Desde hoy, el comunicado de Marcos sobre la marcha a la capital
COMUNICADO DEL COMITE CLANDESTINO REVOLUCIONARIO INDIGENA.
COMANDANCIA GENERAL DEL EJERCITO ZAPATISTA DE LIBERACION NACIONAL.
MEXICO.
8 de agosto de 1997.
Al Pueblo de México:
A los Pueblos y Gobiernos del Mundo:
El día de hoy, 118 aniversario del nacimiento del general Emiliano Zapata, volvemos a tener voz para hablarle al pueblo de México y decirle nuestro pensamiento. Hoy nuestra voz llega de nuevo para decir su palabra.
Esta es:
I.- El 6 de julio de 1997 y los méxicos de México.
Dijo Madero: ``Ya se notificó a éste (Zapata) y a sus secuaces que les sería perdonado el delito de rebelión, pero se les juzgará conforme a la ley por los crímenes del orden común que hubieran cometido. Rehusaron rendirse en esas condiciones, y en tal virtud las tropas federales y las fuerzas rurales que se hallaban en el campo de operaciones, recibieron orden de proseguir la campaña, hasta aniquilar a los rebeldes''.
El Heraldo de México, 14 de noviembre de 1911.
``Señores, el que no tenga miedo que pase a firmar, pero saben que van a firmar el triunfo o la muerte''.
Emiliano Zapata con el Plan de Ayala en la mano. 28 de noviembre de 1911.
``Sí, publíquelo para que todos conozcan a ese loco de Zapata''.
Madero a Bonilla, quien preguntó si publicaba el Plan de Ayala. Diciembre de 1911.
El señor Ernesto Zedillo Ponce de León, jefe supremo de las fuerzas federales, después de faltar a su palabra rechazando la iniciativa de Ley Indígena propuesta por la Comisión de Concordia y Pacificación, dio órdenes para que su ejército prosiguiera con los planes de cerco y aniquilamiento en contra de las comunidades indígenas rebeldes y la dirigencia del EZLN. Los federales aumentaron el número de sus efectivos y la calidad de su material bélico, avanzaron hacia nuevas posiciones y reiniciaron las patrullas de montaña para chocar con los campamentos insurgentes. Todos estos movimientos violaron el espíritu de la ley para el diálogo y la negociación, expedida por el Poder Legislativo federal el 11 de marzo de 1995.
Sumado a estas presiones militares, el ilegítimo gobernador del estado continúa con su estrategia de desestabilización en el norte de Chiapas, desalojando, encarcelando y asesinando indígenas por medio de la policía y las guardias blancas. Para ocultar el baño de sangre que perpetra, el ilegal titular del ejecutivo de Chiapas, compra mentiras en la prensa local y nacional, y simula obras e iniciativas que oculten el desfalco que lleva a cabo con los dineros del pueblo.
Ernesto Zedillo, presidente que se dice de México, completó la obra en contra de los indígenas zapatistas ordenando la militarización de las principales regiones indias del país. Los indígenas de los estados de Oaxaca, Veracruz, Guerrero, Hidalgo y San Luis Potosí no vieron llegar la democracia electoral, sino tropas federales, tanques de guerra, aviones y helicópteros artillados.
Para llegar al 6 de julio de 1997, el gobierno trazó una clara línea de demarcación que separaba al México indígena de los otros méxicos que comparten el territorio nacional.
Mientras en Chiapas, las organizaciones indígenas y de defensa de los derechos humanos, la Comisión Nacional de Intermediación, algunos legisladores, y miembros honestos del IFE, denunciaban la falta de condiciones políticas, sociales y militares para una jornada electoral normal; en el resto del México indio, el Congreso Nacional Indígena y organismos nacionales no gubernamentales hacían lo mismo refiriéndose a las condiciones en las regiones indígenas del centro y sur del país.
