar el clima de estado de sitio que le ha sido impuesto al país que osó independizarse sólo con reforzar el control del aparato del Estado o, por el contrario, hay que abrir espacios a la discusión de propuestas y soluciones por todo el pueblo y estimular la libre expresión de un pueblo patriótico y creativo?.