La Jornada Semanal, 27 de julio de 1997



EL ASOMBRO Y LA REVELACION


Krystyna Libura y Arturo Viveros


Desde que obtuvo el Premio Nobel en 1996, Wislawa Szymborska ha merecido la atención de numerosos lectores. El galardón de la academia sueca sirvió para llevar al gran público a una autora admirada por Brodsky, Heaney, Walcott y otros ilustres predecesores. En este ensayo, los eslavistas Krystyna Libura y Arturo Viveros brindan una estimulante interpretación de la poeta polaca.



En la actualidad, la poesía es un género que está en retirada, pero claro que no siempre fue así; hubo épocas en que se concedía a la poesía un lugar mucho más importante y había un amplio repertorio temático. En cambio ahora, en nuestros tiempos bulliciosos, su voz resulta ser demasiado discreta, como dijo Wislawa Szymborska, para convertirse en la ``favorita de los multimedia''.

La poesía concentra el pensamiento sobre la palabra con la cual describimos al mundo, exige contemplación. Los lectores de poesía también son muy reducidos. Sin embargo, hemos leído que en Polonia, país dos veces menos poblado que México, se vendieron 18 mil ejemplares de la última colección de poemas de Wislawa Szymborska, El fin y el principio, en un año, aún antes de recibir el Premio Nobel. ¿Qué es lo que atrae tanto en su poesía?

Nuestra respuesta es sólo un punto de vista de lectores constantes. En primer lugar, su poesía intenta recuperar los terrenos que le han quitado y trata temas más amplios, menos concurridos, desde una perspectiva moderna. Habla sobre aquello que estudiamos en la escuela y leemos en los periódicos. No asume grandes tareas, no pretende enseñar ni pontificar sobre nada; su poesía reflexiona sobre el mundo, muy consciente de la perplejidad del ser humano ante el misterio del mismo. Dotada de una voz femenina -que no feminista- moderna, de enorme sensibilidad y sentido del humor, cuando evoca la tradición literaria lo hace sólo para jugar con ella, para usarla como un recurso irónico con respecto al mundo que describe. Es una poesía filosófica, que sin embargo acude a la cotidianidad para reflexionar y cuestionar la filosofía inscrita en el uso diario del lenguaje: sus giros, sus proverbios y sus frases hechas; toda esta sabiduría de la etnia contenida en su lengua. Las expresiones comunes adquieren en su voz un sentido existencial, tal vez hasta existencialista, a pesar de que ella lo ha negado, aduciendo que esta corriente filosófica carece de sentido del humor. Surge entonces la dificultad para traducir su poesía: ¿cómo enfrentarse a este juego filosófico con la lengua cotidiana? ¿Cómo sacar las mismas esencias de las frases hechas? ¿Cómo cuestionar las formas de percibir el mundo que nos imponen nuestras lenguas?

Cuando leemos y releemos su poesía, tenemos la impresión de que estos poemas nacen del asombro ante la diversidad y complejidad del Ser; que cuestionan la existencia de la obviedad. O dicho de otro modo, que contemplan la extrañeza de lo obvio. En ``La feria de los milagros'', la poeta enumera los milagros que nadie percibe, debido a su cotidianidad, o más bien, concibe la cotidianidad como una perpetua feria de milagros:


Para ella el mundo es asombroso: le sorprende tal y como es, pero también el hecho de que no se haya dado en otra forma, como lo expresa en el poema ``Thomas Mann'':


Para Wislawa Szymborska es tan asombroso lo que ocurrió como lo que no ocurrió. Por ejemplo, en el poema ``A la luz del día'' imagina que Krysztof Baczynski -poeta legendario caído en la insurrección de Varsovia a finales de la segunda guerra mundial, cumplidos apenas los 23 años y ya con una obra de excelente factura- no hubiera muerto, e irremediablemente envejecido y engordado ``como si al mármol angelical lo hubieran cubierto de arcilla'', ya que ``...lentamente/ crece el precio por no haber muerto más temprano,/ y él también hubiera tenido que pagarlo''; Baczynski, vivo, seguramente habría ido a una de las Casas del Escritor en la montaña, donde en el comedor, durante la comida, ``De vez en cuando alguien llamaría desde la puerta:/ `Señor Baczynski, teléfono para usted'/ y no habría nada extraño en que fuera él/ y que se levantara arreglándose el suéter/ y sin prisa se dirigiera hacia la puerta./ Ante tal cosa nadie pararía la conversación/ a medio gesto, ni el aliento se habría cortado/ pues siendo un acontecimiento común -qué pena, qué pena-/ como un acontecimiento común se habría tratado.''

