Dicen bien los que aseguran que uno de los mensajes claros del 6 de julio fue el de la improcedencia de las armas. Sólo que este mensaje no es nuevo. Desde las multitudinarias marchas efectuadas a principios de 1994 y que influyeron decisivamente tanto en el gobierno federal como en el EZLN, sabíamos que la abrumadora mayoría de los mexicanos estamos por la paz. Esta misma actitud social fue reiterada en los comicios de agosto de 1994. La participación de la ciudadanía confirmó el camino que ha marcado el pueblo de México: paz digna, democracia y justicia social.
En este mismo sentido, el EZLN ha subrayado públicamente su aspiración a transformarse de una organización político-militar en una organización político-civil. Esta transición, sin embargo, no es automática a partir de los resultados del 6 de julio, importantes pero insuficientes para terminar con las causas que motivaron el levantamiento.
Muchos leen, equivocadamente, que los resultados de los comicios son una forma de darle la espalda a las negociaciones que se realizaban. Suponen que el asunto se reducirá hasta desaparecer o convertirse en una molestia menor. No obstante, en varias zonas de Chiapas la tensión ha aumentado, por lo que es preocupante que se empiecen a escuchar voces que sugieren que debió intentarse la cirugía armada cuando aún era tiempo. Probablemente, como en 1974, se pueda hacer desaparecer por la vía militar o paramilitar a las guerrillas de ahora, pero éstas no son el enemigo, son sólo consecuencia de la desesperación; mientras las condiciones que las engendraron no desaparezcan, el fenómeno tiene todas las probabilidades de ser recurrente, como lo demuestran los últimos 30 años de la historia reciente de nuestro país. A la larga resulta más barato, socialmente hablando, terminar con las causas que tratar de acabar con las guerrillas.
Por otro lado, también es correcta la afirmación de que el EZLN debe valorar el proceso electoral. Junto con él, no estaría mal que también lo evaluáramos los partidos políticos, los gobiernos y los ciudadanos. En principio, el mérito de las elecciones es del ciudadano anónimo. Debemos ser cuidadosos en no caravanear con sombrero ajeno y colgarnos milagritos que no nos corresponden. Una de las muchas lecturas es que los comicios resultaron la confirmación de las aspiraciones de democracia y paz de los mexicanos que por esa vía desaprobaron el uso de las armas, pero también de los asesinatos con tinte político, la inseguridad, las guardias blancas, la falta de compromiso con sus intereses, y el abuso de autoridad.
En este caso concreto del conflicto, es conveniente recapitular en algunos pasajes que ahora parecen lejanos. A principios de septiembre de 1996 se suspendió el diálogo entre las partes. Entonces había cinco condiciones para reanudarlo, mismas que se encontraron atendibles. Inclusive los organismos de coadyuvancia e intermediación lograron algunos avances importantes. El gran desacuerdo provino de los alcances que debe tener la propuesta de reformas constitucionales en materia de derechos y cultura de los pueblos indígenas. La Cocopa presentó una propuesta basada en los Acuerdos de San Andrés que fueron debidamente firmados por las partes el 16 de febrero del año pasado. Como se sabe, dicha propuesta no ha prosperado.
Después de largos meses de deterioro social y político tanto en la zona del conflicto como en el norte de Chiapas, ahora las cosas son más complejas y difíciles de solucionar. Una evaluación objetiva, si tal cosa es posible, demostraría que se requieren muchos más esfuerzos de los que hubieran sido necesarios el año pasado. Varios integrantes de la Cocopa hemos esbozado algunos aspectos a cubrir para avanzar en la distensión y el regreso a las negociaciones, pero incluso éstos podrían ser insuficientes. Los muertos, las guardias blancas, la negación de la gravedad de las condiciones y la desconfianza entre las partes, han erizado de obstáculos el camino de regreso a San Andrés. Revertir la situación en la que se encuentra el diálogo requiere cambios de fondo que generen niveles de confianza entre las partes.
En este sentido, el 6 de julio no tuvo mensajes excluyentes. Fue, en realidad, una invitación para que la normalidad democrática también sea normal en ésos vastos territorios de la República donde los cacicazgos medran con la muerte, el hambre y la pobreza.