Letra S, 7 de agosto de 1997
Toda la sociedad genera costumbres y normas, prácticas y creencias, que regulan la expresión sexual: cuándo tener relaciones sexuales, con quién tenerlas, cuántas veces, de qué manera, con qué objetivo y, sobre todo, qué tipo de relaciones. A pesar de la impresionante pluralidad cultural, nuestra conciencia de la diversidad sexual humana es muy limitada: ignoramos las prácticas y costumbres sexuales de las demás culturas. Respecto de la nuestra, damos por ``natural'' la ideología heterosexista en la que nos han educado y sin el menor pudor calificamos de antinatural lo que desconocemos o nos parece extraño. La evidencia antropológica nos muestra cómo los discursos moralistas construidos a partir de un supuesto orden ``natural'' están filtrados por valores etnocéntricos (centrados en una cultura), cuya definición de la sexualidad oculta, desecha o niega otras prácticas, creencias y deseos.
Cada cultura otorga valor a ciertas prácticas sexuales y denigra a otras a partir de una limitada concepción de la sexualidad. Hoy, en los discursos sobre la sexualidad se entrecruzan tres grandes significados relativos a la esencia de la sexualidad: a) la reproducción, b) el establecimiento de lazos afectivos y de compromiso entre las personas, y c) el placer.
La tradición judeocristiana occidental plantea la inmoralidad intrínseca del acto sexual: el placer es malo y sólo se redime la sexualidad si se vuelve un medio para expresar sentimientos íntimos, adquirir responsabilidades y, sobre todo, reproducir a la especie. En tal concepción subyace una creencia: las prácticas sexuales tienen, por sí mismas, una connotación inmoral ``natural'', expiable con culpa y sufrimiento. Además, al valorarse fundamentalmente el aspecto reproductivo, se conceptualiza la sexualidad como actividad de parejas heterosexuales, donde lo genital, especialmente el coito, tiene preeminencia sobre otros arreglos íntimos; todo esto en el contexto de una relación comprometida, sancionada religiosa o jurídicamente y dirigida a fundar una familia. Por lo tanto, la sexualidad no heterosexual, no de pareja, no coital, sin fines reproductivos y fuera del matrimonio es definida como perversa, anormal, enferma, o, simplemente, moralmente inferior.
La democratización del goce
¿Es válido ética o científicamente fijar un imperativo moral a partir de un supuesto orden ``natural''? Evidentemente no, pues lo ``natural'' no existe, a menos que se le otorgue el sentido de que todo lo que existe, todo lo humano, es natural. El término ``natural'' suele encubrir una definición centrada en la propia cultura (etnocéntrica) que descarta otras sexualidad, estigmatiza ciertas prácticas, propone la ``normalización'' de los sujetos, y en algunos casos su represión, o incluso su eliminación física. Si se insiste en pensar la sexualidad derivada de un orden ``natural'', habrá que hacerlo entonces con el sentido libertario y pluralista de que todo lo que existe, vale.
Esa afirmación nos conduce al centro del dilema ético: ¿todo vale? Sí y no. Aunque todas las expresiones sexuales son dignas, también existen formas indignas, forzadas o abusivas. ¿Cómo plantear una ética sexual que reconozca la legitimidad de la gran diversidad de prácticas sexuales que existen en el amplio espacio social pero que distinga las manifestaciones negativas?
Esta interrogante encuadra el surgimiento de nuevos valores sexuales, derivados de recientes transformaciones en las pautas de ejercicio de la sexualidad. Una primera manifestación de estos cambios es la eliminación del sentimiento de culpa. Al quitarle terreno a la culpa se incrementa la noción del placer como un fin en sí mismo. Cuando hacer el amor deja de ser un acto transgresor, aumenta la importancia del acto sexual y cuando, como dice Monsiváis, ``la conciencia de culpa pasa de lo ultraterrenal a lo muy terreno'', aparece el sentido de responsabilidad hacia la otra persona. Los amantes ya no se sienten sujetos a una ira divina o a una protección celestial, sino se saben atenidos a sus propios medios en el enfrentamiento de riesgos reales. En la medida en que la satisfacción sexual no está mezclada con un poder supraterrenal que la regule, el goce se da mucho más libremente. Romper la atadura de la culpa conduce a una mayor concentración en el valor placentero del acto sexual, pues las personas ya no tienen que ``combatir'' la tentación o mantener a raya al ``demonio'' del placer. Además, el placer se potencia con la responsabilidad: cuando no se tiene culpa por la posibilidad de infectar, de embarazar o de poner en riesgo a la pareja.
