A Jorge Alberto Manrique, con afecto
Ahora la noticia no llegó la Toluca sino de Santa Bárbara, California, donde se dieron a conocer dos versiones de la Protesta de la fe y renovación de los votos religiosos de Sor Juana Inés de la Cruz, sentencia que, al final de su vida, la obligó ``a abjurar de sus errores, confesar sus culpas y ceder su biblioteca y sus bienes'' al obispo Francisco Aguiar y Seixas. La primera versión (1695) fue impresa por el clérigo días después de la muerte de la poetisa, mientras que la segunda se incluyó como apéndice en el Testamento místico (1707) del jesuita Antonio Núñez de Miranda, su confesor.
Estos documentos, resultado de un proceso que en realidad fue ``un acto de intimidación absoluto'' contra Sor Juana, fueron localizados en archivos estadunidenses por Elías Trabulse, quien los presentó como parte de su ponencia sobre El silencio final de Sor Juana, dentro del espléndido congreso Sor Juana y Vieira, trescientos años después, que se llevó a cabo el 6 de junio en la Universidad de California, con la participación, entre otros, de Richard Vernon, Sara Poot Herrera, Enrique Martínez López (quien viene realizando una reveladora investigación en archivos portugueses) y María Agueda Méndez. Dicha ponencia la podremos leer muy pronto, ya que Alberto Dallal la rescató para la revista Universidad de México. Ecos de aquella memorable sesión son, también, las entrevistas que ha venido publicando Antonio Bertrán en el diario Reforma, y que no dejarán tranquilo a más de un ``sorjuanista'' mexicano.
Paralelamente, el sábado 7 de junio se realizó otro breve coloquio en Los Angeles, éste titulado Finezas de una crisis: Sor Juana Inés de la Cruz, patrocinado por la revista Encuentro México-USA y el consulado general de México en aquella ciudad. En dicho encuentro fue presentada una nueva edición --primera en el extranjero-- de la Carta de Seraphina de Christo (1691), dada a conocer por el propio Trabulse en 1995 y editada facsimilarmente por el Instituto Mexiquense de Cultura en 1996.
Esta segunda edición, aunque no reproduce el facsímil, trae como novedad --además de un generoso prólogo de Sara Poot-- un apéndice documental que incluye la dedicatoria del Sermón panegyrico. La fineza mayor de Francisco Xavier Palavicino Villarasa; la censura inquisitorial de dicho sermón por fray Agustín Dorantes, y la querella de Francisco de Deza y Ulloa, inquisidor fiscal. Los tres testimonios fueron localizados en el Archivo General de la Nación.
Si bien la tesis sobre la ``fineza mayor'' de Palavicino difiere de la planteada por Sor Juana en su Carta Atenagórica (1690), la importancia del documento (pronunciado seis días antes de que apareciera la Carta de Serafina de Cristo) radica en los elogios que vierte sobre la monja dentro de su texto. Esto provocó que los calificadores consideraran indigno al Sermón, por ser --según ellos-- ``una adulación y aplauso de una monja religiosa'' no bien vista, en esos momentos, por los teólogos novohispanos. El malestar aumentó con la posterior aparición del tomo segundo de las Obras de Sor Juana (Sevilla 1692), que incluía la Crisis sobre un sermón, título original de la Atenagórica.
El enfado inquisitorial se refleja claramente en la querella de Deza y Ulloa, quien denuncia que Palavicino, ``con poco temor de Dios y en ruina de muchas almas cristianas, predicó un sermón en el convento de religiosas del Señor San Gerónimo (...) en que se contienen doctrinas nuevas temerarias y absurdas (...) dirigiéndose todo el sermón a una adulación y aplauso de una monja religiosa de dicho convento''.
Tal como escribe Sara Poot en su prólogo, a semejanza de la carta ``caracol'' publicada el primero de febrero de 1691, Elías Trabulse ``ha ido trazando una espiral de información'' documental que va dando inusitadas sorpresas, y que augura muchas más. Los actores siguen en escena: Manuel Fernández de Santa Cruz, Antonio Núñez de Miranda, Francisco Aguiar y Seixas, Antonio Vieira, Francisco Xavier Palavicino Villarasa y, claro, Sor Juana/Serafina de Cristo.
El ``silencio final'' impuesto a la monja jerónima duró 300 años, al igual que permanecieron ocultos los textos ya rescatados. ¿Por qué hasta ahora están apareciendo? Quizá porque la sabia Sor Juana encontró, por fin, refugio en una nueva sonrisa.