Desde el siglo XVIII se han editado guías que orienten al viajero sobre los atractivos que ofrece el fascinante país que es México y su cosmopolita capital. Una de las primeras, notable por la vasta información que ofrece, es la que publicó en 1852 el general Juan Nepomuceno Almonte; ¡sí!, el hijo de Morelos que trajo a Maximiliano y luchó al lado de Santa Anna, tenía también esta sorprendente faceta.
Reeditada recientemente por el Instituto Mora --al que hay que felicitar por la extraordinaria labor de investigación que lleva a cabo permanentemente sobre esta urbe--, con muy buen tino le solicitó la presentación a Vicente Quirarte, otro de los que estudian la ciudad cotidiana y amorosamente. Con la erudición de gran historiador y su sabrosa vena literaria, nos da en sus letras una excelente descripción del autor, los hechos y el contenido de la guía.
Quirarte nos ubica en la metrópoli decimonónica: ``Entre el carnaval y el pronunciamiento; entre la danza de la muerte y la incansable alegría de vivir, transcurre la vida de la capital''. En este contexto surge la Guía de forasteros de México y repertorio de conocimientos útiles, en la que Almonte incluye tres mapas y seis ``vistas''. Menciona los nombres de los integrantes de los tres poderes y del gobierno del Distrito Federal, así como de los estados, los embajadores y reglamentos como el de ``criados domésticos'', que establecía la obligación de registrarse y tener una libreta en la que, entre otros datos, constara el certificado de su último ``amo''. Incluye también los nombres y domicilios de los profesionistas; allí encontramos muchos que ahora son calles: José María Marroquí, José María Vertiz, Casimiro Liceaga, Leopoldo Río de la Loza y varios más.
Habla de las ``Esposiciones'' (sic), como la de pintura en la Academia de San Carlos y la de Industria y Agricultura en la plaza mayor, y las casas consistoriales. Menciona las principales escuelas, con sus características y cuotas; por ejemplo, el Colegio Francés --que era de lo más elegante--, por internado cobraba al mes 35 pesos mensuales a los alumnos de la primera sección, y 30 a los de la segunda. Asimismo dedica espacio a las ``diversiones públicas'': teatros, circos, plazas de toros; cita los paseos como el afamado de Bucareli, y desde luego los principales comercios.
En años subsiguientes se publicaron otras guías con información semejante, aunque pocas tan prolíficas como la de Almonte. De gran calidad es la que publicó a fines del siglo pasado la Antigua Imprenta de Murguía, con el plano topográfico de la capital realizado por el notable don Antonio García Cubas. Ya en nuestro siglo, los Porrúa sacaron en 1910 su guía, con textos de don José Romero, ``ilustrada con profusión de grabados y un plano en colores al final''. Años más tarde, en 1927 sale a la luz la Guía completa de la ciudad y valle de México, con la revisión de don Luis González Obregón.
Junto a esas espléndidas publicaciones, lo que se edita ahora en general es mucho más limitado. Editorial Promexa vende una Guía turística, histórica y geográfica del Distrito Federal, que en 245 páginas, eso sí, con mucha ilustración a color, a vuelo de pájaro da una idea de lo que es la urbe más poblada del mundo. De zonas específicas como el centro histórico, hay algunas bastante buenas, como la que coordinaron Elena Horz de Via y Elisa Vargas Lugo, coedición INAH-Camino Real-Salvat.
No se queda atrás la Guía de forasteros que hicieron Banamex y el DDF, bajo la dirección de la talentosa Olga Cano Díaz, que tiene también recomendaciones gastronómicas y las mejores tiendas del rumbo. Modesta pero simpática es la de Jorge Escudero de Sybaris, que consiste en un enorme y colorido mapa.
Pero todos estos múltiples trabajos no logran llevar el ritmo de la gran ciudad; afortunadamente no cambian sus bellos edificios, monumentos, iglesias, plazas y calles; pero en lo que se refiere al comercio, el fandango y la gastronomía, los cambios son vertiginosos.
En lo que va de este 1997 ha habido varios estrenos en el centro histórico. Para mencionar sólo dos: en la señorial avenida Madero, en el edificio conocido como La Esmeralda, por haber sido la sede de esa famosa joyería por muchos años, la cadena de discos Mix-Up mezcla su moderna mercancía con la arquitectura romántica, y en la esquina de Gante y 16 de Septiembre, en donde por años estuvo el popular bar Paolo y después la tienda de ropa del mismo nombre, don Agustín Formoso, decano del centro, abrió ``La parrilla argentina Gante'', con las mejores carnes del barrio.