a Blanche, con admiración
A Fernando Savater no le bastó que con el asesinato del concejal Miguel Angel Blanco la ETA cometiese suicidio político. El quiso, además, ``explicar''. Y así, en ``El hallazgo de la tribu perdida'' (artículo publicado por La Jornada Semanal , 13.7.97) embistió contra un Premio Nacional de Periodismo de México para desacreditar la excelente crónica ``País Vasco: negociar ¿misión imposible?'' (Perfil de La Jornada, 16.6.97).
El discurso del conocido autor de Cómo ser filosofo sin perder la alegría (Ed. Kenigsberg, Bilbao, 1971) confirma la vocación de muchos ``pensadores'' de nuestros días: simular que ocurre lo que pasa para desfigurar y desnaturalizar la magnitud de los conflictos que se viven. Algo que el tupé literario de Savater, embozado en el pasamontañas de su sempiterna sonrisa, domina plenamente. Para esto, se necesita talento.
Dice el consagrado: ``Cuatro miradas sobre la ETA de hoy recogidas por La Jornada eran las de un periodista nacionalista, antiguo director de Egin, un comando terrorista retirado, un abogado de presos etarras y un dirigente de Herri Batasuna''. Si mal no recuerdo, tal era el lenguaje utilizado por los columnistas del viejo Pravda cuando querían acabar con alguien que después terminaba en Lubianka. Los servicios de inteligencia, muy agradecidos: la ``inefable'' Blanche Pietrich, una de las voces más honestas y autorizadas del periodismo latinoamericano, recurrió a fuentes de información del terrorismo para elaborar su reportaje. Cosa que es mentira. ¿Mas quien lo dice? El que más vende, lo que no está mal. Sólo que en nuestros días el más vendido suele monopolizar la verdad. Pero ``inefable'' quiere decir `` sin palabras''. Palabras que omitiremos para no decir cosas feas del filósofo dominical de El País.
En América Latina acciones como las de ETA son conocidas. Basta recordar el asesinato del poeta Roque Dalton y de la comandante Ana María en las filas del FMLN de El Salvador, las decenas de luchadores sociales asesinados por Sendero Luminoso en Perú y otros hechos de la ``justicia popular'' cuya ideología surgió del socialismo militar del ruso Netchaiev, fundador de la ``Sociedad del Hacha'', antes que del Comité de Salud Pública de Robespierre.
La delación inducida de Savater demuestra que, desde el delirio sectario de una banda o las páginas del cinismo superdemocrático, el desprecio por el otro es una hidra de mil cabezas. Pues si a los extremistas de ETA le descargan ahora 220 voltios en los testículos con la bendición de ``seis millones de españoles'' Savater escribirá, vinito de por medio, un sesudo artículo sobre la ley del sacrificio: ``Los violentos olvidaron al magnánimo: ojo por ojo..., etcétera.''
Sin embargo, es ley que cuando la izquierda se autodestruye cada vez que emplea los métodos de la derecha, la derecha corre al centro y dicta cátedra sobre temas caros a la izquierda: democracia, ética, moral, tolerancia, libertad. Pero como en la práctica estos valores le suenan raros, no le queda más que recurrir a sus ayudantes de cátedra: los sofistas de la ``imaginación alegre'' y, de pajes, la peligrosa especie de los izquierdistas arrepentidos.