Otra consecuencia derivada del acceso más libre al goce es que se favorece una nivelación de poderes entre los amantes y la relación interpersonal gana en equilibrio; Monsiváis sugiere que se ``democratiza''. Esta ``democratización'' requiere que el deseo sea plenamente compartido.
Estas nuevas pautas --desculpabilización, responsabilización y democratización-- respecto al acto sexual establecen una interacción distinta entre deseo y ética. Lo definitorio en relación a si el acto sexual es o no ético radica no en un determinado uso de los orificios y los órganos corporales, sino en la relación de mutuo acuerdo y mutua responsabilidad de los involucrados.
Así, cualquier intercambio donde haya verdaderamente autodeterminación y responsabilidad mutua es ético. Tal vez por eso un valor de suma importancia es el consentimiento, definido como la facultad que tienen las personas adultas, con ciertas capacidades mentales y físicas, de decidir su vida sexual. La existencia de un desnivel notable de poder, de maduración, de capacidad física o mental imposibilita que se lleve a cabo un verdadero consentimiento. En el caso de un niño no existe posibilidad real de consentir.
Etica y consenso sexual
La sexualidad ha estado imbuida de un conjunto de aspiraciones y regulaciones políticas, legales y sociales que inhiben muchas formas de expresión sexual al mismo tiempo que estigmatiza ciertos deseos y actos. Es prioritario diferenciar entre la sexualidad y los contenidos simbólicos que les adjudican las personas. Quienes ejercen el poder simbólico --desde los chamanes hasta los sacerdotes-- establecen las fronteras entre lo normal y lo anormal, dictaminando qué prácticas son buenas o malas, naturales o antinaturales, decentes o indecentes.
Mientras que para los conservadores ciertas prácticas son per se ilegítimas, para los libertarios es el carácter ético del intercambio lo que las vuelve legítimas o ilegítimas. Por lo tanto actos sexuales que conlleven un desequilibrio de poder (como el coito obligado --débito conyugal-- en ciertos matrimonios) pueden ser inmorales para los libertarios, aunque desde una perspectiva conservadora no se registre la inmoralidad de la coerción marital.
Hoy en México, muchas personas empiezan a expresar su desacuerdo con la visión heterosexista tradicional de la sexualidad. Frente al atraso conservador, que invoca una única moral ``auténtica'' para restringir la sexualidad a sus fines reproductivos, se alza una ética libertaria que defiende la posibilidad de una relación sexual placentera, consensuada y responsable con el otro. Como las premisas valorativas de la sexualidad se establecen a partir de la relación entre el sexo, la identidad y la vida pública, se requiere una ética no etnocentrista ni fundamentalista que elimine las clasificaciones artificiales sobre las prácticas y se centre en el carácter del intercambio.
Responder a la pregunta sobre qué valores sexuales son defendibles en la agenda política democrática me lleva a adherirme a una perspectiva libertaria, desde la cual reivindico: el respecto a la diversidad sexual, el consentimiento mutuo y la gran responsabilidad para con la pareja. Con estos valores, se fomenta además la reciprocidad del placer.
¿Es posible elaborar un modelo normativo que permita la afirmación de diferentes identidades y formas de vida? En vísperas de un nuevo milenio, ¿podemos descubrir o reinventar un sistema de valores que tome en consideración la pluralidad de comportamientos humanos, incluida la diversidad sexual? En Valores en una era de incertidumbre, el sociólogo inglés Jeffrey Weeks propone un acercamiento a la problemática del sida a partir de una ``ética del pluralismo moral'', el cual es una expresión más del humanismo radical que el escritor propugna en otros textos (ver Letra S, núm.8, primera época). Estos son algunos de los planteamientos de Construyendo sidentidades, estudios desde el corazón de una pandemia, excelente compilación publicada en 1995 por Siglo XXI España. El responsable de este proyecto editorial, Ricardo Llamas, reúne aquí ocho ensayos en torno al sida y los prejuicios de la mayoría moral, el sensacionalismo de los medios de comunicación, el desdén o ineptitud de las autoridades de salud, y el desarrollo y eficacia de las estrategias de lucha de las personas afectadas por el VIH/sida. A cada ensayo lo acompaña una presentación del compilador, con precisiones y comentarios para que el lector de habla hispana pueda relacionar las discusiones generadas en Estados Unidos, Francia o Inglaterra con situaciones específicas en un contexto histórico y social más familiar. El conjunto de ensayos cuenta además con un buen apoyo iconográfico que incluye carteles, slogans combativos y fotos poco conocidas provenientes de los archivos de organizaciones internacionales de lucha antisida.
