La Jornada domingo 27 de julio de 1997

VENTANAS Ť Eduardo Galeano
El avión

Flameaban, altas, las banderas. La banda ensayaba una y mil veces el himno nacional, mientras otros maestros po- nían a punto lo mejor de la música lugareña. Un caballo, de nombre Moscardón, espantaba las vacas que se metían a pastar en la pista.

Nadie había faltado. El pueblo entero de Lorica llevaba horas esperando, achicharrándose al sol, todos con el pescuezo torcido y los ojos clavados en el cielo, encajes, lacitos, corbatas, almidonados todos como para boda o bautismo.

Desde lejos lo vieron venir. Y tragaron saliva. Y cuando el esperado se lanzó a tierra, el tremendo trueno y el latigazo de viento provocaron una estampida general en la concurrencia.

Por fin las hélices dejaron de girar y calló aquel ruido de guerra. Y la multitud boquiabierta pudo ver, de lejos, al gigante. Inmóvil en la neblina del polvo rojo, la máquina, negra, brillaba.

Nunca se había visto un avión en el pueblo de Lorica. La gente quedó muda de espanto, paralizada ante tanto prodigio, hasta que un valiente rompió filas corrió. Y al pie del monstruo, gritó:

-¡Huele a jabón!

Entonces la música estalló. Las dos orquestas tocaban simultáneamente el himno patrio y un popurrí de vallenatos, mientras la multitud atropellaba saltando y bailando. Los pasajeros fueron bajados en andas y al piloto lo ahogaron en un mar de flores. Y celebrando la aparición del venido del cielo, se echó a correr el trago fuerte y se desató la parranda, dale dale, en las calles del pueblo.

El avión había hecho una escala, una paradita para seguir viaje hacia otros rumbos, pero ya no pudo despegar.

-Ese fue el primer secuestro aéreo de la historia de Colombia -dice David Sánchez-Juliao, el más joven de los secuestradores.