La Jornada sábado 16 de agosto de 1997

Luis González Souza
Puentes y consensos

Construir puentes y consensos a favor de la democracia y, por lógica, contra los reacomodos del autoritarismo. Desde cierto ángulo, ésa parece ser la tarea central en el México posterior a las elecciones del 6 de julio.

Silenciosa pero profunda, la desintegración de México se perfila como uno de los peores saldos de nuestro (?) neoliberalismo. Baste esquematizar algunas huellas de esa desintegración: economía parasitaria vs economía productiva, islotes de modernidad vs océanos de atraso, eslabones atados al extranjero vs cadenas atadas a México, élites desnacionalizadoras vs franjas nacionalistas, cúpulas multimillonarias vs hordas empobrecidas, mexicanos(as) primermundistas vs mexicanos(as) sin mundo alguno. En fin, grupúsculos que deciden vs masas que obedecen. Ello, para no hablar de la cantidad de Méxicos en atención a diferencias culturales y étnicas.

En la superficie, las pasadas elecciones alimentaron la fragmentación; tanto como el número de partidos en contienda y de insultos. Pero, en el fondo, esas elecciones abrieron la puerta hacia la reunificación de México con el cemento de la democracia; gelatinoso pero a la larga el único sólido. La mayoría acudió a las urnas porque decidió hacerse escuchar en lugar de permanecer impávida ante la desintegración de México, de suyo expresada en el ya intolerable índice de inseguridad: pública y privada, social y política, familiar y nacional.

Se habló de una fiesta cívica porque en cada sonrisa y en cada voto pareció leerse ¡Va por México! En el caso menos fructífero, las elecciones del 6 de julio ayudaron a descubrir la principal fractura de México y a delinear los campos correspondientes: democracia o autoritarismo. Esto es, participación de todos o sólo las cúpulas de siempre; participación como acto mínimo de dignidad o sólo como ritual periódico; revigorización de México, pues, o despedazamiento en la barranca del militarismo.

Pero cuidado con la euforia. Saber dónde está la principal fractura, sin duda facilita la reconstrucción de México. Mas son muchas, como hemos visto, las fracturas resultantes de nuestra larga antidemocracia ahora hecha neoliberalismo. Inclusive ya han llegado a expresarse de manera violenta; insurrecciones allí donde la antidemocracia se tornó insoportable; robos y muertes por doquier; ajusticiamientos al calor del narcotráfico y, en la cúspide política, asesinatos como el de Colosio.

Por ello son muchos los puentes y los consensos a (re)construir. Así sea en asuntos formales y de todos modos importantes (órganos internos de gobierno, formato del Informe presidencial), un primer paso está a punto de darse entre las fracciones parlamentrias de la nueva Cámara de Diputados. Por delante, sin embargo, sigue el reto de lograr acuerdos en torno a los grandes problemas del país: desde una paz verdadera en todos los rincones del país, hasta una economía que dé cabida y frutos a todos, pasando por la regeneración de la soberanía nacional.

Problemas tan graves sólo pueden solucionarse con la participación de todos. Y para que ésta fluya, primero hay que tender puentes hacia todas las regiones y sectores del país. Por más ilustres que sean los nuevos congresistas y gobernantes, de poco servirán sus consensos si se forjan lejos de la ciudadanía (votante y abstencionista). Un puente clave tendrá que construirse entre todo aquello ligado al mundo de los poderes y las decisiones (gobierno, partidos, iglesias, Ejército, narcopolíticos, cúpulas empresariales, facilitadores de la dominación extranjera) y el resto de la sociedad.

Y para que la sociedad sea bien escuchada, primero tendría que unificarse ella misma a través de muchísimos puentes; tantos como los numerosos segmentos que la componen. Entonces sí vendrían los consensos trascendentes. Y entonces, también, México recuperaría su viabilidad como nación digna, independiente.

¿Tarea difícil? Sí, pero la brújula y el camino ya están más despejados. Todavía son fuertes, pero cada vez menos, quienes se resisten a un México tan democrático como soberano. Y cada vez son más, aunque todavía débiles, las personas y las organizaciones dispuestas a construir los puentes y los consensos requeridos.