A la luz del día y enfrente de todos, habría ocurrido el milagro con la hipotética vida negada al poeta, pero nadie lo hubiera podido ver como tal. No suele sorprendernos esa especie de ``milagrosidad'' de la realidad empírica. Estamos demasiado acostumbrados al mundo tal y como es para sospechar de las opciones perdidas y poder concebirlo como algo excepcional. La poesía de Szymborska está llena de opciones no ocurridas. El azar (¿o el destino?) es tema constante de sus reflexiones. Lo ocurrido ocupa para siempre el lugar de lo que pudo ocurrir. El mundo resulta ser ``paraíso perdido de probabilidad''. Incluso la realidad biológica de cada especie y de cada uno de nosotros:

(de ``En exceso'')

El asombro le llega con la contemplación del detalle. De ahí otro rasgo particular de la poesía de Szymborska: la mirada enfocada en lo particular; este enfoque hace que percibamos su poesía como femenina, quizá debido a que durante milenios la biología entrelazada con la historia destinaba a la mujer a esta perspectiva cercana a la tierra, así como a la percepción atenta de lo cotidiano e inmediato, indispensable para mantener la vida. Esta mirada contiene la intuición milenaria de que en el microcosmos se refleja el macrocosmos. Ver significa saber percibir, saber dar vueltas, mirar el objeto por sus seis lados. Ver significa también suspender lo sabido para que los anteojos del ``ya lo conozco'' no nos empañen la vista. Muchos poemas de Szymborska son construidos con variaciones, cada vez más inesperadas sobre el mismo objeto. En nuestra época, cuando las cosas no logran que mantengamos la atención más allá de los cinco minutos warholianos, Szymborska se detiene ante lo aparentemente nimio, y nos muestra la sabiduría que encierra una mirada atenta.

Todos sus poemas encierran conclusiones inesperadas, por ejemplo el museo: colección de cosas viejas que sobrevivieron a sus productores y a sus propietarios, muestra clara de nuestra mortalidad y lugar de triunfo de las cosas -ya desprendidas de su significado- sobre el hombre: ``La corona perduró más que la cabeza/ Perdió la mano contra el guante/ Ganó el zapato derecho contra la pierna_''; este museo hace ver de repente los objetos cotidianos como contendientes obstinados en la misma carrera por el tiempo: ``Sigue la carrera contra mi vestido/ ¡Y éste cuán tenaz es!/ ¡Y cuánto quiere sobrevivirme!'' (de ``Museo'').

Las perspectivas de sus temas son también inusuales. Por ejemplo, el poema ``El gato en el departamento vacío'': con el tema de la muerte de un ser querido con quien se ha compartido cotidianamente el espacio, se desarrolla desde un punto de vista atribuido al gato (``Morir: eso no se le hace al gato'') para mejor desnudar lo que realmente es la muerte en su esencia: la ausencia incomprensible, insaciable y perpetua. Una violación del espacio en donde aparentemente no ha pasado nada.

Otro ejemplo es ``El sueño de la vieja tortuga'', que trata sobre el cliché de una realidad revivida después de cien años en el sueño de la vieja tortuga: junto a una hoja de lechuga, las dos piernas del emperador Napoleón I (``dos piernas en la parada de Austerlitz a Jena''); un acontecimiento sensacional, la resurrección, don de los sueños, pasa inadvertido hasta para la tortuga, que no puede tener ni la más remota idea de con quién está soñando. Las piernas son vistas desde la perspectiva tortuguil (``de talón a rodillas''), una percepción demasiado fragmentaria desde el punto de vista histórico. El poema, lleno de discreto humor, nos ofrece otra reflexión más profunda sobre nuestras huellas y los reflejos inesperados que vamos dejando en la Tierra; encuentros impenetrables entre el ser humano y aquellos con quienes compartimos la aventura terrestre sin compartirla -nuestras resurrecciones parciales fuera de la conciencia humana, la insignificancia repentina de lo relevante.

