TONGOLELE, MEDIO SIGLO
Arturo García Hernández Ť El 25 de julio de 1947 nació profesionalmente uno de los personajes más intensa y prolongadamente discutidos del espectáculo en México y en otros países: Tongolele. Debutó como tal en el teatro Tívoli y desde entonces se erigió en motivo de admiraciones multitudinarias y, también, de airados rechazos. Emblema de una época, la bailarina ha trascendido modas y sexenios apoyada en una ejemplar vergüenza profesional y en la innegable vigencia de su arte. Como recordatorio de la efemérides y modesto homenaje a su trayectoria, ofrecemos aquí un breve adelanto del libro No han matado a Tongolele, biografía que en breve comenzará a circular, coeditada por Grijalbo y La Jornada, con prólogo de Carlos Monsiváis.
En 1948 Tongolele consolida su reinado sobre la ciudad: sus noches y sus días. Al tanto de la conmoción que provocó en el Club Verde y aprovechando la ausencia --por vacaciones-- de Rosita Fornés, al finalizar enero Américo Mancini presenta nuevamente a Tongolele en el Tívoli. El furor. La capital del país se desvela y amanece invadida hasta el aturdimiento por las extrañas y juguetonas resonancias de una palabra: Tongolele. Tongolele en los periódicos. Tongolele en las portadas de la revistas. Tongolele multiplicada en cientos de carteles que se disputan los muros de la ciudad con los anuncios de box, toros y lucha libre. Tongolele va de boca en boca por cafés, restaurantes, cantinas, fiestas, reuniones. Desde las marquesinas de los teatros a las de cabarets y a las carteleras cinematográficas.
Se ha desatado el tongolelismo y en un inútil esfuerzo para contrarrestarlo, las autoridades eclesiásticas reparten volantes a las puertas de los teatros o los arrojan desde una avioneta sobre la ciudad para advertir: será excomulgado todo aquel que cometa el mortal pecado de ver y aplaudir a Tongolele.
El nombre preside las aglomeraciones, ristras interminables de parroquianos que se sobreponen al frío convocados por el retorno triunfal de la bailarina al Tívoli. Filas que reptan de las puertas del teatro hacia la noche de Santa María la Redonda, entre disputas enconadas o ruegos por un boleto, órale aunque sea uno. Los revendedores son depositarios de la última y onerosa esperanza. Inermes policías caen atropellados por la muchedumbre. En la puerta del teatro, lujosos autos negros delatan a políticos y millonarios, cazadores frustrados que inundan el camerino con suntuosos regalos-carnada para la mujer más admirada y deseada de México. De ese tamaño.
Adentro la expectación impaciente apresura las actuaciones de María Luisa Landín, de Manuel Medel, de Gonzalo Curiel, de Fernando Fernández... Por fin: ¡tam-tam-tam-tapam! manos castigan tambores, ¡tam-tam-tam-tapam! sobre pies diminutos, piernas blanquísimas y torneadas, levitando hacia las tablas, se pone a la vista del azoro: ¡pero si es casi una niña! ¡tam-tam-tam-tapam! Piel ebúrnea, ojos azules sutilmente rasgados, labios pulposos, melena negra flameada con mechón blanco, ¡tam-tam-tam-tapam!, geometría sin aristas ceñida por un bikini, ombligo cautivador como el guiño de un ojo, descalza y sin mallas ¡tam-tam-tam-tapam! ¡tam-tam-tam-tapam! ¡tam-tam-tam-tapam! Los protagonistas de la romería exterior ya sobre el filo de sus butacas se pasman en un silencio de respiraciones contenidas, en miradas inmensas, inmovilizados.
Cinco minutos, o menos, tiene la incredulidad para comprobar la existencia de Tongolele: cadera trémula (vertiginoso vuelo de colibrí), felino de zancada ingrávida, cuerpo que se unta al piso con suavidad de pluma, gracia de flamingo erguido hacia el cielo, rostro sereno, distante, ni una sonrisa, manos ondeantes de elocuente autonomía, danza nunca vista. Cinco minutos o menos. ¡Ya!
Ni tiempo hay para el aplauso. Onfalia, mujer-diosa griega, ``la del hermoso ombligo'' (palabras de Gutierre Tibón) huye del escenario y sólo queda el recuerdo de un sueño breve y placentero evaporado antes de que nadie se mueva, antes que el silencio se deshaga en murmullos, antes que vuelvan a su sitio los pensamientos que desacomodó la sorpresa.
