El ejercicio de la mayoría legislativa ha sufrido un cambio súbito. De aquí en adelante, su eficiente desempeño y formación requerirá de un ingrediente adicional al recuento acostumbrado: el apoyo continuo de la ciudadanía. Para lograr tal cometido es preciso llevar al espacio público las discusiones y disputas partidistas para que puedan ser asimiladas, comprendidas y tengan la resonancia debida entre la población. El tiempo de los silencios, las consignas irreductibles, las prisas y los discretos arreglos tras bambalinas tendrán que aceptar las dosis de intervención que el electorado impuso a los partidos el 6 de julio pasado.
La cantidad de curules que ocupará cada grupo parlamentario en la Cámara ya no garantiza el pase indiscutido de las iniciativas. Sin embargo, los números seguirán teniendo un peso nada despreciable y, por tanto, el juego de alianzas para amarrar los votos mínimos será la constante. Pero el asunto no se terminará, como en el oneroso pasado, con el mayoriteo ante las desavenencias y las instrucciones inapelables que despreciaban la inteligencia y las aportaciones colectivas. La cordura, el juicio y las posturas individuales, los mandatos de la elección, los compromisos con ideales, formas de ser y visión de futuro de todos y cada uno de los legisladores ocuparán el lugar que la disciplina, la sumisión y una concepción equivocada de la lealtad les fueron incautando y que indujeron la indiferencia y el enojo popular.
Por otro lado, los desplantes escénicos seguirán teniendo su importancia en el crucial proceso de construir mayorías. La forma también es fondo en estos menesteres. No pueden negarse, y sí aprovechar, las oportunidades para hacerse ver y escuchar. Un ejemplo de ello lo encontramos en el relleno que Porfirio Muñoz Ledo ha llevado a cabo para poner, al alcance del público, la agenda legislativa de su fracción parlamentaria.
Muñoz fue el primero en salir al aire y dar una formulación a sus intenciones que resultó atractiva, por aceptable a la búsqueda de salidas, para una capa creciente de personas. No sólo dio un golpe ventajoso para lograr respaldos masivos a sus posturas y proyectos, sino que se ha venido erigiendo, por su propia voluntad y la ausencia de los demás actores, en el líder ``de facto'' de la Cámara. Tal figura ahora tendrán que disputársela aquellos que quieran y puedan hacerlo. Para ello será preciso cumplir varios requisitos.
Uno hace referencia a la calidad de los contenidos de sus avances o contrapropuestas, para que puedan enlazarse con el auditorio y sus necesidades y aspiraciones. El otro estará dado por la habilidad con la que tal paquete sea puesto al alcance de los atentos seguidores de la cosa pública que, con el paso de los días, aumentan en dedicación y cantidades. Es decir, la oportunidad del esfuerzo comunicativo es ya, y lo será todavía más en el futuro, un indispensable trámite a cumplir. Que lo pueda redondear con mejor atingencia e imaginación tendrá un poderoso sustituto a los números que, a lo mejor, no haya obtenido en el formal reparto de asientos camarales.
La política salió de lleno a la calle y no se ve ningún obstáculo, lo suficientemente espeso, para que la vuelvan a enclaustrar entre las estrechas paredes de palacio, los bancos, fábricas, bufetes de notables y comederos exclusivos. Tener la razón, en cuanto a la conexión debida con las necesidades ciudadanas, será, como siempre, un punto básico.
Pero de manera adicional habrá que desarrollar todo un proceso de interconexión que permita la activa y sin duda indetenible participación de los electores. La cultura ciudadana va tomando el diseño que anduvo buscando durante estos difusos pero consistentes años de la transición democrática. Unos lo han captado porque se han nutrido de sus vicisitudes y anhelos, porque han venido atendiendo a sus pulsaciones y han sido parte consustancial de sus desvelos, penurias y castigos. Otros, como los burócratas hacendarios y sus contrapartes del mundo financiero interno, se resisten a cambiar su lógica de privilegiar los enfoques impuestos por los grupos de presión y no por la ciudadanía. Lastima que muchos personajes del oficialismo que cuentan con el equipamiento suficiente para entender los vientos que soplan, y hasta para mejorar su desempeño, no puedan ajustarse a un ambiente que sería conveniente para ellos y para la nación.