Estas perspectivas inesperadas quizá las expresa todavía mejor en el poema ``La entrevista con un niño''. El niño es llamado en el poema Maestro, con mayúscula, ya que sin duda es el Maestro del Asombro y Maestro en Hacer Preguntas, Maestro en la Sospecha: ``¿La mosca en su trampa de mosca? ¿El ratón atrapado en ratón?''

Otro rasgo peculiar es la presencia del humor entrelazado con la seriedad, o dicho de otro modo, el azoro domado por el humor. La poeta, al margen de su lectura de los poemas de T.S. Eliot sobre los gatos, escribió: ``La broma es para mí el más importante aval de la seriedad; la garantía de que esta última surge de la convicción y de la elección, y no de una limitación psíquica.'' Todo esto nos recuerda a los sufíes, quienes consideran que el sentido del humor es la condición sine qua non para poder avanzar en el camino de la sabiduría. Sin duda el humor permite cuestionar lo obvio, nos saca de la forma rutinaria de la percepción, ya que surge donde nuestras expectativas están equivocadas, donde aparece lo inesperado. La risa nos permite ver el mundo bajo otro orden. El humor de Szymborska está dotado de ironía y de escepticismo, que a la vez se traducen en la enorme ligereza y elegancia de sus poemas. La ironía introduce una distancia y cuestiona, pero también ofrece un arma contra la vulnerabilidad; nos salva del sentimentalismo y de la ingenuidad. La presencia del humor sabio, discreto, dota a esta poesía de un atractivo excepcional.

En Szymborska cada poema es distinto, autónomo, como una totalidad cerrada que nace de una reflexión repentina; el mundo gira y la poeta de pronto se para ante un fenómeno peculiar. Por eso la anécdota -acontecimiento único- es tan importante en sus poemas. Con lo anterior, tal vez se puedan agrupar algunos leitmotiv centrales de su poesía.

El ser humano visto como parte de la naturaleza; gran misterio de la evolución, cuya ontología tiene mucho que ver con su historia en tanto que especie biológica (``El nacimiento'', ``El discurso pronunciado en la oficina de las cosas perdidas'', etcétera). Aquí podríamos incluir los poemas que hablan de la relación entre el ser humano y otras formas de ser, o de la extrañeza de los límites, como por ejemplo ``La conversación con la piedra'': ``Llamo a la puerta de la piedra./ -Soy yo, déjame entrar. [...]/ No entrarás -dice la piedra-./ Te falta el sentido de participación.''

En otro grupo de poemas, trata la abundancia del mundo frente a nuestra limitada percepción. En el momento de nacer nos es dado un don tan grande que nos deja perplejos: el mundo. Nuestra elección siempre va a resultar azarosa frente a la creación inconmensurable: ``_Hay tanto de todo/ que la Nada queda nada mal cubierta_''

Nuestra condición mortal nos condena a una percepción a medias, incluso la memoria retiene muy poco de la riqueza de nuestra propia vida. El pasado se nos escapa y la memoria es como un cielo nocturno con pequeños puntos de claridad. En el poema ``Elegía viajera'' leemos:

El tema es la inquietud frente al inevitable olvido: tanta abundancia de mundo es inmanejable por nuestra conciencia.

Otra variante en este grupo de lo inconmensurable es la explosión demográfica que sobrepuebla el mundo y la pérdida de individualidad, cosa que preocupa a Szymborska y a la que se opone terminantemente. ``Cuatro mil millones de personas en la Tierra./ Mas mi imaginación sigue como antes./ Falla al enfrentar números tan grandes./ La sigue conmoviendo lo más singular.'' (de ``El gran número'').

Su reino, como ya dijimos antes, es microcósmico; por ello, en cada detalle que observa hay todo un mundo, un universo entero, nada es insignificante: ``Hasta un instante fugaz tiene su rico pasado,/ su viernes antes de sábado,/ su mayo antes de julio./ [...]/ El bordado de las circunstancias es intrincado y denso...'' (de ``Puede quedar sin título'').

