Rolo Díez
El capitán Salgari

Piamontés que nunca dejó las orillas del Po -los únicos piratas de verdad que he visto son los editores, confesó alguna vez-, Emilio Salgari regaló a todos los niños y jóvenes del mundo el maravilloso territorio de la aventura: las junglas de Borneo, la Isla de las Tortugas, la fraternidad filibustera de ``los hermanos de la costa'', la entrañable amistad entre el malayo Sandokan y el portugués Yañez, dos personajes legendarios, el Tigre de la Malasia y el Corsario Negro, y por no dejar de construir mitos construyó el suyo propio, se proclamó capitán y habló de sus aventuras en los mares del Pacífico Sur.

``En la época del fascismo la lectura de Salgari me daba un enorme sentido de libertad -dice en el festival literario de Asti la escritora italiana Laura Grimaldi-, porque tenía el valor de representar a un pueblo considerado inferior. Te hacía pensar que todos los hombres podían ser iguales, que una blanca, la perla de Labuán, podía enamorarse del negro Sandokan.''

Folco Portinari recuerda que entre los partisanos antifascistas de la Brigada Garibaldi dos muchachos adoptaron como nombres de guerra los de Sandokan y Tremalnaik, y que en la película Nos habíamos amado tanto, de Ettore Scola, se canta una copla que dice ``Mi nombre de batalla era Lenin y tú eras Sandokan''.

Entre los latinoamericanos hay acuerdos y desacuerdos: los acuerdos consisten en aceptar que Salgari escribía apurado, presionado por la pobreza y los editores, que estiraba los diálogos para llenar más páginas, que el mismo asalto a la misma fragata española puede hallarse, con un nombre cambiado aquí y una situación diversa allá, en distintos libros, pero que en la formación de los niños y adolescentes que fuimos Salgari ocupó un lugar insustituible.

Acuerdo en su canto a la amistad, su antirracismo, sus esbozos de antimperialismo y feminismo, en su pasión por la nobleza, las causas justas y el valor, en su capacidad de encanto y en su fabulosa reivindicación de la aventura.

Tantos acuerdos que los latinoamericanos deciden ipso facto formar el Partido Salgariano y constituirse en comité central del mismo.

Los desacuerdos aparecen a la hora de elegir los líderes históricos. Inmediatamente se forma la fracción sandokanista integrada por Taibo II, Bonasso y el italiano Paolo Soracci, y el ala corsarionegrista que incluye a Daniel Chavarría, Leonardo Padura y quien esto escribe.

Entre la oposición y la provocación, Bruno Arpaia se declara verniano.

Hay alegría, humor, sabio infantilismo y homenaje verdadero a un escritor que merece cultos vitales muchos más que sacralizaciones literarias.

Al fin de la reunión aparece un bisnieto de Emilio Salgari. Como las desprolijidades y contradicciones de la historia lo exigen, es un joven pacífico que trabaja impermeabilizando techos. Está tranquilo, también está un poco emocionado.

Un solo nombre ha sido censurado en la Jornada Salgariana. Si se pronuncia es con ironía, si se le nombra es para criticarlo y menospreciarlo: se trata del más aburguesado y ligh, y el más temible rival de Salgari: Julio Verne.

-El buen lector de Salgari no lee a Verne -me dice muy serio Paolo Soracci.

Es claro que ni los escritores latinoamericanos ni los italianos ni la ciudad de Asti ni todo el Piamonte junto, nada impedirá que oscuros escritorcitos a los que no lee ni su familia insistan en subestimar a Salgari y en colocarlo fuera de la mitológica gran literatura. ``La mamá de los tontos está siempre en cinta'', dice un proverbio italiano.

Para terminar, un cuento robado para esta nota al argentino Eduardo Goligorsky. Estamos en el túnel del tiempo. Pasado y presente se juntan. Todos los editores del mundo deciden pagar los derechos de autor que han producido las obras de Salgari. La suma asciende a una cantidad estratosférica. Mientras, Salgari y su familia pasan hambre. El escritor calza unas viejas babuchas y ha dejado de salir a la calle porque no tiene zapatos. Está semiciego por usar unos anteojos que no son los que necesita. La operación de pago se realiza. Sale un inmenso cheque con destino a Salgari. Este lo recibe. No alcanza a leer lo que dice. Piensa: ``Será otra cuenta'', y lo tira a la basura. Esa noche se suicida.