En Hombres de negro (MIB Men in black), de Barry Sonnefeld, el notable actor Tommy Lee Jones (El fugitivo, El cliente y Asesinos por naturaleza) es el personaje K, oficial de la Sexta División del Departamento de Inmigración de Estados Unidos, encargado desde 1969 de controlar, con ayuda de un equipo especializado y una élite de agentes secretos -los MIB, Men in Black- el ingreso a nuestro planeta de extraterrestres de diversas galaxias. La idea original proviene del Marvel comic de Lowell Cunningham, The Men in black, pero es posible detectar en la versión de Sonnefeld algunos clichés culturales de moda, uno de ellos del cine de culto más reciente: los personajes del título se asemejan al grupo de hombres vestidos de negro en Perros de reserva (Tarantino, 90), donde cada uno conservaba el anonimato y sólo respondía al nombre de un color. En Hombres de negro, la seña de identificación es una letra.
Hay también una estética que en los créditos remite al cine de Tim Burton (El extraño mundo de Jack), con los nombres caligrafiados en trazos infantiles y una secuencia inicial de pesadilla que desemboca en gag humorístico: la cámara sigue el vuelo nocturno de un mosquito en tomas panorámicas y subjetivas, hasta el momento en que se estrella contra el radiador de un auto. Con música de Danny Elfman (Batman, Darkman), una fotografía espectacular de Don Peterman y la eficacia humorística de actores como Tommy Lee Jones, Will Smith y Linda Florentino, Hombres de negro sólo necesita para ser una película verdaderamente lograda, una muy buena comedia de acción, la fuerza de un director capaz de trascender su material original e imprimir un sello de delirio (estilo Tim Burton, pero también Sam Reimi -El despertar del diablo-, en lugar de un pequeño catálogo de ocurrencias inofensivas.
Steven Spielberg, productor ejecutivo de esta cinta, impuso el tema de los extraterrestres bondadosos en E.T. -la antigua amenaza interespacial transformada en mascota doméstica-, acabando con una vieja fijación del género que consistía en hacer de los extraterrestres encarnaciones paranóicas de amenazas muy inmediatas, como podían serlo los comunistas para muchos estadunidenses en los años 50, particularmente durante el periodo macartista. En esa época, el director Don Siegel ofreció una versión del terror colectivo en Muertos vivientes (The invasion of the body snatchers, 57), que ha tenido dese entonces otras dos versiones filmadas por Philip Kaufman y Abel Ferrara. Extraterrestres con intenciones verdaderamente inconfesables tomaban la apariencia humana, para disimularse entre la gente, adoptar vidas ordinarias, y diseminarse en el planeta a la manera de una plaga o una enfermedad viral.
Hombres de negro retoma la imagen de usurpación de cuerpos, pero en lugar de mostrar la siniestra cotidianidad amenazante, Sonnefeld (Los locos Adams, El nombre del juego) prefiere explorar los terrenos de la comedia intergaláctica y de lo cándido maravilloso (imagen de una galaxia encerrada en una pequeña esfera de vidrio) combinándola con las rutinas humorísticas del cine de acción, estilo Arma mortal. Hay procedimientos novedosos, como el uso del neurolizador, arma muy eficaz que con un flashazo borra la memoria de adversarios o curiosos impertinentes, o efectos especiales que dan a la piel humana una consistencia de látex, o un alucinante juego de pupilas dobles con guiños alternados.
Pero a pesar de ese despliegue de inventiva, Hombres de negro se queda a mitad de camino de su impulso creativo y sus intenciones humorísticas. Escenas como la visita a la morgue y a la mesa de autopsias, donde Linda Florentino es una médico forense imperturbable ante cualquier horror intergaláctico, ofrecen más posibilidades que las que decide manejar un director y un guionista (Ed Solomon) más atentos a respetar rutinas narrativas. El largo episodio de la enorme cucaracha intergaláctica que abandona el cuerpo de Edgar, un loco esquizofrénico, para resistir a los hombres de negro, renuncia al posible absurdo kafkiano para manejarse como curiosidad viscosa en parque de atracciones de Orlando. Barry Sonnefeld desperdicia así un material que ciertamente podía superar la tontería descomunal de Día de la Independencia y situarse a la altura de los mejores momentos de Marcianos al ataque, de Tim Burton, un modelo aquí imitado y evidentemente inalcanzado.
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