Otro de los temas constantes en Szymborska es el arte como rebelión ante la temporalidad del hombre, el arte como una violación que sufre el tiempo y como defensa frente a la certeza de desaparecer: ``La alegría de escribir./ La facultad de preservar:/ venganza de mano mortal'' (de ``Alegría de escribir'').

Pero esta vida del arte más allá de la existencia del hombre sigue siendo muy efímera, aunque Szymborska por un lado se solidariza con los artistas, rebeldes contra el tiempo, y por otro pone en tela de juicio el viejo precepto Ars longa, vitae brevis, una tela con entramado de ironía: ``Las obras de arte, que nos gusta llamar inmortales, también mueren [...] Sólo muy pocas logran resucitar después de años y empiezan su segunda vida -pero ni aun ésta lleva en sí el germen de la eternidad. En Tangañica crece un baobab de cinco mil años. Cada vez que me conmueve la lectura del pasado lejano, siento cómo se posa en las páginas del libro la sombra burlona de este baobab.''

Un acto de creación, por ejemplo un verso, dura muy poco. En el poema ``En el río de Heráclito'' la poeta dice:

Algunos críticos han observado que basta con que sustituyamos la palabra pez por la palabra mónada y estaremos en el mundo de Leibniz. Pero lo más inquietante es que todos estos seres-mónadas-peces somos arrastrados por el flujo oscuro del tiempo.

El arte, transgrediendo el tiempo, por lo menos nos ofrece la ilusión de la inmortalidad, como lo expresa bellamente el poema ``Hombres en el puente'', donde la poeta describe el cuadro de Hiroshige Utagawa, un cuadro que inmoviliza el acontecer:

Estamos conscientes de que intentar una clasificación de poemas para desarrollar una observación aguda es una tarea arriesgada, pues podría contravenir con la intención de la autora; sin embargo, lo hacemos para mostrar sus preocupaciones en una obra que hasta la fecha es casi desconocida en lengua española.

La Academia Sueca en su pronunciación de veredicto manifestó que otorgaba el Nobel de literatura: ``...por la poesía que con precisión irónica revela las leyes de la biología y la actuación de la historia en los detalles de la realidad humana''.

Para nosotros, su poesía es una propuesta para estar de otro modo en este mundo que nos tocó vivir, nos enseña la sabiduría que surge del asombro y de la contemplación. Pues ¿qué es el asombro si no una revelación inesperada?





DISCURSO DE ESTOCOLMO

Wislawa Szymborska

En su discurso ante la Fundación Nobel, Wislawa Szymborska se ocupó de la difícil tarea de definir su oficio. Como bien señala, los poetas son poco fotogénicos mientras trabajan; por otra parte, no son los únicos en ser tocados por la inspiración. ¿Qué es entonces lo que define el fuego del poeta? La respuesta está en estas páginas.



Se dice que en un discurso lo más difícil es siempre la primera frase... Pues ya la dije... Pero presiento que las que siguen van a ser igualmente difíciles, la tercera, la sexta, la décima, hasta la última, ya que debo hablar sobre poesía. Muy raras veces me he expresado acerca de este tema, casi nunca, y siempre con la convicción de que no lo hago muy bien. Por eso mi discurso no va a ser demasiado largo. Toda imperfección resulta más fácil de aguantar si se sirve en pequeñas dosis.

El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso -o más bien principalmente- de sí mismo. Con desgano confiesa públicamente que es poeta -como si se tratara de algo vergonzoso. En estos tiempos bulliciosos es más fácil que admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más difícil es reconocer las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y hasta uno mismo no cree tanto en ellas_ En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve forzado a definir su profesión, acude al término genérico ``escritor'' o al de alguna otra profesión que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico. Profesor de Filosofía -ya suena mucho más serio.

