La importancia de la investigación científica para el desarrollo cultural y socioeconómico de una nación no se pone en duda en nuestros días, aunque en países como el nuestro se sigan escatimando recursos y soslayando políticas. Pero para garantizar la continuidad y renovación del sistema de desarrollo científico es necesario formar investigadores. La forma reconocida para lograrlo es a través de programas universitarios orientados a obtener el grado de maestro (etapa intermedia) o el de doctor (grado universitario más elevado). Puede afirmarse que la mayoría de estos programas requiere de tres elementos básicos: a) un conjunto de créditos (temas teóricos); b) una dosis variable de práctica encaminada a elaborar una tesis original, y c) la tutoría comprometida de un investigador consolidado que guía, supervisa, forma y finalmente gradúa al estudiante de posgrado. Contrario a lo que se piensa, los diplomados, los cursos de especialización, los de actualización y los monográficos, no pueden formar investigadores. La carrera universitaria del posgrado debe ser selectiva, refinada, estructurada y sólidamente fundamentada para formar a los investigadores independientes de la nueva generación.
Hasta hace unos 20 años en México las opciones para realizar un posgrado eran escasas. Había pocas universidades y facultades que lo ofrecían, la demanda era baja y los apoyos económicos para los que se aventuraban en estos estudios casi inexistentes. Sin embargo, en los últimos diez años el panorama del posgrado nacional ha cambiado radicalmente, por su proliferación incontrolada. La mayoría de las universidades públicas y privadas han incorporado programas de maestría y doctorado, transformando sus escuelas en facultades; la matrícula de alumnos se ha incrementado en forma exponencial, y las becas de posgrado de diversas fuentes aumentan día a día. Este fenómeno parecería augurar una gran bonanza para la ciencia mexicana, y permitiría predecir la formación anual de buen número de científicos jóvenes, lo que a su vez constituye uno de los pilares para promover el desarrollo científico de México. Existen, sin embargo, dos problemas latentes dentro de esta aparentemente favorable tendencia académica: a) la calidad de los graduados y b) los puestos de trabajo.
Aunque carecemos de estudios cuantitativos y objetivos, la calidad de los programas y de sus graduados pueden inferirse de cuatro indicadores; a) la selección, b) la infraestructura, c) el cuerpo docente y d) sus tesis. Lamentablemente, un buen número de las universidades y facultades con alumnos de posgrado tienen sistemas de selección laxos, carecen de la infraestructura mínima indispensable, su cuerpo docente carece de los requisitos mínimos para formar científicos, y sus tesis son de calidad dudosa. Por otra parte, los estudiantes saben que pueden conseguir becas suficientes para pasarla bien, y que al obtener su grado de doctor --suponen-- se abrirán muchas puertas y posibilidades de un trabajo bien remunerado. Si bien hasta el momento esto ha sido la regla, ya empieza a sentirse una fuerte disparidad entre la oferta y la demanda de científicos.
Este fenómeno no es nuevo en países que nos llevan la delantera en desarrollo científico y tecnológico, por lo que vale la pena parar orejas. Hace más de 50 años, la política para el desarrollo de la ciencia en EU permitió un desarrollo impresionante, y con ello la demanda de científicos hasta hace pocos años se mantuvo a buen nivel, lo que permitió incorporar a sus graduados y además a buen número de investigadores extranjeros. Pero en los últimos años el fenómeno se ha revertido. El número de graduados con doctorado ha rebasado la oferta de plazas en muchas áreas. Ahora es común ver a los investigadores jóvenes aceptar puestos eventuales como ``posdoctorales'' (categoría que ni siquiera existe en México) por varios años, sin poder encontrar un puesto académico fijo. Por ejemplo, en 1995 en el área de físico-matemáticas había un puesto académico por cada 200 doctores solicitantes. En 1993 la Sociedad Americana de Química informó que sólo había 250 puestos para mil 300 candidatos y que su índice de desempleo en 1995 era de 21 por ciento para sus graduados. Al terminar la guerra fría hubo recortes presupuestales importantes para la ciencia; la industria, sobre todo la relacionada con la bélica, se redujo y con ello la demanda de científicos también disminuyó. A propósito de esta situación, en la revista Science apareció la siguiente advertencia: ``Para ser científico se requiere de un largo entrenamiento, de curiosidad insaciable y de un puesto de trabajo''. Si no hay plazas y no están adecuadamente remuneradas, la comunidad científica y la sociedad, como en todo, pagará las consecuencias de desperdiciar un presupuesto muy elevado en la formación de investigadores sólo para engrosar las filas de los profesionales desempleados. México se acerca peligrosamente a una situación similar, aunque por causas diferentes. La sobrepoblación de estudiantes de posgrado, sobre todo en el área biomédica, obedece a la ilusión infundada de que su grado académico les garantizará una plaza de trabajo. Las instituciones y las coordinaciones de posgrado eluden dar información al respecto, quizás por carecer de estudios específicos de oferta-demanda de la ciencia en México, olvidando que para una planificación correcta y prospectiva se requiere de esos datos. La falta de plazas obedece principalmente a que nuestra infraestructura científica es muy pequeña y a que la inversión en ciencia y tecnología del presupuesto es tan reducida que apenas alcanza el 0.3 por ciento del PIB. Por otra parte la industria privada, a diferencia de la del primer mundo, se resiste a invertir en investigación científico-tecnológica; su ceguera y avaricia sólo les permite importar o comprar patentes. Por último, la proliferación irrestricta de programas de posgrado a nivel nacional obedece a la falta de planeación y a la irresponsabilidad de quienes, sin contar con los recursos humanos y la infraestructura, promueven cursos a todas luces deficientes sólo para procurarse fama y dinero. Es necesario recordar que la formación de un doctor en ciencias va encaminada a graduar a un científico independiente, creativo y productivo que debe hacer avanzar la ciencia nacional.
Hace falta un organismo supervisor que determine las condiciones mínimas de calidad de los programas encaminados a formar investigadores, no técnicos, como ocurre en buen número de casos. Los doctorados se han popularizado a tal grado y son paradójicamente tan fáciles de obtener, que pronto podríamos saturar las pocas plazas existentes y crear otra estirpe de académicos desocupados.