Guillermo Almeyra
La paloma moribunda

El gobierno de Israel, desatendiendo con enorme desprecio todas las resoluciones de la Asamblea General de la ONU, está por acabar con el proceso de paz iniciado por las conversaciones de Madrid y los acuerdos de Oslo. Ha creado un clima tal, con la construcción de un túnel bajo los lugares sacros del Islam, con la judaización de Jerusalén, creando allí nuevas colonias o quitándoles los carnets de identidad a los habitantes árabes de la ciudad, para llegar así a la limpieza étnica, con la protección militar a los colonos fascistas y racistas que hacen carteles insultantes contra la religión musulmana y los árabes, que ese terrorismo de Estado engendra paralelamente el reforzamiento de la desesperación y, por consiguiente, del fundamentalismo musulmán que se opone al fundamentalismo judío, llegando incluso al terrorismo indiscriminado.

Como se sabe, los servicios de inteligencia israelíes (el Mossad) financiaron y desarrollaron ese fundamentalismo en el caso de Hamash, para combatir a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y ahora a la Autoridad Nacional Palestina, que son laicas y pluralistas, y ``demostrar'', con atentados provocados, la debilidad de éstas en lo que se refiere al control de los palestinos mismos y la tesis racista de que los árabes serían orgánicamente antidemocráticos. Ya en el caso del asesinato de Itzhaak Rabin se pudieron comprobar nuevamente los lazos entre la provocación y los extremistas judíos o árabes y ahora, con el atentado reciente, no se sabe bien si Hamash trabaja inconscientemente para Netanyahu o si el primer ministro israelí telecomanda a grupos palestinos para acabar, simultáneamente, con la autoridad de Yasser Arafat y con el proceso de paz, que alimenta a la oposición israelí contra su aventurerismo.

Así, Benjamín Netanyahu y el Likud están empujando hacia la guerra a los países árabes insultando al Islam, convirtiendo a Palestina en un batustán, en una reserva india, ocupando nuevamente todos los territorios que Israel usurpara hace décadas. El cierre de los accesos internacionales con Egipto y Jordania pretende hacer cómplices a esos países de una provocación inducida por Tel Aviv; el cierre de los contactos entre Cisjordania y Gaza y entre los poblados palestinos, la prohibición total del tránsito de trabajadores y mercancías palestinos entre los territorios ocupados e Israel, la interdicción a los pescadores palestinos de ejercer su oficio, la paralización de los envíos financieros internacionales a la Autoridad Nacional Palestina (dinero de los palestinos en el exterior o de impuestos), la interferencia a la radio oficial palestina ``La voz de Palestina'', y la orden de captura contra el jefe de la policía palestina, no solamente son una provocación intolerable sino también un acto de guerra que ni los nazis llevaron a cabo en la Europa occidental ocupada, y buscan el hambre colectiva de los palestinos. Estados Unidos, supuesto mediador en los acuerdos de paz pero sostén permanente de los fascistas del Likud, amenaza a Arafat --que es la primera víctima del terrorismo de Hamash-- con suspender la ayuda económica con fines pacíficos al pueblo palestino, como si la ANP no combatiese el terrorismo fundamentalista y no buscase desesperadamente mantener en vida el proceso de paz que Israel quiere enterrar después de haberlo asfixiado lentamente.

¿Cuál es la alternativa? O los países árabes van a una guerra que no quieren, para la cual no están preparados y que les provocaría desastres políticos, sociales y económicos sin cuento o, no habiendo una guerra generalizada entre Estados, se instaura en Palestina una sangrientísima intifada de años, una guerra sucia de asesinatos, por un lado, y terrorismo indiscriminado por el otro, bajo un régimen feroz de ocupación duradera que no sólo hará crecer el fundamentalismo en el mundo árabe e islámico, sino que convertirá a Israel en una nación todavía más agresiva y más racista, más autoencerrada en el ghetto más grande y amenazado de la historia. Netanyahu por sí solo jamás podría encender los barriles de pólvora del Cercano Oriente. La presión debe ejercerse, por lo tanto, sobre Washington, el ``árbitro'' que juega del lado del equipo agresor.

El mundo saludó con esperanza los acuerdos de Oslo que Clinton y Netanyahu están enterrando. El mundo debe alzar, pues, su voz contra el apartheid en Palestina y contra la guerra permanente en las puertas de Europa, que Washington está preparando.