¿Quién que la vio podrá jamás olvidar aquella mirada terrorífica que dirige la devoradora serpiente de celuloide a los protagonistas --Jon Voight y Jennifer Lopez-- de Anaconda, filme realizado en 1996 por Luis Llosa? A partir de aquel momento memorable, pleno de amarillentas vibraciones, decidí escribir este texto a propósito de las agresiones del mundo animal que de una u otra manera recoge el cine. Líneas que obligatoriamente deben comenzar con aquel verso de Rilke: ``Y la mirada animal advierte enseguida que no estamos muy seguros en este mundo''. Esta idea del poeta expresa una antigua angustia del hombre.
Los pájaros (1963), de Alfred Hitchcock, es una muestra mayor de esta preocupación. Basada en un relato de Daphne du Maurier, la cinta se inicia en tono de comedia, en una pajarería de San Francisco, con una escena intrascendente entre una joven rica (Tippi Hedren) y el joven (Rod Taylor) a quien poco después reconocerá en el pueblo --Bahía Bodega-- al que acudía. Inexplicablemente, cruzando la bahía en bote, es atacada por una gaviota; la pajarería de la secuencia inicial era una premonición del desarrollo ulterior de la trama: el mundo de las aves se proponía destruir al de los hombres.
En El perro de Baskerville (1959), adaptación de la célebre novela de sir Arthur Conan Doyle a cargo de Terence Fischer, un mastín vengador vaga envuelto en llamas y sediento de sangre por los páramos que rodean la mansión de los Baskerville. Y ya que de monstruos hablamos no olvidemos El fantasma de la calle Morgue (1954), filme en 3-D dirigido por Roy del Ruth, en que el ejecutor de los asesinatos era un gorila. El tema de la bestia, latente en la cinta de Roy del Ruth, fue el eje de uno de los clásicos del género, King Kong (1933), de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Recordemos el final de la película, precisamente la secuencia que muestra al gorila sembrando el pánico en Nueva York, y posteriormente encaramándose en un rascacielos en cuya cúpula será abatido. Pero recordemos también una sorprendente escena erótica, cuando King Kong desceñía con infinita ternura los ropajes de la bella (Fay Wray). Entonces, en King Kong y posteriores remakes (entre otras El gran gorila, 1949) contemplamos a un ser salvaje originalmente bondadoso, pero de pronto colérico a causa de la estupidez humana que le predispone a la destrucción.
Ahora bien, hay películas que manipulan una temática entre satírica y fantástica respecto a los mundos animal y humano. Por ejemplo: La isla de las almas perdidas, de Erle C. Kenton, que adapta una novela de H.G. Welles: La isla del doctor Moreau, en cuyo contexto un sabio crea hombres con animales; pero en estos humanoides reparecían los rasgos de la bestia original; o La ciudad sumergida, de Tourneur, que aborda el tema de los seres híbridos de hombre y animal. En este caso los supuestos hombres peces, misteriosos habitantes de las profundidades que en la noche se aventuran subrepticiamente en Tierra.
El más célebre de los seres mixtos de hombre y animal es el hombre lobo, que acorde con la tradición era un personaje positivo, víctima involuntaria de un mal que lo convertía en ejecutor de crímenes. En las noches de luna llena, pedía ser encadenado para evitar que sobrevinieran desgracias. Curiosamente, las cintas centradas en este personaje han sido poco numerosas; entre otras, ahora se me viene a la memoria The curse of the were wolf, realizada por Terence Fisher en 1961.
Para concluir este breve acercamiento al mundo animal en la cinematografía, citemos dos comedias. En una de ellas el protagonista (James Stewart) dialoga con un conejo imaginario (Harvey, 1951, de Henry Koster); en la otra, de Vicent Minnelli,, el actor principal se transforma en perro. (Goodbye, Charlie, 1964). Sin embargo, estas cómicas desviaciones no desvirtúan el tema central de este texto: el mundo animal constituye una asechanza. Recordemos Tiburón, de Spielberg; La mosca, de Cronenberg; y Marabunta, de Haskin