Es complicado dar gusto a un escritor. Yo sigo vacilando entre tener un estudio casi vacío, con una pequeña ventana con vista al mar, una mesa de madera, una silla de palo, paredes de ladrillo rojo, resguardado tras una puerta gruesa con traba, sin número ni nombre de calle, o el que tengo, éste, atiborrado de cosas, en el que prácticamente no quepo y en el que, lo que hay, responde a ser tan significativo que me abruma. Sueño con el otro.
A él siempre llegaría después de una caminata larga y difícil; tendría que subir una cuesta para alcanzarlo, ir de botas y con capa impermeable y resistente, pues sería de madrugada cuando querría encerrarme en él o habría tormenta; caminaría, por lo tanto, con mi cuaderno y mi lápiz guarecidos bajo el brazo y una linterna potente que me abriera el camino. Atravesaría un bosque de árboles de tronco grueso, altos, tupidos de ramas y hojas que olerían a hojas y ramas mojadas. Una vez dentro de aquel estudio, recordaría lo que significa para mí cada cosa que hay en éste, con lo que tendría para escribir durante muchos años libros diferentes, incitados por recuerdos diferentes.
Sueño con el otro, pero vivo en éste. En éste hace un rato me encontré un sobre sin rotular. En él, un trozo de papel con las siguientes cinco líneas escritas a mano: ``La ternura está/ en esa pareja de viejos,/ feos, gordos, pobres, sucios,/ que ves en el parque/ dándose un beso''. ¿Qué es? ¿Me gusta? Con él en las manos me dejo caer en un rincón rodeada de libros, archivos, fotografías, papeles, carpetas, tres alcatraces blancos, relojes, un cesto de papeles, lápices, un vitral, espejos, pipas, una flauta, un bordón, sillas, una mesa, dibujos, óleos, un collage de ojos, cajas con etiquetas, lámparas, atriles, cajoneros, pisapapeles, canastas. Mi ventana da a un recogido patio en el que hay macetas con plantas, una banca con macetas con plantas, un muro color naranja cuyo borde sostiene copas de plantas que están detrás; a un lado, una reja de hierro y bambú. Nada de lo cual veo desde aquí a menos de que me cerciore que no hay nadie, y que nadie va a pasar por allí.
Por ejemplo, cuando llueve. Cuando llueve, descorro las cortinas y, aunque no me asome a ver, recuerdo el patio y la reja y las hojas y el olor a mojado de las hojas y las flores. Desde el rincón en el que me he dejado caer leo las cinco líneas y las memorizo. También me pregunto si será un poema. Sé que me gustó. Creo que no le falta ni le sobre nada, pero no sé si es poema. Suena bien. Y me sugiere cosas. Las cinco líneas retratan a un hombre y una mujer que se abrazan contra un carrito de helados a la entrada de un parque, imagino. Son como las dos de la tarde. El hombre ha pasado los brazos por la espalda de la mujer, los desliza hacia abajo; sin lograr tocarse, sus manos descansan en la parte central e inferior de la espalda de ella; de pronto, muy levemente, con la presión del abrazo, él atrae a la mujer hacia sí apenas un instante. Se besan.
``La ternura está/ en esa pareja de viejos,/ feos, gordos, pobres, sucios,/ que ves en el parque/ dándose un beso''. Cuando, sin tropiezo alguno, son memorizables unas líneas, ¿significa que hacen un poema? ¿Si oyes música que las acompaña? Si te gustan, ¿son buenas? Lo sugestivo despierta sueños, soñados, vividos o soñables. Lo bueno de algo que te gusta, así sea poema o no sea nada más que cinco líneas, es que te desata. Repites en silencio lo que leíste; la música no se apaga en el recuerdo. Entonces te dejas ir, alucinas, no piensas. En esos casos, pensar estropea el placer. Oyes repicar las campanas alineadas a lo largo y debajo del manubrio del carrito de helados. Un doblar de campanas que suena inadvertidamente en el silencio de las dos de la tarde.
Imagino que el hombre diría a la mujer: ``Si no quieres caminar/ te llevo a lomo''. Dos frases inexistentes que se desprenden de las cinco líneas que memoricé. En ellas también hay algo, pero no se forman otras, por más que apoye el mentón en el hueco de la palma de la mano y el codo sobre la mesa. Llamar o atraer, propiciar. Las alucinaciones que parten de una impresión en los sentidos, ¿qué son, si no son alucinaciones? ¿A dónde te manda un beso, la lectura de un poema, un recuerdo? El poema no es sustancia, pero te provoca imágenes y sensaciones. Lo mismo sucede con un beso. Hay recuerdos alucinógenos; hay besos, hay poemas. Cuando un alucinado pinta, lo que pinta tiene más sentido que lo que escribe un poeta alucinado. Más que las palabras, las imágenes pueden carecer de sentido y, sin embargo, tener sentido.
Serían dos vidas, ya que una sola no puede darse en estudios contrastantes. La otra no existe ni cobra vida aunque tus sueños la propicien. En todo caso, es más aconsejable regresar al silencio para que tu lápiz corra, que seguir pretendiendo que te desenvuelves entre los hombres, sólo oyen lo que ellos mismos tienen qué decir. Les hablas del repiqueteo de cinco campanas de bronce y miran para el otro lado. Descorro las cortinas de la ventana. No me asomo, pero recuerdo lo que existe como si lo examinara con el fin de averiguar por qué está allí y qué es lo que quiere de mí.