Margo Glantz
Dos tipos de anorexia: el hambre y la elegancia

En el último Nouvel Observateur Noami Campbell aparece en la portada vestida de cuero ¿o es plástico? negro con un brassier superpuesto al cuero, los cabellos pintados de un rojo zanahoria, los labios delineados, y en el centro subrayando su carnosidad un ligero brillo más claro; los ojos también totalmente delineados con lápiz gris plateado que subraya su acerado color azul y en los párpados, otro brillo suave, blanquecino, ilumina la mirada, haciendo juego con los labios; en suma, todo en ella brilla: el traje, el brassier colocado artísticamente encima del traje seudoespacial, la cara, la boca, el pelo y los ojos. El retrato tiene un título: ¿son mujeres las super modelos? Y yo repito la pregunta: ¿Usted qué cree? ¿Serán mujeres? ¿Serán las modelos, como se agrega en el subtítulo, el último mito de este siglo? ¿Serán el símbolo más acabado del fin del milenio en este mundo transglobalizado?

Las modelos son muy bellas, son muy ricas, sus caprichos ocupan las primeras páginas de los diarios y un intento (falso) de suicidio, como el de la Campbell (Naomi esta vez y no la lata de sopa que inmortalizó Andy Warhol), en un lujoso hotel español se vuelve noticia internacional, aunque no sepamos bien a bien si se trató de la interrupción de un tórrido romance entre la modelo y un bailador de flamenco que después de una discusión prefirió irse con su mamá o de una sobredosis de calmante o heroína. Esa noticia parece ser más importante que cualquier problema político o una guerra local, como también pareció serlo el asesinato de otro magnate de la moda, Gianni Versace, acribillado a tiros cuando entraba en su lujosa casa de Florida, poco antes de la gran exhibición de modas que había preparado y donde Naomi Campbell sería una de las principales modelos.

Esta verificación, la de que la vida privada de algunas modelos o la de los diseñadores más prestigiados del momento constituye la noticia fundamental de los periódicos, de la radio, de la televisión, de las revistas de chismes y de sociales subraya lo que ya había señalado en alguno de mis artículos anteriores; parecería que en una época como la nuestra las jerarquías se disuelven y suelen ponerse en el mismo saco asuntos de vida o muerte, masacres, crímenes políticos, grandes hambrunas, destrucciones ecológicas, junto con chismes de sociedad, intervenciones quirúrgicas de los poderosos, exhibiciones de modas, funciones de gala y de caridad para los niños pobres del antiguo Congo; obras de arte, textos literarios y comportamientos de factura e intención muy desiguales: el caos informático, pues, ¿cómo delimitar una jerarquía si no existe previamente un orden?

Otro ejemplo contundente aparece en el último Vanity Fair cuya portada muestra a un Mel Gibson madurito, ya menos esbelto y atractivo que antes, con unas cuantas arruguitas más, una brillante chamarra de cuero y un casco de motociclista: es un Mel Gibson motorizado a la Hollywood, nada que ver con el actor que interpretó Mad Max. Varios anuncios explican el contenido del número: me interesa especialmente uno situado en la parte superior izquierda de la portada, se llama ``Tambores del Congo, los días finales de Mobutu''.

En las páginas centrales varias fotos de Mobutu con su familia, todos bien vestidos. Mobutu a la Versace, algunos guaruras lo vigilan y sus cuerpos son robustos, bien comidos, es una foto anterior a la debacle, a la guerra, al cáncer de la próstata; en la página siguiente un Mobutu coronado con un gorro de piel de leopardo saluda afectuosamente --¿cómo podría ser de otro modo, si le vendió las armas que lo sostuvieron tantos años en el poder?-- a otro dictador, este democrático, Ronald Reagan, a quien hace unas noches vi muy guapo, postrado en una cama con sus piernas mutiladas, desgraciadamente de mentiritas y como esposo adolorido de Ann Sheridan en Pasiones borrascosas. Arriba de la foto otro letrero: habla de Maurice Tempelman, último compañero de Jackie Onassis, quien hizo lo posible para que Mobutu fuera apoyado por la Casa Blanca.

Sigo hojeando la revista y aparecen dos modelos muy rubias vestidas de negro cuyos cuerpos esqueléticos anuncian vestidos de Calvin Klein, hechos especialmente para convertir a todas las jóvenes estadunidenses que deseen estar a la moda en anoréxicas o en el mejor de los casos, en jóvenes bulímicas. ¿Habrá, me pregunto, alguna secreta perversión en el hecho de que en ese artículo dedicado a Zaire no aparezcan?, ¿será por pudor? ninguno de los cuerpos de los millares de niños esqueléticos que la dictadura de Mobutu y la guerra produjeron? Se diría que se trata de una exacta y terrible simetría: la anorexia de la abundancia y la anorexia de la opresión y la pobreza que coexisten.