En su libro Fighting Terrorism, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, definió el terrorismo como ``el asalto deliberado y sistemático de la población civil para fines políticos''. Elaborando su propia definición, identificó a la ``población civil'' como aquéllos que ``están fuera de combate'': los inocentes. La paciente y si- lenciosa población civil que trabaja, estudia y camina por la calle en todo el mundo, confiada en la seguridad que debe proporcionarle el Estado. Sin embargo, ¿cómo prever los actos de un suicida? He ahí la premisa sobre la que descansa el éxito del terrorismo internacional. En ese libro, publicado en 1995, Netanyahu se preguntó desilusionado (y ahora esa misma pregunta debe martillarle la cabeza a cada minuto del día en la soledad de su gabinete ministerial): ``¿Qué relación existía entre los niños de la guardería infantil en Oklahoma y los `Patriotas' de Arizona? ¿Qué lazos unían a los consumidores del World Trade Center con la Jihad islámica?'' Ahora, después del último atentado de Hamás, la pregunta obligada es: ¿Por qué los compradores del mercado de legumbres de Jerusalén?
Recordando el libro de Netanyahu, observé sin emoción la foto de uno de los terroristas: parecía inofensivo, como muñeco de plástico al que le hubieran arrancado las piernas. La parte superior del cuerpo estaba prácticamente intacta, pero toda la parte inferior había desaparecido con la fuerza de la explosión. Lo miraban con curiosidad casi científica un par de soldados israelíes que aseguraban el sitio. Por el contrario, las fotos que me produjeron repulsión fueron las que mostraban las piernas y los brazos ensangrentados de las víctimas, hombres y mujeres que cumplían con su deber o disfrutaban la comida. ``¡Ya basta!'', decían los letreros de los millones de inocentes que decidieron abandonar el silencio de la resignación para protestar el asesinato del concejal español; ``¡Ya basta!'', dijeron los sepultureros de las últimas víctimas de la Jihad, la guerra santa del Islam.
Sin olvidar la tragedia, cada uno de estos atentados le proporciona a Netanyahu la oportunidad para culpar al Partido Laborista por un cambio de política exterior que, según él, ha contribuido enormemente a la proliferación del terrorismo islámico. Como se recordará, en 1993 Yitzhak Rabin y Shimon Peres, con el ánimo de asegurar la paz en Medio Oriente, comenzaron conferencias secretas con Yasser Arafat. En esas pláticas, los líderes laboristas acordaron abandonar los territorios conquistados por Israel en la Guerra de los Seis Días, para que la OLP estableciera en ellos un ``régimen autónomo'', una ``autoridad palestina''. Hoy en día, ese régimen se ha convertido en un Estado soberano con su propio ejército (disfrazado como fuerza de policía), y poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; todo controlado por Yasser Arafat. Por eso a Netanyahu siempre le ha parecido una farsa el hecho de que los acuerdos de Oslo, denunciados oportunamente por el Partido Likud como un caballo de Troya en el corazón mismo de Israel, le hayan valido el Premio Nobel de la Paz a Rabin, Peres y Arafat.
El predicamento para Netanyahu es que, esta vez, su capital político está muy reducido, y los terroristas suicidas del Mahane Yehuda no salieron de la famosa franja de Gaza, considerada por el primer ministro como un nido de terroristas palestinos donde se han forjado los fedayines, los locos de Dios de Hezbollah y los militantes de Hamás. Qué importa. Netanyahu, el hombre de mano dura que subió al poder impulsado por la ola de rabia colectiva tras el asesinato de Yitzhak Rabin, ordenó de inmediato medidas extremas a manera de represalia: arrestos masivos de sospechosos, suspensión de los carnets de identidad y de las pláticas de paz, campaña internacional contra la OLP y bloqueo de las señales de televisión. Todas estas medidas están destinadas a avergonzar a Arafat ante su pueblo, y a enfrentar al líder de la OLP, cara a cara, con las organizaciones terroristas. Peligrosa vía la escogida por el señor Netanyahu
Guillermo Almeyra denunciaba el domingo pasado (La Jornada, 4638) que las medidas ordenadas por Netanyahu son violatorias de los derechos civiles de los palestinos e incitan a la guerra. Sin embargo, para el premier, una de las principales medidas contra el terrorismo es precisamente la restricción de las garantías individuales ``de derecha o de izquierda, para adecuarse a las realidades políticas'' (Netanyahu le reconoce la libertad de expresión a la izquierda, y la de portar armas a la derecha: él, obviamente, es de derecha). El día en que se comprenda la necesidad de coartar las garantías de los terroristas, es el mensaje de Netanyahu, se acabarían los McVeighs, los Aum Shinrikyo y los suicidas de Hamás.
Es posible que ese día se acabe también, para siempre, la paz en el Medio Oriente.