El trabajo y la rabia en estas páginas
La organización del libro, el punto de vista de su compilador, los documentos y guías prácticas de lucha en su sección final, ilustran la congruencia de su propósito inicial: Construyendo sidentidades se distingue del resto de la literatura sobre sida conocida en español por ser una propuesta de reflexión alternativa y radical, y por el rigor de su compromiso. Ricardo Llamas habla del ``trabajo y la rabia'' presente en las páginas de este libro, y de las conmociones y modificaciones que el sida ha provocado en el seno de la comunidad homosexual, la más afectada por la pandemia. El sida ha roto silencios, quebrado certidumbres, alentado solidaridades, sacudido letargos anímicos. Llamas describe el nuevo paisaje social: el espectador se volvió activista; el acusado, cómplice; el avergonzado, orgulloso; el frívolo, educador sexual; y el portador de moño rojo, compañero inseparable del portador de VIH.
Cuatro autores en el libro lo señalan: el orden social ha querido construir la historia colocando la vida del lado de la ``normalidad'' y la regulación del deseo, y la muerte del lado de la conducta pervertida o desviada. Abundan en la cultura finisecular, del diecinueve y veinte, las metáforas que asocian deseo homosexual, decadencia cultural y muerte. Judith Butler habla sobre las inversiones sexuales y evoca a Foucault y su noción del sexo como declaración de poder, y de la promoción de un orden regulador del sexo como condición primordial para la supervivencia. Leo Barsani va más lejos y analiza el rechazo histórico al sexo anal, a la imagen del macho penetrado, símbolo de inferioridad y sometimiento, y se pregunta si ``el recto es una tumba'' o el lugar donde se lleva a cabo una santa inquisición contra las ``prácticas antinaturales''. Estas prácticas soportan una reprobación desde los tiempos de la Antigua Grecia donde una moral de doble filo toleraba la expresión homoerótica, pero rechazaba el papel pasivo en la relación sexual, por considerarlo expresión de una falta de moderación en los placeres. Según Barsani, existe incompatibilidad entre la pasividad sexual y la autoridad cívica: ser penetrado es abdicar del poder. A partir de esto, es posible concebir como funciona la descalificación moral del homosexual, mitologizado como ser eminentemente pasivo, susceptible de recibir todo tipo de castigos por la infracción máxima al principio de autoridad. El padecimiento del sida es. según esta concepción, la consecuencia lógica de una sanción histórica. En Historia de la sexualidad (II) El uso de los placeres, señala Foucault: ``El único comportamiento sexual `honorable' consiste en ser activo, en dominar, en penetrar, y en ejercer así la propia autoridad.'' Una vez más, la ``normalidad'' y la monogamia, cuando no ese legitimado rechazo del cuerpo que es la abstinencia, se vuelven, en tiempos de sida, condiciones esenciales de supervivencia. Judith Butler añade en Las inversiones sexuales: ``Las decisiones políticas que administran los recursos científicos, tecnológicos y sociales para responder a la epidemia del sida, los parámetros de esta crisis, están insidiosamente circunscritos; las vidas a salvar están insidiosamente demarcadas de aquellas que se abandonarán a la muerte; las `víctimas' inocentes están separadas de aquellas personas que se `merecen' la muerte. Pero, por supuesto, esta demarcación queda en gran parte implícita, ya que una de las formas de `administración' de la vida por parte del poder moderno consiste, precisamente, en la retirada silenciosa de recursos.''
En otro ensayo, el escritor David Bergman habla de Larry Kramer, sobresaliente militante gay estadunidense, y de la retórica del sida. Kramer, también fundador de la organización Act Up, utiliza la metáfora del holocausto para describir los efectos de la pandemia y afirma que los gays sólo pueden evitar el genocidio reivindicando a fondo sus derechos políticos. Y cita a Hannah Arendt: ``Cada paria que renunció a ser un rebelde era parcialmente responsable de su situación.''
