La Jornada domingo 3 de agosto de 1997

León Bendesky
La pequeña empresa

La política económica tiene una resonancia hueca para muchos agentes cuyos espacios de acción se han estrechado de modo muy severo y no responden a las condiciones más generales de operación creadas esencialmente mediante la gestión monetario-financiera que se está aplicando. Este es el caso de las micro y pequeñas empresas que en el discurso económico ocupan un lugar destacado, pero que no han visto recreadas las condiciones efectivas para su funcionamiento.

Este conjunto de empresas constituye una parte muy grande del total de los establecimientos productivos del país y ocupa a la mayor parte de los trabajadores empleados. Por ello, este segmento de las empresas tiene una relevancia estratégica para el proceso económico, es decir, para la producción, la creación de empleos y la generación de ingresos para la población. Pero este contenido estratégico es hoy esencialmente retórico y no tiene una expresión práctica en las medidas que se aplican para la recuperación.

El estricto control monetario limita las posibilidades de funcionamiento de los negocios pequeños, al hacer muy caro y poco accesible el crédito; la administración cambiaria castiga la competitividad al abaratar las mercancías importadas; la política industrial --que por omisión se desprende de la misma gestión monetaria-- tiende a concentrar la producción en las grandes firmas internacionales vinculadas de modo estrecho con las exportaciones, y no favorece la extensión de la oferta intermedia de los productores nacionales. Por eso la reciente recuperación del producto interno bruto está muy concentrada en unas cuantas actividades y hay una tendencia hacia el déficit comercial y una persistente dependencia del financiamiento externo de corto plazo. La economía mexicana sigue operando en condiciones que favorecen la especulación y contrarrestan las decisiones de gasto en inversiones productivas, únicas capaces de generar riqueza. La desarticulación productiva que se está ahondando en esta economía afecta de modo directo a las micro y pequeñas empresas y, sin ellas, crecerá también la desarticulación social del país.

El crédito es una condición indispensable para que puedan funcionar las empresas, especialmente las más pequeñas. Este crédito no puede seguir siendo de las mismas características que han prevalecdo de modo secular en el muy ineficiente sistema bancario y financiero del país. El financiamiento a las empresas pequeñas ha estado sometido tradicionalmente a un sistema de garantías oneroso e ineficaz y no se ha vinculado a la esencia misma del mercado, que es el riesgo. Capital de riesgo es el que hace falta para la inversión y la recuperación de las empresas. A pesar de las doctas lecciones de los administradores públicos, el capital y la toma de riesgos por parte de los intermediarios financieros no provendrá únicamente de las condiciones de la estabilidad macroeconómica. Para ello se requiere de una base institucional y de mecanismos específicos que no se están creando ni promoviendo. Por el contrario, estas condiciones se coartan por los mismos criterios generales de la política económica y la represión, casi en un sentido psicoanalítico, que ejerce sobre sí misma la acción pública del gobierno. No en balde las agencias financieras del gobierno no logran colocar su cartera disponible en proyectos viables, como es el caso de Bancomext, o están sumidas en la vida vegetativa, como ocurre con Nacional Financiera. La banca de desarrollo ha perdido su capacidad de fomentar el desarrollo económico, objetivo para el cual fue creada, y el espacio que deja no es llenado por una banca privada orientada a otros fines que no son los de financiar la producción.

Hay formas de llenar ese vacío creado por las instituciones públicas y privadas. Puede ensayarse con la creación de fondos de capital de riesgo como los que operan en otros países, y que destinan sus recursos al financiamiento de empresas pequeñas a partir de distintos esquemas de participación. Pueden crearse las condiciones para que operen la uniones de crédito en un marco regulatorio propicio, que acabe con los malos manejos que se dieron en el sexenio pasado y que las han sumido en un gran desprestigio. Se puede también recurrir a los grandes empresarios que a partir de muy diversas condiciones han conseguido enormes ganancias en sus negocios y podrían fungir como inversionistas en pequeñas empresas. Y hasta podemos esperar que surjan algunos de los así llamados ``ángeles inversionistas'', cuya ocupación es precisamente apoyar con capital a empresarios pequeños, manteniendo el total de la propiedad accionaria hasta que recuperan su inversión y después se quedan una parte del capital y una porción de las ganancias. Así, desde una verdadera política pública de apoyo a la actividad de las empresas, hasta un orden institucional en el sector financiero que haga del riesgo un criterio básico de financiamiento a la producción, y hasta el surgimiento de ángeles protectores de los pequeños empresarios, hay márgenes para salir del solo discurso de la importancia de la micro y pequeña empresa.