En un lugar de La Mancha, dos indígenas se enfrentan a los molinos de viento
Hermann Bellinghausen, enviado, Almuñécar, Andalucía, 31 de julio Ť En este enclave playero, vecino a Granada y de cara a la costa africana, Ahmed Kabbali, de la Asociación Nacional de Diplomados en Paro de Marruecos, propuso a su país como sede del tercer Encuentro Intergaláctico en uno o dos años, lo cual llevaría al Magreb el internacionalismo pro zapatista.
Pero ése, como otros puntos, está por resolverse. Y la gente aquí reunida es muy proclive a discutir, hasta el cansancio, como decimos nosotros.
Haciéndose mutuo eco con la mesa reunida en Ruesta, Aragón, ésta discurre sobre el acuciante problema de los desplazamientos humanos forzosos, y sus compañeras, la violación de derechos humanos y la explotación sexual. También se habla aquí contra la psiquiatría como forma de control social, el uso indiscriminado y casi criminal de fármacos en la medicina dominante.
Uno de los representantes del Congreso Nacional Indígena, Carlos Beas, habló aquí en Almuñécar de la represión gubernamental como ``el nuevo trato'' para los pueblos indios de México.
En esta sede acampan más de 300 delegados del Inter. Dalia y Felipe, delegados del EZLN, empezaron su día en Almuñécar con una reunión de trabajo con grupos de niños de diferentes edades, hijos de algunos asistentes al encuentro. En la ``guardería'' del camping una veintena de niños les mostraron tres cartulinas ilustradas por ellos, que producían un efecto de zoom-out. La primera representaba las tiendas de campaña, los acampantes y las nubes pequeñas del verano andaluz. La segunda era una maqueta donde una torre de cartón dominaba la playa, mientras en la extensión azul de la cartulina flotaban veleros de papel rojo. La tercera representaba un gran sol al centro y alrededor las órbitas del universo. A cambio, Dalia y Felipe les contaron cómo era la vida en la selva.
Hacia el mediodía, los delegados zapatistas visitaron la escuela donde se efectúan las discusiones, y de regreso al campamento hablaron con la prensa. A la sombra de una buganvilia floreciente, Felipe dijo: ``el gobierno estanca nuestra palabra. Por eso salimos del país, para que se conozca lo que decimos, y la pobreza que de por sí existe en todo México''.
Aquí se discuten el uso de drogas, las opciones de sexualidad, la antipsiquiatría y otros temas primermundistas que no pasan cerca de la problemática indígena mexicana. Al respecto, Dalia declaró: ``esas demandas las respetamos porque son de ustedes, pero les pedimos una disculpa si a veces no los entendemos''.
Un reportero, seguramente ``alternativo'', les preguntó si habían tenido problemas para salir de México. A Felipe le ganó la risa, y respondió: ``problemas siempre tenemos. Todo lo que hacemos es problema. El cambio del tiempo, los idiomas que no conocemos, y que todo está muy lejos''. Y agregó: ``para nosotros es un orgullo venir a conocer compañeros que luchan por las mismas cosas que nosotros''.
En la sede de Almuñécar (un topónimo totalmente morisco), aparte de los asuntos del temario, se realizan ``Talleres alternativos'': taichi (``empieza el día con energía''); ``Un espacio para soñar'', ejercicio de cuentacuentos; ``¡Haleup!'', taller de malabares; ``Danzas del mundo'', y ``Echalo to' pa' fuera; teatro'', que ofrece la mesa de trabajo titulada ``Donde Marcos perdió la pipa''.
En algún lugar de La Mancha
En el camino hacia la costa andaluza, la comitiva que ha conducido a la delegación zapatista arriba y abajo del territorio español se empeñó en visitar los molinos de viento. Son gente terca. Una de las furgonetas rentadas en que hacían el viaje estaba tirando aceite, por muy Mercedes Benz que fuera y último modelo. Pero ellos (una andaluza, una aragonesa, un catalán y una castellana, además de un trailero italiano experto en atravesar el continente sobre ruedas) insistieron.
Se hacía tarde, pero les parecía importante mostrar a Dalia y Felipe esas antiguas máquinas para triturar el trigo. En lo que la aragonesa y la castellana llevaban el carro al taller, los otros vehículos desviaron en el autovía rumbo a Madrilejo.
En algún lugar de La Mancha, de cuyo nombre si no te puedes acordar lo encuentras en la Guía Michelín, los zapatistas subieron la colina donde Espartero, Mambrino, Bolero y otros molinos blancos dominan la inacabable planicie castellana, 360 grados a la redonda y hasta perder los ojos.
Saben leer, pero no lo suficiente para haberse encontrado con el Quijote de Cervantes. Sus acompañantes hubieron de explicarles. ``gente rara quería pelear con los molinos de viento'', les iba diciendo Rosario Ibarra. En fin, el famoso episodio quijotesco, citado en una carta del subcomandante Marcos a los organizadores del segundo Intergaláctico, que hasta ahora no habían divulgado.
Así, Dalia se fugó hacia el castillo que acompaña los molinos blancos, mientras Felipe se maravillaba de ese procedimiento tan complicado de quebrar el grano. A sus pies, los sembradíos se llenaban de aire. Un hato de ovejas, un relámpago diurno y una granja al fondo anunciaron la proximidad de la lluvia, que danzaba en curvas grises sobre el cielo blanco.
Al otro extremo, las rojas tejas de Consuegra, el pueblo donde la gente viste las puertas de madera con cortinas de colores extravagantes, hacían arcilla la luz del sol. Entonces, convocado por el verano tal vez, sopló un fuerte viento que agitó las aspas inmensas, en esqueleto, de los molinos. Pero no giraron, las tienen amarradas con unos cables, para que no pierdan su carácter de monumento, meros símbolos, muelas sin alma.
Era un viento para cubrirse de él. Sobre todo porque trajo lluvia. Felipe tuvo que detenerse el sombrero que trae desde Chiapas. El agua caprichosa que no alcanzó a Dalia, caminando con Cecilia Rodríguez, la representante del EZLN, hacia los molinos al otro extremo de la colina.
En la siguiente gasolinera, el empleado de la tienda consideró que esos molinos eran pocos, e informó, con ese educado instinto turístico de los españoles, que hacia el este había un lugar con muchos más molinos. Además, por ese rumbo había nacido Sarita Montiel, y el hecho parecía importarle.