``La primera revolución es la supervivencia''
Philippe Mangeot habla también de pulsiones de muerte, del sensualismo oscuro de la pareja Eros y Tánatos, y del destino de un escritor enamorado de su propio sida, Hervé Guibert, autor de La muerte propaganda y Al amigo que no me salvó la vida. Mangeot describe una metáfora del sida, la del goce autopunitivo y señala sus peligros --el más evidente, reconfortar una ideología de la culpa y del desprecio de la carne. El romanticismo anacrónico que ve en la muerte un imperativo del deseo, parece ignorar una triste evidencia: el espectáculo de ``vidas liquidadas, cuerpos mutilados, del amigo que pierde la razón, y de aquel otro que se caga y muere anegado en su propia mierda''. Ignora a ``los homosexuales que mueren en el silencio de su enfermedad de maricones''.
Ante estas ficciones del sida, Ricardo Llamas propone reconstruir el cuerpo homosexual, vertebrar criterios de supervivencia, vencer la fatalidad que ve en el cuerpo un centro de la bulimia sexual, y reorganizar los placeres y el sentido de la solidaridad comunitaria. No basta con una cultura de la prevención. Es preciso decir también, con la organización española Radical Gai, que ``La primera revolución es la supervivencia.'' Al término de estos estudios, Ricardo Llamas expone las tácticas de lucha radical antisida de la organización neoyorkina Act Up y su impacto en la comunidad gay, e invita al lector a reflexionar sobre el sida y el cuerpo homosexual en términos comunitarios. Esta lucha a favor de la salud pública y en contra de la homofobia, emprendida con generosidad y rabia por muchas víctimas gay hoy desaparecidas, es un modelo de perseverancia para otras comunidades y un tema de reflexión indispensable para nuevas generaciones.
El 22 y 23 de mayo se reunió en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, el Pontificio Consejo para la Familia, presidido por el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, quien logró su objetivo básico, según diversos observadores: retraer las posiciones de la Iglesia católica sobre sexualidad a una situación previa al Concilio Vaticano II, y rechazar cualquier declaración a favor del ``sexo seguro'' o la salud sexual.
De entrada, el cardenal López Trujillo afirmó durante la primera jornada del congreso ``Sexualidad Humana: Verdad y Significado'' que ``hoy se enseña un sexo egoísta, irresponsable, en donde el altruismo no existe, en donde lo importante es que cada quien saque el fruto del goce sexual pasajero. Eso es enseñar un sexo utilitario y ponerlo en un nivel precientífico''.
Para López Trujillo, la educación sexual no debe concentrarse en ``enseñar cómo no tener hijos o cómo evitar la contracepción''. Para el cardenal, la educación sexual pública está ``orientada'' por los designios de Estados Unidos y promueve ``la vulgarización, la banalización del sexo con una visión utilitarias que, en una pobre antropología, hace de las personas objetos''.
Los condones andan sueltos: paranoias de la derecha
Al referirse al tema del VIH/sida, López Trujillo volvió a identificar a los demonios: ``la revolución sexual'' y la ``promiscuidad'' que provocan que la gente piense que ``todo el problema estará solucionado con la utilización de preservativos o condones que, a la postre, no dan mayor seguridad''. El cardenal consideró la visión sobre la prevención del sida como ``verdaderamente desastrosa''.
Los 350 asistentes al congreso aprobaron una declaración que condena las ``políticas antinaturalistas'', que considera como ``el único modelo verdadero'' a la sexualidad que se ejerce ``en matrimonio y familia''. De paso, hubo teólogos como el obispo Peter Elliot, del Pontificio Consejo para la Familia, que calificó el control natal como ``el nuevo maniqueísmo de los paganos'', calificó a la lucha contra el sida de ``pretexto'' para la promoción de perversiones y desviaciones y calificó a las feministas de ``aliadas de los neomalthusianos''.
Para José Alvarez Icaza, impulsor del Movimiento Familiar Cristiano en la década de los cincuenta y ex asesor papal durante el Concilio Vaticano II, las posiciones del Pontificio Consejo para la Familia representan ``un retroceso, una mochería barata''. Incluso consideró que las agrupaciones laicas que se acogieron a la declaración de Monterrey, como la Unión Nacional de Padres de Familia ``no tienen nada que ver con el Movimiento Familiar Cristiano, el cual es muy fuerte en sectores proletarios''.
Aunque reconoció que actualmente está desvinculado del Movimiento Familiar, Alvarez Icaza destacó que éste sigue en la línea básica de la jerarquía eclesiástica, pero trata de defender los avances en materia de educación y valores sexuales.
