No hay democracia sin autonomía. Esta comienza, antes que nada, a nivel del núcleo de población o sea, jurídicamente, del municipio. Pero autonomía quiere decir participación, descentralización, intervención permanente en la vida pública de los pobladores que se construyen así también como ciudadanos y deciden directamente desde el barrio hasta abarcar el territorio circundante y las instituciones nacionales. En Italia, a este respecto, existe el concepto del compressorio, lo cual lleva a pensar al municipio en el contexto geográfico, sociológico, productivo, ambiental del territorio circundante y a la búsqueda, en las ciudades progresistas, de una descentralización como base de la autoadministración por la ciudadanía.
Pero descentralizar consiste en convertir a las colonias en verdaderas pequeñas ciudades con su autoadministración, sus políticas, su control directo por asambleas, clubes, centros sociales, sindicatos locales, organizaciones ciudadanas de todo tipo que coparticipan en la administración y le dan base permanente y un control constante. No hay descentralización real sin elementos importantes de autogestión y de democracia directa, pues la otra descentralización, la formal y administrativa (los arrondissements parisinos, por ejemplo) es burocrática y antidemocrática.
Descentralizar, sobre todo cuando la izquierda debe hacerse cargo de una ciudad antes (mal)gobernada por la derecha exige, en primer lugar, evaluar todos los bienes del municipio, controlar a fondo todas las cuentas de gastos y las fuentes de ingreso, recurriendo para eso incluso a los técnicos y trabajadores anteriores que quieran colaborar. Sobre esa base se puede establecer una absoluta transparencia de los actos políticos y administrativos, comunicando la situación en que se recibió la entidad y los medios disponibles y, a partir de ahí, rindiendo cuenta exacta del costo de cada medida.
Por otra parte, es absolutamente necesario estar en condiciones de evaluar cada acto o cada decisión, sea con cartabones tomados de otras realidades similares, nacionales o extranjeras, sea con normas simples, comprensibles y controlables por todos y que den pautas incluso a los propios trabajadores para hacer su trabajo y para controlar toda clase de abusos, deficiencias, derroches. El análisis de los problemas y de los sectores no es un desafío puramente técnico que una administración pueda encarar por sí sola, sino una cuestión eminentemente política. Por ejemplo, si se hiciesen simposios, talleres, seminarios públicos, invitando técnicos nacionales y extranjeros, políticos especializados en el tema pero de distinta proveniencia, organizaciones sociales y al público en general sobre, por ejemplo, el tratamiento de los residuos y su utilización productiva, el agua, la vivienda popular, los planes de creación cultural (no de divulgación paternalista de cultura de arriba hacia abajo, con criterio ``nacionalpopular''), el resultado de esas discusiones podría dar base a libros-manuales para la formación de los funcionarios y de los ciudadanos.
O bien, si se hacen planes de racionalización y reducción de los gastos (aprovisionamiento por licitaciones reales y honestas, revisión de los bienes existentes para evitar compras inútiles, reducción de los despilfarros, supresión de aviadores y parásitos) y esa actividad se comunica permanentemente, el apoyo popular contrarrestará las presiones de los intereses afectados.
La comunicación constante, incluso por medios audiovisuales, como en Perusa, en Italia, cambiando servicios por espacios televisivos, es una parte fundamental de la transparencia, si se evita la propaganda partidista y se informa objetivamente. Además, sólo la autogestión, la participación popular en la toma de decisiones, pueden controlar y seleccionar al personal político en el campo práctico de la actividad, y a la luz del rigor programático y de la conducta guiada por la ética.
En países con fuerte tradición de centralización estatal, donde existe la tendencia a esperar todo del vértice de la pirámide institucional en vez de autoorganizarse, presionar, exigir, controlar, hacer propuestas y decidir a escala local y en todos los campos, y de colaborar así con quienes han recibido un mandato imperativo y no una delegación o un cheque en blanco, es fundamental promover la democracia, enseñarla, crear confianza, mediante organismos especiales para recibir quejas, protestas, sugerencias, propuestas. La alternativa es la burocratización, el desgaste político y electoral y la falta de bases de apoyo que facilitan el sabotaje que, inevitablemente, deberá enfrentar quien desee un real cambio.