El grupo salinista no gobierna sino manipula, anteponiendo sus intereses no sólo a los del pueblo mexicano sino también a los de sus propios aliados, y todo ello con el objetivo del año 2000: pero muchos no parecen darse cuenta de ello.
1. El proceso de reconversión del régimen mexicano, aceptado por Ernesto Zedillo y los tecnócratas ante la gravedad de la crisis económica, no ha pasado hasta ahora a) de eliminar algunos de los rasgos fraudulentos del subsistema electoral y, como consecuencia de ésto, b) de tolerar la inclusión del PRD, al mismo título que el PAN, como un partido ``institucional''. La naturaleza del poder político no ha cambiado en lo esencial y es por ello preocupante que buena parte de los analistas, en su afán de ser funcionales al poder, hayan festejado lo acontecido el 6 de julio como el cambio democrático y no como un avance limitado, y sobre todo que lo interpreten como una concesión del gobierno y no como el resultado de un proceso de emergencia ciudadana que se está dando en todo el país.
2. El desfase entre lo que acontece en México y lo que se está escribiendo es muy grande, y no es de extrañar por lo mismo la confusión que se está generando sobre la situación política que prevalece.
3. El control que los miembros del grupo salinista ejercen sobre el aparato gubernamental no estaba en riesgo en las elecciones de 1997, y a nadie debería sorprender que éstos sigan confiados en seguir disponiendo del país hasta el año 2000, pero lo que resulta inusitado es la facilidad con la que están legitimando su permanencia en el poder utilizando en su favor los resultados electorales. El reconocimiento de algunos triunfos a la oposición no sólo no debilitó sino que ha terminado por fortalecer a los salinistas (que ahora se asumen como democratizadores), y no ha puesto en riesgo sino que le está dando nuevo aliento a las actuales políticas económicas neoliberales (que son presentadas por ellos todos los días como las únicas posibles).
4. La campaña propagandística del gobierno, que es encabezada por Ernesto Zedillo, y a la que se han sumado periodistas y académicos, con el sentido de que ya vivimos en la ``normalidad democrática'', de que la representación legítima de la sociedad la tienen los partidos y de que por lo mismo la única vía para resolver los conflictos es ``la institucional'' (es decir, la negociación o cabildeo entre los dirigentes de los distintos partidos), entraña en sí un cúmulo de riesgos que aún no se pueden percibir del todo. La lógica de la partidocracia, a pesar de que no lo entienda así la oposición, presupone que sólo a través de los partidos se puede impulsar el cambio, con lo que toda otra forma de hacer política queda excluida, y muy fácilmente puede ser considerada como ilegítima, por no decir ilegal.
5. El discurso oficial tiende como es evidente a desmovilizar a la sociedad, de ahí que pretenda que ya todo cambió y que hay cauces ``institucionales'' para la vida democrática. Al no existir ya ``sistema de partido de Estado' sino una ``normalidad democrática'' (según Zedillo), pareciera que de súbito no hay presidencialismo, los estados y los municipios son libres, la justicia es imparcial, los funcionarios públicos y el Ejército actúan conforme a la ley, el corporativismo y los sindicatos ``charros'' son legítimos, la información de Televisa y de Televisión Azteca es confiable y, lo que es más importante: que el gobierno realiza el programa de gobierno del pueblo de México. No tendrían por lo mismo sentido las marchas y las protestas, pues la única participación política de los ciudadanos debe ser en las elecciones. Y algo más, que tanto Zedillo como los voceros de Bucareli reiteran todos los días: no habría ya razones para el levantamiento armado en Chiapas.
6. El colmo del absurdo del discurso zedillista de 1997 es precisamente ése: el levantamiento del EZLN, que reconoció como legítimo, habría dejado de serlo por el 6 de julio.
7. Los tecnócratas salinistas han sido pragmáticos como todos los políticos mexicanos, y han terminado por cambiar: en función de sus intereses. Aun y cuando se opusieron ferozmente durante años al PRD, y trataron de evitar que Cuauhtémoc Cárdenas llegara al gobierno de la capital, ante lo inevitable buscan utilizar el crecimiento electoral perredista como un dique frente al descontento social y la inconformidad armada.
8. Los dirigentes del PRD, ciertamente apostaron en este contexto a la lógica de la globalización y de la modernización: y si López Obrador señaló en mayo que sólo buscaban quitarle ``lo filoso a las aristas del neoliberalismo'', Cárdenas señaló en julio que él se oponía al ``neoliberalismo a la mexicana'', y tras las elecciones han sido muy cautelosos en sus expresiones frente al gobierno, pero el desafío está ahí. El compromiso de la oposición democrática debe ser terminar con el régimen de oprobio que asfixia a los mexicanos y no sólo refuncionalizarlo.
9. El riesgo de que en los próximos meses se vivan nuevos retrocesos en el aspecto democrático es por todo esto muy grande. Los gobiernos autoritarios terminan por creerse su propia propaganda y mucho más cuando ésta es magnificada en Estados Unidos como acontece ahora. Córdoba, Salinas y Zedillo serán mucho más peligrosos en los tres últimos años del sexenio, pues tienen un claro objetivo (conservar el poder en el año 2000) y se saben apoyados desde Washington.
10. El nuevo escenario político que desde el poder se trata de imponer a los mexicanos, no es como se ve el de la sociedad civil.