La discusión iniciada sobre la posible reducción del IVA, por parte de la próxima legislatura, ha motivado la argumentación de los defensores del status quo, en términos que van desde las verdades a medias y los juicios ingenuos, hasta los intentos de confundir y amenazar con el caos total al que nos puede llevar el irresponsable intento de reducir este impuesto.
Se ha hablado, así, de los miles de millones de pesos que habrán de reducirse del gasto social para los pobres, y de cómo algunos estados dejarían de recibir el presupuesto destinado a atender la salud y la educación, ignorando así que estos gastos se hacían, y en mayor volumen, antes de que el IVA fuese aumentado del 10 al 15 por ciento. Porque el IVA no se aumentó, si se recuerda bien, para incrementar el gasto social, sino para pagar el dinero que por muy malas artes perdió el país, como consecuencia de la irresponsable devaluación de diciembre del 94, o lo que luego se llamó ``los errores de diciembre''. Tan esos dineros del IVA se usaron para ello, que el gobierno tuvo recursos para pagar (incluso de manera adelantada) el préstamo contraído con Clinton, por lo que supuestamente la necesidad inicial ha quedado satisfecha.
Por otra parte, una de las razones reconocidas entonces para incrementar el IVA fue reducir el gasto para el consumo, lo cual traería como consecuencia, se dijo, fomentar el ahorro y reducir las importaciones para lograr equilibrio en la balanza comercial. Mucho de esto último se logró sin lugar a dudas, pero con un enorme gasto social; la reducción continuada de la demanda de todo tipo de productos y servicios durante 1995, 96 y 97 hasta niveles cercanos al 50 por ciento de lo que eran en 1994, provocó una aguda retracción económica, con cierres masivos de empresas y centenas de miles de empleos perdidos.
Hoy se dice que la reducción del IVA beneficiará solamente al 30 por ciento de la población con mayores ingresos, pero lo cierto es que el incremento del IVA que hemos padecido desde marzo de 1995 fastidió al otro 70 por ciento de menores ingresos.
Se dice también que el Impuesto al Valor Agregado no afecta a los más pobres, en virtud de que los alimentos más básicos, los servicios educativos y los servicios médicos están exentos de IVA de un modo o de otro, haciendo evidente que para los defensores del modelo neoliberal sólo existen dos clases sociales, la de los que todo lo tienen, y la de los pobres que requieren del gasto social. Así, de un plumazo la clase media que se había venido conformando a lo largo del siglo, como resultado de la terminación del viejo régimen de explotación porfirista, tiene hoy como opción única regresar a la pobreza, para poder beneficiarse de los magníficos y humanitarios programas del gobierno. ¡No, pues sí! Así sí podemos entender lo que ha venido sucediendo en estos 15 años.
Entre las visiones catastrofistas a las que hemos sido expuestos en los últimos días, resaltan las de algunos supuestos ``expertos'' del sistema, que nos dicen que la crisis de 94-95 resultaría cosa de niños respecto a los efectos de una reducción súbita del IVA. Es posible que exista razón en ello, además de amenazas, pues tal reducción tendría como efecto directo un incremento importante en la demanda de todo tipo de bienes y servicios, lo cual pondría de manifiesto el nivel de desmantelamiento en el que se ha dejado al aparato productivo nacional, por lo que la reducción gradual del IVA, para dar tiempo a su reconstrucción, debería ser apoyada con medidas económicas y crediticias adecuadas.
Finalmente, resaltan también en las argumentaciones oficiales los grandes vacíos respecto a las enormes posibilidades de reducción del gasto público, que la sociedad ha exigido en reiteradas ocasiones, y que la gente del sistema se niega siquiera a mencionar, como las absurdas compras de costosos equipos de guerra, útiles sólo para pelear con enemigos imaginarios, y las famosas partidas discrecionales de que disponen para pagarse unos a otros.