El retorno de Yolanda Montes trae al Tívoli una largamente esperada bonanza económica. Su presencia en marquesinas y carteleras teatrales está animando al espectáculo en general. El decaimiento que a fines del 47 cerró varios teatros, ahora se troca en optimismo, nacido y estimulado por el éxito de Tongolele. Para contrastar y distanciarse del fenómeno Tongolele, o para imitarla y beneficiarse de sus triunfos, otros recintos teatrales modifican sus programas e intensifican sus actividades. Hasta Palillo, puntual cronista de la farándula, cambia el pesimismo de hace meses y anota en su columna ``Astillas'' del 21 de marzo en El Redondel:
``En todo el norte como también en todo el sur, se habla de quién será esa mentada Tongolele... ¡La que armaste chaparrita! ¡La que armaste! (...) Ahora que esa condenada Tongolele tiene enorme mérito: nadie desconoce que ella es la que tiene sobre su nombre y sus cualidades el `movimiento' teatral de México? Porque qué caray, palabra que movimiento sí lo hay... Anoche era una de tumultos en los pórticos del Tívoli y el Follies, que daba gusto. Y claro, la berrendita es la que ha sacado a la gente de los cines, para morbosa o curiosamente ir a conocer sus cualidades montadas en balero y con caite del 35. ¡Es la época tongolélica y tenemos que tongolelizarnos, qué caray! Hasta el Doctor IQ en su próximo programa mete un trabalenguas: la simpática Tongolele se quiere destongolelizar, el que me la destongolelizare, buen destongolelizador será...''
Poco, muy poco le dura a Américo Mancini el gusto de ver --función tras función-- atiborradas las gradas del Tívoli por los admiradores y ¡admiradoras! de Tongolele, y afuera la gente todavía peleando por un boleto. De enero a abril de 1948 la bailarina alterna en ese teatro con artistas de indudable calidad: el popular cómico Roberto El Panzón Soto y su hijo Mantequilla, Andrea Palma, Olga Guillot. Pero es Tongolele, sin competencia, quien arrastra a la gente al recinto de la calle Libertad.
Experiencia, intuición y malicia no le sirven al empresario italiano para advertir que su mayor luminaria, su mina de oro, ya está en condiciones de emprender el vuelo por sí misma, que el Tívoli necesita más de ella que ella del Tívoli. La descuida, la relega en los créditos a pesar de la aceptación del público, promete pero no cumple aumentos salariales. Craso error.
Desde el vecino teatro Follies, el empresario César El Chato Guerra permanece atento, acechante. Si meses atrás se dio el lujo de no incluirla en su programación, ahora tiene la certidumbre de que el fenómeno Tongolele no es flor de un día y empieza a trabajar para el regreso de ``la berrendita'' al Follies. La visita continuamente en su camerino del Tívoli. Mancini y asociados presienten que su rival trae algo entre manos pero no imaginan qué es. Mancini aprecia el éxito de Tongolele, sigue sorprendido de la rapidez de su encumbramiento, pero parece creer que se trata de algo a fin de cuentas temporal.
A la primera oportunidad, Guerra da el golpe:
--¡Mira Yolanda, date cuenta! Tú eres la que está llenando aquí. ¡Andale, vente al Follies y te doy primer cartel y mil pesos diarios! ¡Mil pesos diarios!
Es un dineral. Dada la situación, no hay mucho que pensar. Yolanda acepta incrédula, pero ciertamente complacida.
Américo Mancini prepara el relevo de Tongolele en el Tívoli: Su Muy Key, bailarina y vedete, hermana de Margo Su. ``No me importa que se vaya Tongolele --alardea el empresario--, soy especialista en lanzar ombligudas a la popularidad''. Mancini cree tener descifrada la clave del éxito de Tongolele. Su lógica es simple: un nombre extraño, más una cara hermosa, más un cuerpo inquietante, más una danza diferente, igual a é-x-i-t-o. No ha comprendido los valores intrínsecos de las danzas de Tongolele, su autenticidad, el impulso íntimo, profundo, que anima cada uno de sus pasos, la fuerza de la que nacen. Es decir: la verdad de su baile. Piensa por eso que será fácil sustituirla: sólo es una exótica. Y en estricto apego a la definición del diccionario, Tongolele sí es una artista exótica: extranjera, peregrina, rara, extraña, singular.
Así, como hongos tras la lluvia, siguiendo el ejemplo de Mancini, en teatros y cabarets brotan hasta ser plaga las ``exóticas'', originales unas aunque de menor impacto. Y otras, simples remedos de Tongolele. Las marquesinas se llenan de nombres como Kalatán, Krumba, Yadira, Turanda, Isora, Brenda, Yara, Tana Lynn, Manuhia, Aloha, Kyra, Tsiu Tsiu, Gema, Tanabonga, Xtabay, Yumina, Tara, Frine, Tailuma... Frente a tal nomenclatura, el escritor Rubén Salazar Mallén ironiza en Jueves de Excélsior:
``Las bailarinas que enseñan sus carnes en los escenarios de México, usan ahora, por parecer exóticas, nombres de perritas pekinesas, o que de tales parecen... Es una ridícula colección de sonidos que nada evocan, que no hablan de lejanías, ni de tierras extrañas. Y uno se pregunta si en casa estas pobres muchachas no se llaman, por ejemplo, Petra López o Josefina González, cualquier cosa así. Y se pregunta uno también si creerán que usando seudónimos de perritas pekinesas piensan tener mayores merecimientos.''