Aline Petterson se consagra como una de las mejores escritoras mexicanas. Un fluir psíquico desbordado se le vuelve palabra y la palabra escritura en su más reciente novela La noche de las Hormigas, que se disfruta intensamente a pesar de los múltiples hilos que se tejen, destejen y se tornan inasibles en uno de los grandes relatos de la narrativa mexicana actual.
Configurado en tres dimensiones que confluyen en los momentos agónicos del personaje central, conjuntan a su vez tres registros que se concentran en su memoria: el del propio pasado, el del fondo mítico griego prefigurado a partir de la capacidad imaginativa, creativa y lírica de Elisa su amante actual --tejedora como Penélope o Aracné-- y el de la ciencia, especialmente la medicina. Los tres entramados por medio de la asociación libre en el monólogo interior del médico protagonista, en el discurso lírico que va dándole forma al tapiz: las bodas de ifigenia del artista y del apofántico, asertivo, de la ciencia. Tres discursos, que a su vez, al entrelazarse ponen en tela de juicio a los oficiales que rigen en los tres registros señalados. Ahí se barajan la teoría psicoanalítica --Freud y Lacan--, los principios regidores de la neurofisiología y los conceptos filosóficos sobre los que se sostienen o deconstruyen comprensiones del debate de la fisiología o, si se prefiere, de la antifilosofía contemporánea, a la vez que se repoetiza, remitiza y reconfigura a la Ifigenia clásica.
Y la memoria, como la gran demiurga, la que posibilita volver a contar --dar cuenta de-- las experiencias y actos creativos más entrañables, inaprehensibles, inefables, del ser humano, en una palabra: la vida, la muerte --darla o quitarla-- el arte, la ciencia... Una revisión montada sobre una reflexión de la propia vida a la vez que, en paralelo, la posibilidad de dar cuenta de lo que implica y constituye la gestación del acto creativo generador de arte.
La noche de las hormigas es un cúmulo de sensaciones y estados de ánimo; recuentos de la memoria y flagelo de los deseos, manantial fluyente de la esperanza y triunfo de la palabra: la palabra que se vuelve grito, recuerdo, razón, discurso, acto, ciencia, arte... Sí, porque el fluir psíquico hecho palabra es el que genera el discurso y da cuenta de sí mismo y de todas sus posibilidades tanto de las pretensiones lógicas insertas en la más absoluta tradición apofántica, cuanto de aquellas sensaciones instintivas --hay quien dice ``animales''-- que la razón no logra sofocar del todo, como los efectos incontrolables o los conocimientos supuestamente salvadores del discurso científico. Y a guisa de contrapunto, el fluir psíquico de la artista, la tejedora de relatos no figurativos en el tapiz, imágenes prodigiosas, bordado de metáforas, metonimias, oximoros..., red extasiada por sí misma y extasiante, autocircunvalación que se teje y desteje en el acontecer de sus propios florilegios verbales.
Creadora y detentadora de discursos varios y diversos, mimetista poética que se devana entre el recuerdo, la fantasía, el oficio de escritora y una enorme sensibilidad artística, Aline Petterson se trama y trama la textura de esta enorme novela corta --noveleta dirían los eruditos-- de forma semejante a la utilizada por la fiel Penélope en la espera de Odiseo. Fiel a su oficio de tejedora de historias, historias de ficción, Aline entrelaza las hebras de su teoría literaria, de su poética y da cuenta del proceso creador, al remitificar, repoetizar, inventar y descubrir (mediante un acto heurístico, dirían los griegos) un texto excelente por su manejo del lenguaje, la estilización de sus discursos, la conformación estructural polifónica del relato, su lirismo y la confluencia de la poesía y la narración; las dos vertientes por las que circula en espera de aquellos lectores que harán posible el eterno retorno a Itaca.