A unos y otros extrañaban la distancia y el silencio o las tibias manifestaciones de los partidos políticos de oposición, y lo señalaron públicamente. Nosotros entendimos ese silencio y esa distancia. La disputa política se había concentrado en territorios donde, hay que reconocerlo y saludarlo, se habían conseguido condiciones más justas y equitativas para la competencia electoral. Otro México tenía la oportunidad de elegir a sus gobernantes y de hacer valer su elección. La ciudad de México apareció, gracias a la obligada (por la expectativa ciudadana) apertura en los medios de comunicación, como el punto donde se concentraban estas condiciones democráticas. La viva y agitada lucha electoral en el DF pudo ``jalar'' a otros territorios, a otros méxicos, para conseguir la oportunidad de decir ``NO'' al gobierno y su proyecto de Nación, proyecto representando por el Partido Revolucionario Institucional y Ernesto Zedillo. Pero el México indio fue dejado de lado y olvidado, no hubo ningún intento serio de tender puentes que pudieran traducirse en correas de transmisión de esa posibilidad política.
El criminal rumbo económico que Carlos Salinas de Gortari y sus seguidores (entre ellos el señor Zedillo) impusieron al país entero como parte del proyecto neoliberal de destrucción nacional, corría un grave riesgo en el México que tenía la oportunidad de hacerse oír realmente en las urnas. Confiado en que, en el México Indígena, el ejército y los gobiernos locales conseguirían el respaldo de legitimidad que necesitaba, el supremo gobierno concentró sus principales esfuerzos, primero en impedir el surgimiento de una opción democrática, después en combatir esa alternativa (representada con dignidad por Cuauhtémoc Cárdenas, Solórzano), y por último en neutralizarla y apropiarse de ella para conseguir la legitimidad que su partido de Estado ya no podía ni puede brindarle.
Así se pudo ver al titular del Ejecutivo federal metido en una campaña electoral que por momentos parecía más cercana al drenaje profundo que al debate maduro y respetuoso. De vendedor de refrescos y papitas, el señor Zedillo pasó a ser feroz crítico del método por el que difunde sus ``logros'' y ``conquistas''. Detrás de él marcharon los dirigentes y candidatos del PRI, mientras las bases y algunos miembros de ese partido abandonaban el maltrecho barco que amenazaba hundirse.
Pero las nuevas realidades no estaban ni completas ni parejas. Las sucesivas olas de rebelión ciudadana que pueden remontarse a 1968 o a 1985, que resurgieron en 1988 y en 1994, aparecían de nuevo en 1997. La siempre negada y despreciada (por los políticos) sociedad civil había conquistado espacios reales para hacer oír su voz y hacer sentir su peso e importancia. Estos espacios, en el mapa nacional, semejan las manchas de la piel de un tigre y definen los muchos México que conviven en nuestro México.
¿Por qué negarse a reconocer que en determinados territorios del país se había conquistado la oportunidad de hacer valer la opinión ciudadana por medios pacíficos? Pero, ¿por qué negarse también a reconocer que en otros territorios, en otros méxicos, prevalecen las mismas simulaciones y farsas en torno a las votaciones, y continúa cerrada la vía pacífica?
Reconocer una y otra realidad fue la palabra de los zapatistas. Por eso llamamos a luchar con el voto donde éste tenía condiciones (conquistadas por los ciudadanos y de las que se beneficiaron los partidos de oposición) de hacerse valer; y por eso llamamos a resistir y actuar en contra de la simulación y la farsa, en donde el objetivo del proceso electoral no era otro que aparentar una ``normalidad'' que, para esos ciudadanos de última categoría que son los indígenas, sólo significa miseria, abandono, muerte, olvido.
Hoy saludamos al México que pudo y supo hacerse oír en su rebelión pacífica, y saludamos al otro México que tuvo que resistir para hacerse escuchar en su rebeldía.
Los pueblos rebeldes zapatistas, las bases de apoyo del EZLN, decidieron no participar en el proceso electoral y convertir el día 6 de julio de 1997 en una jornada de denuncia y rebeldía, una jornada de protesta contra el desprecio y el olvido.
El 6 de julio de 1997 los zapatistas no sólo no votamos, sino que subvertimos un proceso electoral que ignoraba a los pueblos indios de México. Asumimos nuestro compromiso de 1994 y lo refrendamos. No es con los de arriba con los que tenemos compromisos, es con los que son como nosotros, con los de abajo. No miramos para arriba, para ese complicado juego de simulaciones que es el quehacer político del poder, para ese lugar que seduce con puestos y riquezas.
