El 6 de agosto del presente año se llevó a cabo la redención de las Notas Bancarias por 6 mil millones de dólares, a tasa variable, emitidas en agosto de 1996 con el objetivo de financiar el prepago del paquete del Tesoro estadunidense. Con esta operación se puso fin a un periodo dentro de la historia de nuestra deuda externa. A través de la misma se eliminó la vulnerabilidad asociada a los vencimientos de deuda pública externa, al reducirse considerablemente los vencimientos del gobierno federal para el periodo 1997-2000. Asimismo, se liberó el total del remanente de los flujos de divisas generados por las exportaciones de petróleo que actuaban como garantía en términos similares a los previstos en los financiamientos de emergencia.
Hoy México se encuentra en una situación muy distinta a la que vivió en 1994. Una serie de elementos confirman que la vulnerabilidad de nuestra economía se ha reducido sustancialmente. En primer término, el problema de sobreendeudamiento de corto plazo, así como el riesgo de refinanciamiento de la deuda pública denominada en dólares, han sido eliminados. Mientras en 1995 los vencimientos de mercado del gobierno federal (incluyendo Tesobonos), los cuales representan la deuda en manos de inversionistas institucionales, ascendían a más de 30 mil millones de dólares, actualmente promedian menos de mil millones de dólares para los próximos tres años. Asimismo, el saldo de la deuda pública externa de corto plazo ha disminuido de 35 mil 600 millones de dólares en diciembre de 1994 a 5 mil 400 millones de dólares en marzo de este año. En segundo lugar, el déficit en cuenta corriente se redujo de 7 por ciento del PIB en 1994 a medio punto porcentual del producto en 1996, y se espera que en 1997 ascienda a 1.6 por ciento del PIB y que sea totalmente financiado por inversión extranjera directa. Finalmente, las reservas internacionales se han incrementado de 3 mil 500 millones de dólares en enero de 1995 a más de 22 mil millones de dólares en la actualidad.
Por último, es importante señalar que desde finales de la década de los ochenta se ha observado una tendencia favorable en los indicadores de solvencia de la deuda pública. Así, la deuda pública neta total como porcentaje del PIB, por medio de la cual se mide la magnitud de la deuda en relación con el tamaño de la economía, ha disminuido de niveles superiores al 120 por ciento en 1987 a niveles de 30 por ciento en 1996. Por su parte, mientras los intereses de la deuda pública representaron en promedio 22.1 por ciento del gasto neto presupuestal en el periodo 1988-1994, para 1997 se estima que representen únicamente 16.8. Esto es, de cada peso de gasto se destinarán 16.8 centavos al pago de intereses de la deuda. Cabe señalar que si bien este porcentaje continúa siendo elevado desde el punto de vista del gobierno, resulta mucho menor que hace algunos años, lo que indica que los esfuerzos para reducirlo se están materializando y, por lo tanto, cada vez se liberan mayores recursos para ser destinados a programas sociales.
Asimismo, los indicadores de solvencia de México se comparan favorablemente con otros países latinoamericanos, así como con los integrantes de la OCDE. La relación de deuda externa total como porcentaje de las exportaciones, a través de la cual se pueden medir las obligaciones que tiene que enfrentar el país en relación con el flujo de divisas que obtiene, muestra que México se sitúa en el segundo lugar con la menor proporción de América Latina. Respecto a la comparación con los países desarrollados, si se considera la proporción deuda pública/PIB, se observa que México se sitúa en niveles de alrededor de 30 por ciento, mientras naciones como Alemania, Estados Unidos y Francia presentan niveles superiores al 60 por ciento.
La crisis de 1994-1995 nos dejó dos lecciones fundamentales en relación con el manejo de la deuda pública. En primer lugar, el perfil de pagos de la deuda externa es una variable fundamental que debe monitorearse continuamente para evitar concentraciones de amortizaciones. En segundo término, el ahorro externo nunca debe actuar como sustituto del ahorro interno y debe cuidarse que los flujos del exterior sean preponderantemente los asociados a la inversión extranjera directa de largo plazo.
El Pronafide incorpora estas lecciones y busca consolidar las bases para que nuestra economía se sitúe en una trayectoria de crecimiento sostenido que evite las crisis recurrentes como las que hemos vivido en el pasado.