La Jornada miércoles 30 de julio de 1997

Rolando Cordera Campos
Estamos en problemas

Las elecciones de julio produjeron un vuelco de gran importancia en la opinión pública internacional sobre México. Al calor de la gesta electoral y de su limpieza, así como de sus resultados concretos, de la pluralidad alcanzada y confirmada, arrancó una nueva ronda de ``celebración'' de México.

De Londres a Chicago, pasando por el siempre rejego New York Times, todos, casi al unísono, han hablado sin cesar de la ``nueva tonada mexicana'', de los poderes tan desconocidos cuanto taumatúrgicos del presidente Ernesto Zedillo, un verdadero ``verdugo de dragones'' en palabras de Jack Sander, de la Bolsa Mercantil de Chicago; de los renovados atractivos que para el país ha traído la democracia flamante y, ahora sí, creíble. Puede decirse que, en efecto, México está frente a una nueva oportunidad para sintonizar sus logros e ingentes necesidades con las expectativas del entorno globalizador.

Los logros del 6 de julio son, pueden ser, en efecto públicos que jueguen en favor de mejores panoramas y horizontes para el desarrollo nacional. La celebración internacional del arribo democrático, junto con la apertura efectiva del sistema político producen confianza interna y foránea, ese bien tan escaso y que con tanta alegría han dilapidado las clases dirigentes en el pasado. No se contaba con ella antes de la elección y, en este sentido, de concretarse en inversión y toma de riesgos por los mercados, la política democrática podría empezar a mostrar sus implicaciones positivas no sólo para la política misma, que ya es bastante, sino para el desempeño económico de México.

Junto con lo anterior, hay que señalar también que en Estados Unidos se abre paso una ola impetuosa de crecimiento económico que está llevando a pensar a muchos que se abre para la economía internacional una nueva época de avance, encabezada por la de nuevo portentosa economía del vecino norteño. De ser así, podemos esperar para nosotros un panorama alentador en materia de exportaciones y decisiones de invertir por parte del exterior. El ahora un tanto bocabajeado Tratado de Libre Comercio (TLC) podrá esperar tiempos mejores en expectativas y realidades contantes y sonantes.

Y, sin embargo, hay que decir y admitir que estamos en problemas, mismos que la celebración de la fiesta democrática en curso podría agrandar hasta convertirlos en un escenario ominoso. La situación descrita es propicia para mejorar nuestra economía política, pero no es algo dado, una especie de bendición a la que estemos destinados, luego de haber cruzado el desierto. Es, con todo y su importancia y peso, una posibilidad que puede volverse realidad a condición de que aquí dentro, en nuestra economía y en nuestra política, sepamos aprovecharla. Es una expectativa real y realista que sólo se volverá progreso económico cuando se pongan en tensión los músculos de nuestra planta productiva, y todos, gobierno y empresa, pero también y desde luego el trabajo, vuelvan a hacer del desarrollo tarea central y compartida, asumida y creída seriamente.

Sacrificios y paciencia ha habido y muchos, en estos duros años de penuria y adversidad de todo tipo. Lo que no ha habido es una clara disposición de los grupos dirigentes a arriesgar con su inversión en favor de una economía mejor y más robusta, ni un compromiso real de las capas económicamente favorecidas con la creación de una sociedad en verdad incluyente, en la que la equidad se vaya volviendo una auténtica forma de ser del conjunto nacional mexicano.

Hoy gozamos la realización del compromiso democrático. Y ello nos ha puesto en otra tesitura, hacia adentro y sobre todo en nuestras relaciones externas. Pero sin el otro compromiso fundamental de cualquier sociedad moderna, que tiene que ver con la creatividad productiva, al igual que con el bienestar social generalizado, no podremos aprovechar las oportunidades que ahora surgen pero que requieren de un país decidido a innovar económica y socialmente.

Las elecciones abren puertas y nos permiten avistar patios amables de convivencia, pero no resuelven por ellas mismas las tareas del compromiso social ni los que tienen que ver con nuestra mermada y acosada seguridad pública, nacional y privada. Materializar el clima simbólico de la democracia en formas auténticas de cooperación económica y social pasa ahora, inevitablemente, por la reconstrucción, tal vez habría que decir que por la invención completa, de un Estado que basado en el derecho pueda a la vez ofrecer a la sociedad nacional e internacional garantías ciertas de vida pública e individual tranquilas, con resguardos reales frente a los remolinos de criminalidad organizada que acosan al mundo entero y que a nosotros simplemente no nos quieren dar un mínimo respiro.

Es preciso que los flamantes actores de la democracia en estreno se aboquen a deliberar en torno de estos angustiosos temas y problemas. La celebración terminará pronto, porque los certificadores de toda laya afilan ya sus bisturíes y machetes al calor de los escándalos sobre el frágil tejido de nuestros cuerpos estatales encargados del orden y el combate al delito mayor y organizado. Con todo y la democracia, e incluso so pretexto de su defensa, la sombra de nuevos reclamos por un protectorado está a la vuelta de la esquina.

Estos son algunos de los desafíos mayores para nuestra política democrática, hoy todavía gozosa y hasta exuberante, por lo menos en los discursos de uno u otro triunfador. Hay que hacerles frente pronto y lo mejor que se pueda, con los mecanismos e instituciones que se tengan a la mano. Las oportunidades como vienen se van, pero la nuestra no puede ser la historia interminable de las oportunidades desperdiciadas; son muchos los pendientes y muchos más los que necesitan que las cosas se pongan bien y para ya.