Miramos a los lados. Miramos y encontramos a millones de indígenas olvidados por una democracia electoral que los hace a un lado, los desprecia, los apabulla y les impone un modo político que no les pertenece ni quieren. Miramos y encontramos desesperanza, frustración, impotencia. Miramos y escuchamos, escuchamos lo que los otros no escucharon. Nos hicimos eco de ese silencio impuesto y repetimos el ¡Ya Basta! que nos dio voz y rostro en el mundo moderno.
El otro México, el indígena, el nuestro, obligó de nuevo a la Nación a voltear a verlo y a recordar que siguen pendientes los acuerdos que lo incorporen y lo hagan parte actuante en la historia presente de nuestro país.
¿Quién ganó y quién perdió con las elecciones del 6 de julio de 1997? Por esos tintes de tragicomedia que suele revestir la historia del poder, una complicada alquimia se ha operado para presentar a los perdedores principales, Zedillo y su política económica, como los triunfadores máximos. Aquel que ha defendido la eficacia de un proyecto económico que destruye al país; el heredero (y no sólo en lo que se refiere a la silla presidencial) de Carlos Salinas de Gortari, que ató su destino al de su partido y lo apoyó con todos los recursos del Estado; él, el ``señor presidente'' (como murmuran con timidez en Los Pinos), se presenta a sí mismo como el gran triunfador del 6 de julio de 1997 e invoca a la historia para que lo renombre. Sus aduladores lo llaman ``el nuevo Francisco I. Madero''.
Y Ernesto Zedillo, después de creer que ha engatusado (además de analistas y líderes políticos) a todo el país, dirige sus baterías en contra de quienes insisten en desafiar su sistema político y económico: los zapatistas. Los mayordomos del gobierno se desviven en declaraciones para repetir una mentira: ``las condiciones para la paz en Chiapas están dadas, las recientes elecciones demuestran que otras formas de lucha han caducado (enésimo canto del cisne para la lucha armada), los derrotados en las elecciones son los que han optado por las armas y no por los votos, los zapatistas deben firmar la paz e incorporarse a la vida política nacional como una fuerza institucional'', y otros etcéteras.
Hace 3 años, el 8 de agosto de 1994, en la Convención Nacional Democrática dijimos: ``Luchen. Luchen sin descanso. Luchen y derroten al gobierno. Luchen y derroten a la guerra. Luchen y derrótennos. Nunca será tan dulce la derrota como si el tránsito pacífico a la democracia, la libertad y la justicia resulta vencedor''. Hoy seguimos pensando lo mismo. Nuestra aspiración sigue siendo la de ``soldados que luchan para que un día no sean necesarios los soldados''. Nuestro sueño es convertir en inútiles las armas, es decir, contribuir a la construcción de un país donde se pueda luchar, en igualdad, justicia, libertad y democracia, sin más armas que las ideas, las palabras y la práctica honesta y consecuente.
¿Ya vivimos en un país con estas condiciones? Nosotros pensamos que no, que lo ocurrido el 6 de julio de 1997 sólo será un verdadero triunfo cuando todos los mexicanos en todo el país puedan luchar por medios pacíficos y civiles en igualdad de oportunidades, y no tengan que recurrir a la violencia para hacer valer sus derechos, o sólo para hacerse escuchar. En México siguen conviviendo muchos méxicos esclavos.
A la pregunta de si ya vivimos en una transición a la democracia, Ernesto Zedillo se ha apresurado a responder: nada nos hará cambiar el modelo económico que imponemos al país (que es otra forma de decir ``mientras la democracia no afecte los aspectos fundamentales de la vida nacional, bienvenida sea''), estamos dispuestos a mostrar voluntad para discutir las condiciones de rendición de los zapatistas, seguiremos negando la existencia del EPR y atacando a los sospechosos de apoyarlo, seguiremos dispuestos a simular que cumplimos nuestra palabra pero no la cumpliremos, seguiremos haciendo todo lo posible por ``incorporar a la modernidad'' (es decir, por eliminar) a los pueblos indios.
El 6 de julio de 1997, y no sólo por los votos, perdió el sistema de partido de Estado, perdió Zedillo y su torpe campaña electoral desde la silla presidencial. Perdió un México, el de los poderosos. Perdió, pero no ha sido derrotado. Rápidamente se recompone para entrar, con toda ventaja, en...
(Mañana, la segunda parte de este comunicado)