Gɒnter Grass nació en la ciudad libre de Danzig, el 16 de octubre de 1927, bajo el signo de Libra. El zodiaco es una de sus predilecciones y a propósito de la Balanza ha comentado: ``somos estupendos mentirosos''. A los 16 años recibió el uniforme del Reich y a los 17 fue herido en el frente de batalla (el día del cumpleaños de Hitler, según le gusta precisar). Después de la guerra, Danzig se transformó en Gdansk, dejó de ser una ciudad independiente y Grass perdió para siempre el territorio de su infancia, donde se hablaba el dialecto cachuba y donde los tranvías llevaban al mar frío. En una mina de potasa, el joven Grass aprendió a esculpir lápidas y bustos. Aunque también le gustaba escribir poemas con gruesos lápices de carbón, su pasión era la escultura. En los años cincuenta vivió en París, en un sótano tan rigurosamente bohemio que le produjo un principio de tuberculosis; sus amigos, entre ellos el pintor mexicano Manuel Felguérez, conocían su destreza para transformar sentimientos en guisos; también admiraban sus dibujos y relieves. Luego de publicar un discreto libro de poemas, en 1956, Grass empezó a ausentarse de las reuniones y a pasar las horas ante una pila de hojas. En 1959 se produjo el mayor redoble de la prosa alemana de posguerra: Oscar Mazerath tocó El tambor de hojalata. El libro renovó el arte de la novela y recuperó el poderío de un idioma degradado por el nazismo. La primera traducción al español fue un prodigio hecho en México: Carlos Gerhard se ocupó del traslado de un idioma a otro y Joaquín Díez Canedo de la correción de estilo y la edición en Joaquín Mortiz. A los 32 años Gɒnter Grass ya era un artista plástico retirado y el escritor alemán más significativo de la segunda mitad del siglo. Enemigo del reposo, buscó nuevos estímulos en la política (Diario de un caracol narra la campaña de Willy Brandt, de quien fue asesor), el pasado irrecuperable (El gato y el ratón, Años de perro), las dolorosas visitas al dentista (Anestesia local), la Guerra de Treinta Años (Encuentro en Telgte), la inmigración turca en Berlín (Los alemanes desaparecen), el apocalipsis y la resistencia biológica (La ratesa), la caída del socialismo real (Malos presagios). Grass trabaja junto a un grabado de Goya, de la serie de los Caprichos; en los momentos de ``calma'', contempla los inquietantes trazos del pintor aragonés y no es casual que en los años ochenta, harto del tedio europeo, decidiera pasar su único año sabático en un arrabal de Calcuta. El arte suele encontrar caminos extraños para cumplir sus propósitos y la obra de Grass ha crecido como una inmensa escultura. El artista que abandonó el yeso, ha creado novelas con aspecto de materiales de construcción, dominadas por una mirada escultórica. Grass escribe historias que dan la vuelta: cada tema es recorrido por diversos puntos de vista, como un relieve que debe ser contado de frente, de espaldas, de perfil. Este acoso múltiple ha producido mecanismos como El rodaballo, donde un pez plano da lugar a una robusta sustancia literaria, hecha de leyendas, chismes, recetas, consejas y fabulaciones. Para festejar sus 70 años, Grass ha publicado otra novela monumental (Un campo extenso), un libro de poemas y dibujos, y artículos periodísticos que lo ratifican como un inconforme de tiempo completo. Entre los premios que ha recibido Grass se encuentra el de una asociación de gitanos. Ningún homenaje mejor para el novelista que ha llevado la patria que perdió en la guerra, que ser reconocido por la tribu de quienes no tienen casa.
Clásicos que borran
Los teatros del mundo derivan buena parte de sus entradas de la dulcería y la venta de souvenirs. Entre los productos que vende la Comédie-Franaise se encuentra uno que es una perfecta metáfora del rigor literario. Un pequeño estuche contiene tres gomas de borrar; cada goma tiene impresa la efigie de un dramaturgo: Racine, Corneille y Moliére sirven para borrar. Eliminar lo que no vale la pena es, sin duda, la mejor lección de los clásicos. Para ser congruentes con la economía que exige nuestra profesión, frotamos la goma de Racine sobre estas líneas y borramos la siguiente disquisición que era a todas luces innecesaria.
