En esencia la historia política se construye en imágenes. Hacia el futuro los hombres visualizan primero como posibles sus anhelos y ambiciones, después hacen lo necesario para convertirlos en realidad material. En cuanto al pasado, para que un ciclo histórico o un régimen se agoten es necesario que sus contemporáneos acepten el desenlace como algo posible y actúen en consecuencia. El sistema neotlatoani, noeborbónico, neoporfirista ``Monarquía temporal'', hereditaria por línea transversal, tuvo una decadencia de por lo menos tres décadas antes de que las élites aceptaran que padecía una enfermedad mortal. Para emplear la expresión de Daniel Cosío Villegas, la crisis de México se agravó progresivamente, pero la abrumadora mayoría de los pensadores, escritores y políticos se negó a reconocerlo. En general mantuvieron un optimismo ``trágicamente irreal''.
Desde hace diez años a esta parte, un grupo de críticos, contestatarios y opositores progresivamente mayor reconocieron la agonía del sistema político y los daños que estaba causando al país. Imaginaron las elecciones libres y justas, la alternancia, competencia electoral como fuentes de poder mucho más modernas y distintas. Y actuaron en consecuencia. En el plebiscito implícito del 6 de julio, dos terceras partes del electorado le dijeron ``no'' al viejo sistema y dijeron ``sí'' y le dieron la bienvenida a una democracia de corte maderista que habíamos esperado desde principios de siglo.
En todo este proceso de creación de una conciencia política nueva, el libro de Enrique Krauze La presidencia imperial, ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996) ``es un signo importante. El libro de Krauze, de casi 500 páginas, es un excelente trabajo historiográfico y un relato vigoroso y ameno. Pero lo más importante es que se atreve a pensar en pasado al Sistema de Partido Unico y que implícitamente le niega la posibilidad de la restauración. Nos permite contemplar su derrumbe lentísimo y nos ayuda a elaborar su desaparición y actuar en consecuencia.
La publicación del libro y su promoción fueron eficaces. La presentación provocó casi un mitin (como el de Una democracia sin adjetivos, 1984). Se hizo en la víspera misma de las elecciones y aprovechó el anhelo y la intuición colectiva de la cercanía de ``la tierra firme de la democracia''. Fue acompañada por vaticinios optimistas del propio Krauze, que aparecieron en revistas y periódicos de México y Estados Unidos de gran influencia. Y que se cumplieron. En términos del beisbol, Krauze jugo al ``hit-and-run'' y ganó. México no llegó a la democracia pero la transición hacia ella entró en auge.
El libro tiene una debilidad mayor, quizás inevitable, en la forma que adelgaza la crónica a partir de 1970. Los acontecimientos están demasiado cercanos y como lo previene Krauze en su prólogo, a veces resulta demasiado ``esquemática, parcial e impresionista''. En cambio, las dos primeras partes, los cinco sexenios que van de 1940 a 1970, no tienen desperdicio. Son intensos, bien narrados y enriquecidos por una estupenda investigación.
Son interesantes las observaciones que sobre este libro publicó Lorenzo Meyer, (otro de los discípulos de Daniel Cosío Villegas). Es verdad, Krauze ensaya nuevas biografías del poder, es decir, concentra su atención en los monarcas y ve a través de ellos la decadencia del sistema, la larga época que cubrió. Pero esto más que una limitación es una característica. No sólo por el enfoque liberal e individualista en la línea de Thomas Carlyle, que ha seguido Krauze en la mayoría de sus trabajos de historia, sino por la fascinación que ejercen los tlatoanis en la mente de todos los que se han interesado, pensado o escrito sobre la política contemporánea de México y que son prácticamente todos aquellos nacidos de 1940 a 1970. No me refiero únicamente a los politólogos e historiadores. La vida política es narrada, recreada, vivida en México en charlas, sobremesas, tertulias, como el resumen de las características, vicios, anécdotas de los presidentes.
Pero es probable que empiece a dejar de serlo. Si México al fin pisa la tierra prometida de la democracia, no será ya un espacio de una biografía del orden que ``caprichosamente nos escribe, sino una biografía colectiva que venturosamente escribiremos entre todos''. Esta es una buena salida retórica de Krauze, pero una posible historia del ascenso y el apogeo de la democracia mexicana serán necesarios historiadores librados de la fascinación que el poder absoluto ejerció sobre nuestra generación.