José Steinsleger
Educación: teoría y realidad

El 44.4 por ciento de los latinoamericanos (196 millones de personas), tiene menos de 18 años (UNICEF `95). Poco más de 26 por ciento de estos niños y adolescentes (115 millones) viven en la pobreza (OEA `93). El 17.7 por ciento (78 millones) es menor de cinco años (UNICEF `95). De éstos, menos de la mitad terminan la educación primaria. Doce millones de niños latinoamericanos ni siquiera se inscriben en algún grado escolar. En las zonas rurales, si el viento sopla a favor, apenas 20 por ciento concluye la educación básica.

Más allá de la calidad y contenidos de la educación, 50 millones de niños latinoamericanos no van a la escuela. Pero 20 por ciento de los que tienen el privilegio de conocerla llega tarde en relación con la edad adecuada. Y a los 13 o 14 años, a veces antes, la mitad de los escolarizados se ve obligada a cerrar los cuadernos para buscar trabajo. Los que permanecen repiten una o más veces los grados, si es que a mitad de la jornada no se duermen a causa de la desnutrición que va pareja con la que padecen los maestros.

De todas las regiones del mundo ``en vías de desarrollo'', América Latina encabeza las tasas promedio de repetición escolar. Los números alucinan: uno de cada dos niños que inicia la educación primaria la termina con éxito (44 millones). Otros doce millones no están escolarizados. El 50 por ciento de los objetivos pedagógicos no se cumple, las hoaras lectivas están por debajo de las recomendaciones de la UNESCO, la atención escolar a los pueblos indígenas desconoce la singularidad de sus educandos. El flagelo tiene costo: 3,000 millones de dólares anuales tirados a la basura.

El compromiso de alcanzar la educación básica para todos los niños en el año 2000 (pasado mañana) despertó en 1990 el entusiasmo de todos los gobernantes. Inclusive, la quinta Cumbre Iberoamericana de presidentes (Bariloche, 1995) tuvo como eje de la convocatoria ``la educación como factor esencial del desarrollo económico-social''. Y todos sostuvieron que ``el desarrollo es más firme cuando se apoya en las dos piernas de una política económica favorable al mercado y un compromiso del gobierno para asegurar la inversión social''.

Pese a ello, ¿cómo remontar el progreso de la involución educativa de la infancia latinoamericana? Es la pregunta de todos los millones. Porque a estas alturas parecería que por sobre los prolijos análisis sobre ``inequidad'' y ``equidad'' estamos frente a una política deliberada de exclusión que no osa confesar su nombre. En este sentido, las propuestas de ``innovación educativa'' impulsadas por el Banco Mundial y otros organismos multilaterales, indica que tales propuestas se inscriben en una estrategia de compensación que pretende gestar condiciones favorables para la inversión de capital transnacional.

De ahí el énfasis puesto en la ``calidad'' en lugar de la expansión cuantitativa de la educación. Como si el propósito apuntase al estímulo de un Estado evaluador de rendimientos en vez de un Estado distribuidor de recursos. Con lo que hay a la vista en materia de educación, no se vislumbra más que la perpetuación de mano de obra barata y la capacitación relativa de la fuerza de trabajo, frente a la cual los territorios de la teoría seguirán llenos de declaraciones sobre la conveniencia de una educación cabalmente entendida.