Desde otra posición, el psicólogo Henry David, presidente del Trasnational Family Research Institute de Estados Unidos, destacó que este tipo de posiciones no resuelven ninguno de los problemas básicos de la sexualidad.
``Estoy completamente de acuerdo con las relaciones que son enteramente saludables y felices. La sexualidad es una realidad de la vida y la gente la debería disfrutar, pero si uno lo hace tiene que ser responsable. Y es una responsabilidad compartida entre el hombre y la mujer'', subrayó Henry considerado como uno de los investigadores más renombrados sobre el tema de sexualidad, aborto y embarazos no deseados.
Cuestionado sobre los propios ataques conservadores de la Iglesia católica y de otras iglesias en Estados Unidos frente a la cuestión del aborto, David Henry consideró que los psicólogos ``tenemos menos ataques por nuestra posición científica. Nosotros trabajamos con verdades, no con ideologías''.
``Tenemos un gran respeto hacia la Iglesia católica y las posiciones que ha expresado en torno al aborto, pero yo no quiero que la iglesia me diga a mí lo que debo hacer.''
La Declaración de Valencia
Prácticamente un mes después de la reunión del Pontificio Consejo para la Familia, 13 mil personas de 60 países distintos se reunieron en la ciudad de Valencia, España, y suscribieron una declaración el 29 de junio de este año sobre los derechos sexuales, entre los que destacaron los derechos a la libertad, la autonomía, la integridad corporal, la salud sexual, la información amplia y objetiva sobre sexualidad humana y la educación sexual integral. En el punto específico sobre ``derecho a la salud sexual'' señala la declaración que debe incluir ``la disponibilidad de recursos suficientes para el desarrollo de la investigación y conocimientos necesarios para su promoción. El sida y las enfermedades de transmisión sexual requieren de aún más recursos para su diagnóstico, investigación y tratamiento.''
Asimismo, declararon como un derecho inviolable e insustituible el derecho a la vida privada que ``implica la capacidad de tomar decisiones autónomas con respecto a la propia vida sexual dentro de un contexto de ética personal y social''.
Uno de los principales impulsores de la Declaración de Valencia, el sexólogo estadunidense Eli Coleman, destacó que el documento signado es el primero en su tipo y ``ayudará a aclarar las barreras que existan entre los distintos grupos y a actualizar las posiciones''. Director del Programa de Sexualidad Humana de la Universidad de Minnesota, Coleman consideró que con esta declaración se distingue la salud sexual, que es un concepto más amplio de la salud reproductiva. ``Implica el derecho a tener placer'', sintetizó.
Entrevistado en la Ciudad de México, Coleman consideró que en buena medida la Declaración de Valencia surgió de la propia declaración elaborada por la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexología (Femess), una organización dirigida actualmente por el doctor Eusebio Rubio.
Una planificación familiar alternativa
Por su parte, José Aguilar, dirigente de la Fundación Mexicana para la Planificación Familiar (Mexfam), indicó que este organismo también promueve la necesidad de la educación sexual, el valor del placer en sí mismo y los valores de la información sobre sexualidad.
Entrevistado en las oficinas de Mexfam, Aguilar indicó que desde hace 30 años este organismo realiza diversos trabajos para promover una planificación familiar que respete los valores sexuales y una educación sexual explícita y clara para los jóvenes.
Precisamente por sus materiales en video, Mexfam ha sido objeto de ataques de organizaciones como Pro Vida, en la ciudad de San Luis Potosí, así como otros grupos en Monterrey y Guadalajara. Los ataques han sido por el programa Gente joven y por el contenido de más de 20 películas.
``Nuestro objetivo es realizar una propuesta de educación sexual'', indicó Aguilar. Actualmente, informó, están elaborando un manual en conjunto con la Universidad de Georgetown. El tema es el autocuidado de los jóvenes e incluye el tema del sida.
De acuerdo con Aguilar, algunas críticas de sectores católicos arreciaron a raíz de la visita de Hillary Clinton a la Fundación durante su gira por México.
``Yo pienso que nos tenemos que respetar. Existen diferentes opciones. Si yo opto por una educación sexual que tiene una visión cristiana, adelante, pero nadie nos puede imponer los valores. Ahí la gente tiene que establecer su criterio.
``¿Cómo puede existir una posición en contra del condón si los jóvenes desde los 16 años ya tienen relaciones sexuales?'', subrayó.