Angeles González Gamio
La casa de cultura Griselda Alvarez

En los alrededores de la magna ciudad de los aztecas, rodeada de cinco hermosos lagos, se formaba un pequeño cuerpo de agua, conocido como lagunilla; al irse desecando la cuenca, siguió el mismo fin de sus hermanos mayores y en su lecho se levantó un modesto barrio, que sin embargo tuvo calles de casonas espléndidas, muchas de ellas que aún sobreviven, gracias a que esa parte de la antigua ciudad de México nunca fue atractiva para la especulación inmobiliaria, lo que las salvó de la destrucción, para sustituirlas por edificios ``modernos''.

De vocación comercial desde la época prehispánica, por su cercanía con el mercado de Tlaltelolco, al crecer la ciudad y crearse las nuevas colonias, allí se desarrolló una zona de comercio con un gran mercado, que daba servicio a la Guerrero y la Santa María, además de dar alojamiento al añejo tianguis que había estado sucesivamente en la Plaza Mayor, la Plazuela del Factor, hoy sitio de la Asamblea de Representantes; la Plaza Villamil, en los terrenos que hoy ocupa el Teatro Blanquita y por último en el célebre Mercado del Volador, hasta que en 1930 se usó el predio para construir el nuevo edificio de la Suprema Corte de Justicia.

El área comercial de la Lagunilla comenzó a sufrir un desarrollo desordenado, que cubrió las calles de vendedores, que de ambulantes pasaron a semifijos, impidiendo el paso vehicular. Con acierto, el gobierno de la ciudad de los años cincuenta, resolvió el problema edificando cuatro mercados, que daban lugar a todos los comerciantes; así surgió el de semillas, legumbres, frutas, pescado y aves; el de ropa y telas; el de muebles y varios, y el cuarto que constituye la zona de puestos, cada uno con su comedor y guardería infantil. Adicional a éstos, los domingos se instala un enorme tianguis que vende libros viejos y nuevos, antigüedades, chácharas, muebles, discos y cuanta ocurrencia existe.

En el rumbo se encuentra también la célebre Plaza Garibaldi, recientemente remozada y con un amplio estacionamiento subterráneo, en donde se pueden escuchar mariachis de todo tipo y contratar para la serenata o la fiesta de cumpleaños del jefe o la ``cabecita blanca''. Allí está también el Mercado de Alimentos de San Camilito, en donde una variedad de puestos muy limpios ofrecen rico pozole, antojitos y unas enormes costillas con frijoles charros, todo ello acompañado de un buen tepache.

En ese populoso y vital rumbo, se abrió hace varios años una Casa de Cultura en la calle Honduras número 43, en el corazón de las tiendas de vestidos de novia, esa fantasía surrealista que tiene también los vaporosos vestidos para el ``debut'' de los tres años, los diseños de cuento de hadas de las quinceañeras y toda la parafernalia que rodea esos eventos: copas decoradas con diamantina, corazoncitos de raso y encaje para las arras, zapatillas de crochet almidonadas, que seguramente son una tortura para los pies, pero se ven ``monísimas''.

La Casa de Cultura ha cumplido desde su apertura una importante función social en la comunidad, tanto por las exposiciones que despiertan el interés de los vecinos, como por los talleres, que este verano ofrecen clases de música, jazz, inglés, teatro infantil y baile fino de salón, adulto e infantil. Muy socorridos fueron los concursos de cuento, ensayo y crónica que organizaba la maestra Graciela Vidaña, que fue varios años directora, en los que seguro encontraron su vocación varios talentos literarios.

Ahora, ese importante lugar de cultura lleva el nombre de Griselda Alvarez, esa pedagoga, poeta y política que logró ser, no sin vencer muchos obstáculos, la primera gobernadora de nuestro país. En esa función, al igual que en todas las que ha desempeñado, como la actual de subdelegada del Centro Histórico, su preocupación central ha sido mejorar la situación de los niños y las mujeres, incluyendo a las ahora llamadas sexoservidoras, secularmente objeto de explotación.

No obstante sus responsabilidades como servidora pública, desarrolladas con eficiencia y honestidad (esto último lo resalto) la maestra Alvarez nunca ha dejado de escribir su hermosa poesía; célebres son los sonetos que destacan la belleza de la forma de la anatomía masculina. En la ceremonia en que se bautizó la casa con su nombre, mencionó la voluntad de estar pendiente de su buen desempeño, lo que será maravilloso pues con su talento y experiencia, seguramente la va a convertir en un centro cultural que impacte fuertemente a la población de ese barrio, de tanta tradición en el Centro Histórico.