No existen profesores de poesía, lo que haría suponer que esta actividad requiere de estudios especializados, exámenes presentados en fechas precisas, disertaciones teóricas rematadas con bibliografía y notas y, finalmente, los diplomas recibidos con solemnidad. Todo esto, a su vez, significaría que para graduarse de poeta no bastarían las hojas de papel, aun cuando estuvieran llenas de excelentes versos, sino que se necesitaría, sobre todo, un papel con sello y firma. Recordemos que justamente ésta fue la razón por la que condenaron al destierro a Josef Brodsky, orgullo de la poesía rusa, quien más tarde fue galardonado con el Premio Nobel. A Brodsky se le clasificó como ``parásito'', por no contar con un certificado oficial que le permitiera ser poeta... Hace un par de años tuve el honor y la alegría de conocerlo en persona. Me di cuenta de que solamente a él, entre todos los poetas que he conocido, le gustaba llamarse a sí mismo ``poeta''; pronunciaba esta palabra sin conflictos internos y hasta con cierta desafiante desenvoltura. Pienso que se debía al recuerdo de las violentas humillaciones que sufrió en su juventud.

En países más dichosos, donde la dignidad humana no es transgredida tan fácilmente, los poetas, obviamente, quieren ser publicados, leídos y entendidos, pero ya no hacen nada o casi nada en su vida cotidiana para destacar entre la gente. Sin embargo, hace poco, en las primeras décadas de nuestro siglo, a los poetas les gustaba escandalizar con su ropa extravagante y con un comportamiento excéntrico. Aquellos no eran más que espectáculos para el público, ya que siempre tenía que llegar el momento en que el poeta cerraba la puerta, se quitaba toda esa parafernalia: capas y oropeles, y se detenía en el silencio, en espera de sí mismo frente a una hoja de papel en blanco, que en el fondo es lo único que importa.

Hay algo que resulta muy característico. Continuamente se filman películas biográficas sobre grandes científicos y artistas. La tarea de los directores más ambiciosos es mostrar en forma verosímil el proceso creativo que condujo a importantes descubrimientos científicos o a la creación de grandes obras de arte. Se puede, con aceptables resultados, mostrar el trabajo de algunos científicos: laboratorios, instrumentos diversos y aparatos puestos en marcha logran por unos momentos mantener la atención de los espectadores. Además, resultan muy dramáticas las escenas de suspenso, cuando un experimento repetido miles de veces logró dar finalmente, merced a una mínima modificación, con el resultado tan esperado. Espectaculares pueden ser las películas sobre pintores, ya que es posible reconstruir todas las fases de creación de un cuadro -desde la primera raya hasta la última pincelada. Las películas sobre los compositores se llenan con su música: desde los primeros compases, que el creador escucha en su interior, hasta la obra madura ya terminada y repartida entre varios instrumentos. Todo sigue siendo muy ingenuo y no dice nada sobre el extraño estado de ánimo que se conoce comúnmente como inspiración, pero por lo menos hay algo para ver y oír.

El peor de los casos es el de los poetas. Su trabajo resulta irremediablemente poco fotogénico. Uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada_ ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?

He mencionado la inspiración. A la pregunta de qué cosa es, suponiendo que algo sea, los poetas contemporáneos responden de modo evasivo. Y no porque nunca hayan sentido los beneficios de este impulso interior, más bien se debe a otra causa: no es fácil explicar a los demás algo que ni siquiera se comprende bien.

Yo misma he evadido el asunto cuando me lo han preguntado. Y contesto lo siguiente: la inspiración no es privilegio exclusivo de los poetas ni de los artistas en general. Hay, hubo, habrá siempre un número de personas en quienes de vez en cuando se despierta la inspiración. A este grupo pertenecen los que escogen su trabajo y lo cumplen con amor e imaginación. Hay médicos así, hay maestros, hay también jardineros y centenares de oficios más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin, a condición de que sepan encontrar en él nuevos desafíos cada vez. Sin importar los esfuerzos y fracasos, su inquietud no desfallece. De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo ``no lo sé''.

La gente así es bastante escasa. La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja porque necesita conseguir los medios de subsistencia, trabaja porque no le queda de otra. No fueron ellos quienes por pasión escogieron su trabajo, son las circunstancias de la vida las que escogen por ellos. El trabajo mal querido, el trabajo que aburre, es respetado únicamente porque no resulta accesible para todos, y está situación constituye una de las más penosas desgracias humanas. No se vislumbra que los siglos venideros traigan un cambio feliz al respecto.

