Establecer la comparación entre las políticas de los gobiernos de Echeverría y López Portillo, es decir, las de los años del ``populismo'' respecto a los actuales ``logros'' del neoliberalismo, no tiene la finalidad de plantearse un retorno al pasado. Quien quiera verlo así o no entiende la realidad educativa del país o hace como que no la entiende. El examen de un lapso de la historia de la educación en México que abarca dos periodos perfectamente diferenciables, permite ver que la satanización a la que se ha sometido al populismo es totalmente injustificada frente a las distorsiones, y el profundo atraso de la educación mexicana a finales del siglo XX. En realidad las críticas al populismo pretenden evitar todas aquellas medidas que hoy puedan significar un beneficio de las mayorías para favorecer en cambio un modelo económico, que lejos de permitirnos una insersión ventajosa en un mundo altamente competitivo y globalizado, nos pone de rodillas frente al exterior. Porque no es lo mismo competir con un país educado y culto que con uno poblado de ignorantes.
Resulta tan absurdo plantearse retornar al pasado, como seguir avanzando ciegamente hacia el abismo. Lo cierto es que México está ante retos de gran magnitud que no son nuevos y que rebasan al populismo, neoliberalismo y todos los ismos que queramos imaginar. Somos un país de aproximadamente 100 millones de habitantes, con cerca de 10 mil investigadores (6 mil según el SNI).
Es decir, la pirámide educativa termina en la punta de un alfiler y la base está compuesta por grandes masas de mexicanos analfabetas, los que no concluyen la primaria, quienes ingresan a la enseñanza secundaria con graves deficiencias o no la terminan. A la mitad del camino, se encuentran ejércitos de jóvenes mal preparados, a los que luego culpamos de no pasar el examen. Más adelante, los miles de rechazados a la educación superior. Grandes masas alejadas de la revolución del conocimiento de finales del milenio. Esto simplemente refleja las características de nuestro sistema educativo. Descuidado, con telarañas, hambre y bancas de piedra, pizarrones desvencijados, maestros angustiados sobre cómo van a pagar el alquiler de una vivienda, miles de jóvenes talentosos que se pierden pues tienen que hacer otras cosas para subsistir. No estoy inventando nada.
Uno de los grandes retos que tiene México a fines del siglo es el de la educación de masas. ¡Populismo! se apresuran a gritar los imbéciles. En realidad este reto no lo ha podido resolver el populismo y, por principios, nunca se lo ha planteado seriamente el neoliberalismo. Sí, educación de masas, si les molesta le pueden poner el nombre que quieran, pero se trata de elevar el nivel cultural y educativo de millones de mexicanos ¿cómo lograrlo?
Lo primero que hay que reconocer es que existe un problema de orden cuantitativo. Y también hay un problema de actitudes. La parte numérica es obvia, millones de personas sumergidas en el atraso, sin contacto con los avances en las ciencias, las humanidades, la tecnología y las artes. El obstáculo de las actitudes es un poco más difícil de explicar y entender a causa de las distorsiones del sistema educativo. Se piensa, por ejemplo, que a los jóvenes de bajo rendimiento --causado por las deficiencias de nuestro sistema educativo, no por deficiencias en el coeficiente intelectual-- hay que abandonarlos a su suerte, cuando en realidad son los más necesitados de recibir educación.
Una propuesta: La educación tradicional no es la única respuesta al problema educativo del país. La educación de masas no equivale a abrir indiscriminadamente las puertas de las universidades a todo aquel que lo solicite. Existe para el caso de la enseñanza superior, sí, la obligación de aceptar el problema cuantitativo, es indispensable crecer, deben destinárseles recursos suficientes para ello. Tienen la capacidad de hacerlo. ¿O acaso en los últimos 15 años no han logrado formar profesores de calidad? ¿entonces qué han estado haciendo? Pero dejemos para el final el tema de las universidades. Es indispensable ver el fenómeno educativo de modo más integral. Lo que se requiere, en mi opinión, es partir de nuestra realidad. Resulta molesto poner el acento en lo que ocurre en otros países, esto debería ser intolerable, en especial para los científicos, que saben del valor de la originalidad. A juzgar por las características de nuestra pirámide educativa, lo que se requiere es diseñar mecanismos de amplificación que permitan la utilización de las capacidades de las partes más altas de la pirámide para llegar de forma permanente a todos los rincones de la base. En otras palabras, México cuenta con profesores e investigadores del más alto nivel, cuyos conocimientos deben ser aprovechados por todos. Estos amplificadores deben estar construidos aprovechando los adelantos de la ciencia y la tecnología, las computadoras, los satélites, internet, las videoconferencias y principalmente por las múltiples facetas que tiene la difusión del conocimiento.
Las universidades, si no quieren crecer, pues que no crezcan, pero lo que no pueden hacer es darle la espalda al problema educativo de México. Lo que no pueden hacer es, como lo hacen ahora, traicionar sus propios principios. Si no tienen capacidad para recibir más estudiantes, tienen una herramienta poderosa, la difusión. La manera de reintegrar a la sociedad lo que reciben de ella. Pueden emprender programas ambiciosos para llegar a todos los rincones del país, para lograr una mayor capacitación de los maestros de primaria y secundaria, para informar a los jóvenes de los últimos avances en las ciencias, las humanidades y las artes. Deben de dejar de lavarse las manos respecto a un problema que les compete más que a cualquiera.
Deben aprovechar que uno de sus principios fundamentales es la difusión --el área más despreciada y castigada-- a través de la cual pueden contribuir a resolver los problemas educativos de México.