Bernardo Barranco V.
¿En qué creen los que no creen?

Creer es la aceptación de la trascendencia y de la gracia de Dios. El modelo de fe en el Antiguo Testamento es Abraham, quien aceptó a Dios como su Señor y con obediencia salió de su patria, dejó prácticamente todo y viajó sin rumbo certero hacia la ``tierra prometida''. Este modelo radical de creencia, bajo la modernidad ha desaparecido prácticamente. Actualmente, en la cultura se percibe una nueva sensibilidad por lo religioso, sin embargo en los hombres y las mujeres de cultura las señales son encontradas. Por ello, el diálogo que establecen Umberto Eco y el papable Carlo María Martini en el libro: ¿En qué creen los que no creen?, de Editorial Taurus, 1997, resulta atractivo, porque enfrenta a la sensibilidad laica culta con la fe tradicional. Umberto Eco, de todos conocido, medievalista, autoridad en semiótica y novelista, comparte sus dudas y críticas con el cardenal Carlo María Martini, jesuita, arzobispo de Milán. Martini, heredero del Papa Paulo VI, asume los riesgos del diálogo con la cultura moderna desde su complejidad. Martini es, por tanto, montiniano intelectualmente y es claro que tiene diferencias de las certezas doctrinarias del actual Papa Woytila.

El libro resume las inquietudes, las dudas, los pánicos y los regresos de una generación sesentayochera encarnada en Umberto Eco. En éste se siente un amargo sabor pesimista de la realidad, su sensibilidad apocalíptica raya en un trágico fin de historia; en Umberto Eco se perciben matices trágicos sobre el futuro de la humanidad. Como en El nombre de la rosa, Eco establece un diálogo entre la razón de fe y la razón moderna, cuestiona a la Iglesia su cerrazón frente a cuestiones de la cotidianidad moderna como la penalización del aborto, el sacerdocio femenino, la homosexualidad, etcétera, y reivindica la posibilidad de ejercer una religiosidad laica y con matices levinasianos, se abre al Otro en busca de una nueva ética. Por su parte Martini, a pesar de que se propone hablar como hombre de razón, nunca deja su investidura pastoral. A pesar de Eco, como buen jesuita responde con maestría, muchas veces sin responder; sin embargo, aplaca el tono catastrofista de Eco, mostrando que en el Apocalipsis caben otras lecturas, principalmente las utópicas que profetizan un futuro mejor. Martini relativiza los temores milenaristas de Eco y le propone la esperanza cristiana. En delicado contrataque le pregunta cómo puede vivir un no creyente su ética y su verdad sin sustento de la trascendencia.

El texto reviste una singular importancia política en Italia, porque la gobernabilidad está atravesada en este momento en el país por la colaboración entre poscomunistas y cristianos progresistas de la democracia cristiana. A pesar de la gratuidad del diálogo epistolar entre Martini y Eco, en el transfondo existe un intenso debate de colaboración fronteriza que está cargado de viejos recelos y desconfianzas mutuas. Finalmente también se percibe, en el texto, un regreso quizá de muchos posmodernos cincuentones a temas religiosos, a la búsqueda de nuevos relatos micros y macros inspirados en las viejas tradiciones religiosas. Uno se queda con la duda, después de leer el libro, si en realidad Umberto Eco alguna vez dejó de ser católico neotomista. En esa línea se inscribe otro texto, escrito por Gianni Vattimo, cuyo título igualmente paradójico es Creer que se cree. Y bajo la coordinación de Jacques Derridá, aparece otra obra titulada La religión, que reúne ponencias de un seminario en Capri 1994. Aquí se abre un nuevo puente de diálogo entre los posmodernos con el Absoluto, ante la incrédula mirada de muchos católicos que no acaban de entender los dilemas, los esencialismos y vaivenes de una generación que los años 60 y 70 juraron haber sepultado a Dios.