Así pues, tengo derecho a decir que aunque le estoy escamoteando a los poetas el monopolio de la inspiración, de cualquier manera los coloco en un grupo reducido de elegidos por la suerte.

En este punto pueden surgir ciertas dudas en los oyentes, si consideran que a los diversos verdugos, dictadores, fanáticos, demagogos que luchan por el poder con ayuda de un par de consignas gritadas en tono muy alto, también les gusta su trabajo y también lo llevan a cabo celosamente. Cierto, pero ellos sí ``saben''. Saben, y lo que saben una sola vez les basta para siempre. Ya no tienen curiosidad por saber más, puesto que podría debilitarse su fuerza de argumentación. De modo que cualquier tipo de saber del que no surgen preguntas muy pronto fenece, pierde la temperatura propicia para la vida. En casos extremos, como es bien conocido en la historia antigua y contemporánea, puede resultar mortalmente amenazador para las sociedades.

Por lo anterior, estimo altamente estas dos pequeñas palabras: ``no sé''. Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra Tierra diminuta. Si Isaac Newton no se hubiera dicho ``no sé'', las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas. Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho ``no sé'', probablemente se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido la vida. Pero siguió repitiéndose ``no sé'' y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.

También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente ``no sé''. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas ``La Obra''.

A veces fantaseo con situaciones inverosímiles. Me imagino, por ejemplo, en mi osadía, que tengo la oportunidad platicar con Eclesiastés, autor de un lamento estremecedor sobre la vanidad de todas las empresas humanas. Me habría inclinado muy hondamente ante él, ya que es -por lo menos para mí- uno de los poetas más importantes. Pero luego lo habría cogido de la mano: ``Nada hay nuevo bajo el sol'', has escrito, Eclesiastés. Sin embargo, Tú mismo has nacido nuevo bajo el sol. Y el poema que has creado también es nuevo bajo el sol, ya que antes de Ti nadie lo había escrito. Y nuevos bajo el sol son tus lectores, puesto que los que vivieron antes que Tú no te podían leer. Y el ciprés, en cuya sombra te sentaste, no crece aquí desde el principio del mundo. Le dio origen otro ciprés, semejante al tuyo, pero no en todo igual. Y además te quisiera preguntar, Eclesiastés, ¿qué desearías escribir, ahora, de nuevo bajo el sol? ¿Algo con qué completar tus ideas, o tal vez tienes la tentación de negar algunas de ellas? En tu poema anterior concebiste también la alegría, y ¿qué hay del hecho de que resulte ser tan pasajera? ¿Tal vez sobre ella va a tratar tu nuevo poema bajo el sol? ¿Tienes ya algunos apuntes o primeros esbozos? Pues no dirás ``ya he escrito todo, no tengo nada que añadir''. Esto no lo puede decir ningún poeta, y mucho menos uno tan grande como Tú.

El mundo, a pesar de cualquier cosa que podamos pensar sobre él, espantados por su inmensidad y nuestra impotencia ante él, amargados por su indiferencia frente a los sufrimientos particulares de la gente, de los animales y tal vez de las plantas -ya que ¿de dónde proviene la certeza de que las plantas están libres de sufrimientos?-; a pesar de cualquier cosa que pensemos sobre sus espacios atravesados por la radiación de las estrellas, alrededor de las cuales se empieza a descubrir algunos planetas -¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe-; a pesar de cualquier cosa que pensáramos sobre este teatro inmenso, para el cual tenemos un billete de entrada pero su vigencia es ridículamente corta, limitada por dos fechas decisivas; a pesar de no sé qué cosa más que pudiéramos pensar sobre este mundo: es asombroso.

Pero en la expresión ``asombroso'' se esconde una trampa lógica. Nos causa asombro lo que sobresale de la norma conocida y comúnmente aceptada, de una obviedad a la cual estamos acostumbrados. Pues bien, un mundo así, obvio, no existe. Nuestro asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación de ningún tipo.

De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como ``la vida común'', ``los acontecimientos comunes''... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo.

Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo.


© The Nobel Foundation

Traducción: Krystyna Libura y Arturo Viveros