Jaime Martínez Veloz
Nos vemos a la salida
En los futuros trabajos del Congreso de la Unión se abre una expectativa prometedora para el PRI. Su condición de ser la minoría más grande da pie para pensar que podremos hacer algo que usualmente no hicimos en ese recinto: Política, así, con mayúscula. Podemos hacer política de altura, buscar los consensos adecuados y ajustar aquello que nosotros mismos hemos visto que hace mucho no funciona.
Pocos partidos que han sido mayorías abrumadoras y luego fueron desplazados tienen, por decirlo de alguna manera, una segunda oportunidad. Debemos y podemos aprovecharla en beneficio de México y del verdadero partido, ese que ha sido subordinado y atado muchas veces desde el exterior de sus filas.
Desde luego que la transformación no será fácil. En la política hay momentos para la búsqueda de los consensos y otros en que es necesario, ante desacuerdos de fondo, imponer el peso de la mayoría. El éxito de un partido depende de que los primeros sean más numerosos que los segundos. Durante décadas escogimos como camino ``fácil'' el mayoriteo. Esta posibilidad quedó en el pasado.
El acuerdo alcanzado por los líderes de las fracciones opositoras en la Cámara de Diputados ofrece una oportunidad magnífica para hacerlo, cualquiera que haya sido se segunda intencionalidad o su desafortunado tono. El deseo de fortalecer la autonomía, que no la disputa, del Poder Legislativo frente al Ejecutivo es también el nuestro. Inclusive la propuesta de buscar un formato distinto al Informe presidencial, más acorde a los tiempos que se viven, puede ser motivo de una segunda reflexión de parte nuestra, más ahora que ha sido moderada en su tono y alcance. Lo anterior debe analizarse a la luz de que el Presidente también ha buscado en todo momento una normalidad democrática y una vida pública republicana.
A muchos priístas en el partido y en el gobierno puede incomodarles la nueva situación, pero es absurdo criticar a las oposiciones por inducir a prácticas que hemos llevado a cabo durante años en el Congreso. Quejarse de que nos ponen plazos, cuando nosotros muchas veces no tuvimos la cortesía o la prudencia de dar tiempo a las discusiones de temas cuya aprobación tendría importancia mayúscula en la vida política, social y/o económica de la Nación; asombrarse porque las oposiciones se niegan a tener tratos bilaterales con la fracción de nuestro partido en el Congreso, cuando nuestra costumbre era que las propuestas del Ejecutivo no debían ser señaladas ni con el pétalo de una observación, inclusive del propio partido; dolerse porque hay una intención de las oposiciones de mayoritearnos, intención legítima por lo demás, cuando en la práctica cotidiana de casi 70 años fue nuestro deporte favorito, aun cuando en la calle las mayorías nacionales nos decían que estábamos equivocados.
Quejarse por todo esto es arriesgarse, dicho en lenguaje popular, a que nos contesten: el que se ríe se lleva. Si sólo somos capaces de lamentarnos por lo que significan los resultados de una práctica política que fomentamos, podemos decir, parafraseando un famoso tango, que 70 años no nos han enseñado nada.
Si ante un acuerdo de las oposiciones sólo podemos contestar con descalificaciones y respuestas poco afortunadas, entonces no estamos haciendo política.
Por lo pronto, el espectáculo de diputados y senadores que invocan un respeto que no han practicado y otros que contestan que su verdadera intención es, por decirlo en lenguaje común, ponerle las peras de a peso al gobierno y a su partido, no está sirviendo para atraer confianza al electorado en las posibilidades de que el Congreso de la Unión sea el pivote de los cambios indispensables en nuestra vida pública. Y esto puede tener consecuencias muy graves, entre las que se encuentra un posible alejamiento del ciudadano hacia la política.
Más que nunca hacer una política moderna y republicana es fundamental. Hay que darle paso a la reflexión y al acuerdo, antes que a la descalificación. Tenemos los hombres y la experiencia. Podemos hacerlo. De lo contrario, ante otra diatriba de cantina corremos el riesgo de que se nos conteste también pendencieramente: nos vemos a la salida.