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(En la entrega anterior nos planteamos el problema de cómo Calixto establece el valor de Melibea, de la que está enamorado. Vimos que es condición que pueda compararla, pero que de hecho no compara. Vimos que el enamorado triangula su valoración, es decir, que lo que es valioso para él debe ser valioso para uno o más terceros. Y que aquí entra la vanidad como elemento de la pasión amorosa.) 3) Dificultad, la condición clásica: ¿en tanto más difícil es la obtención, más valioso es el objeto? Si esta fuera la única condición, querría decir que si el grado de dificultad de obtención es cero, la cosa no puede tener valor (no es que valga cero, sino que la noción de valor no se aplica a la cosa). Esto es intuitivamente cierto cuando se trata de objetos (claro que habría que examinar en detalle, pero no es el lugar). Pero aplicado a la Melibea de Calixto tiene poco sentido, puesto que ella no es objeto ni cosa que puedas poseer. A menos que se trate de una sensualidad inaugural o adolescente más parecida a la curiosidad que a la verdadera pasión carnal. Kierkegaard sostenía que la verdadera carnalidad sólo se da en la pareja estable, cuando todo elemento externo de dificultad, curiosidad o seducción ha quedado atrás. Esta sensualidad es menos melodramática que la inaugural o novelesca o hasta telenovelesca donde hay que acumular dificultades previas a la consumación del amor de la pareja en el lecho, pero es más real y sustantiva. Si Proust desea ir a Venecia y viaja a Venecia, ¿qué es lo que ya no tiene ? Sí, un deseo, el de ir a Venecia. ¿Puede doler la pérdida de un deseo? Hay deseos y deseos, hay deseos que duelen y estorban, y hay deseos que no duelen, sino alimentan y son el motor de nuestros actos, por ejemplo, el amor de Don Quijote a Dulcinea o el deseo de perfección nunca alcanzada por un artista. Es obvio que la insatisfacción es el hábitat del artista. No sólo el artista, todos vivimos de los deseos relativamente frustrados que se renuevan una y otra vez dentro de nosotros. Pero nos hemos apartado del asunto que tratábamos. ¿Cómo evalúa Calixto a Melibea? El problema es que no parece que haya ninguna acción ni razonamiento registrable por parte de Calixto, que él no compara ni triangula ni sopesa la dificultad ni nada. ¿Entonces qué? ¿Hemos de decir que es acto de magia? Volvamos a trasladar el problema a otro terreno. ¿Cómo sé el precio de las cosas? ¿Qué operación mental hago cuando quiero saber cuánto debe costar un manojo de zanahorias? Algo debo hacer, pero no sé qué. Curiosa situación: hago el cálculo con toda facilidad, sin embargo no sé cómo lo hago, y tan oculta y automática es mi operación que no sé siquiera si hago algo o no. Supongamos que quiero estudiar chino, busco un maestro, hablamos, el maestro es, como todo chino, muy cortés y me dice: ``fije usted mis honorarios''. ¿Cómo sé cuánto debo pagarle? Un dato del problema es que sé, más o menos, cuántoÊdebo palmar por hora, el problema es ¿cómo lo calculé? Aquí entran nuestros criterios: (Criterio 1) Comparo una clase de chino con una clase de inglés diciendo: si una clase de inglés vale tanto, una clase de chino (criterio 3) que es más rara (dificultad de obtención) debe costar un poco más, pero (criterio 2) como poca gente quiere estudiar este idioma (triangulo) tampoco debe costar mucho más. Así, a partir de la clase de inglés, cuyo precio es más fácil de imaginar, llego al precio de la clase de chino. ¿Es cierto esto?, ¿es verdad que razonamos así? En ese caso, ¿cómo establezco el precio de la clase de inglés? (Preguntar no resuelve nada, porque sólo traslada la pregunta a ¿cómo lo estableció la persona a la que interrogo?) ¿Qué consideraciones hago para determinar cuánto debe ganar por hora un maestro de inglés? ¿Por qué el análisis de un cálculo tan elemental tiene problemas? Con este traslado nos acercamos al personaje de Oscar Wilde, tan común en nuestros días, que sabía el precio de todo y el valor de nada. Pero no importa, el tema de la psicología del dinero es amplio y fascinante (al que le interese puede leer La filosofía del dinero de Georg Simmel, que es una maravilla). Ahora, ya que no resolví nada, quiero terminar formulando otro problema del tema al que derivamos: ¿por qué a tantos de nosotros nos da tanta vergüenza hablar de lo que creemos que nos deben pagar por algo? ¿Dónde podemos hallar una liga entre cosas apartadas, al parecer, como la vergüenza y el dinero? ¿Qué desvela o desnuda en nosotros decir cuánto aspiramos a ganar? Hasta aquí llegamos, quedémonos en paz, cavilando.
Marshall McLuhan escribió en Entendiendo los media : ``Después de tres mil años de explosión, por medio de tecnologías fragmentarias y mecánicas, el mundo occidental está implotando. Durante las eras mecánicas hemos extendido nuestros cuerpos en el espacio. Hoy, después de más de un siglo de tecnología eléctrica, hemos extendido nuestro mismo sistema nervioso en un abrazo global, aboliendo tanto espacio como tiempo en lo que respecta a nuestro planeta. Rápidamente nos acercamos a la fase final de la extensión del hombre, la simulación tecnológica de la conciencia, cuando el proceso creativo de saber será, colectiva y corporativamente, extendido a toda la sociedad humana, de manera semejante a como ya hemos extendido nuestros sentidos y nuestros nervios por varios medios.'' En su reciente libro, Internet y la revolución cibernética (Océano, 1997), Víctor Flores Olea (también se puede visitar su exposición de fotografía, Eros en el espacio virtual, en la estupenda galería virtual www.zonezero.com) y Rosa Elena Gaspar de Alba presentan una brillante introducción a la manifestación más sofisticada del abrazo al que se refería McLuhan: la red cibernética Internet.
Tiempo de profetas
Tal vez por culpa del fin de siglo, o por el renovado auge de la ciencia ficción (tanto en el cine como en la literatura), los estantes de las librerías se han plagado de textos de profetas tecnológicos (como Bill Gates, Nicholas Negroponte,ÊNeil Postman y Michael Dertouzos), quienes aseguran saber cómo serán las cosas por venir o conocer lo que nos depara la carretera del futuro. Flores Olea y Gaspar de Alba no hicieron un oráculo más, en cambio escribieron un ensayo muy completo y a la vez concreto de la historia y características de la red así como de las revoluciones que ha provocado y las culturas que florecen a su alrededor. No obstante, los autores se sitúan a cierta distancia del objeto de estudio, de esa manera tienen una visión panorámica del fenómeno, el cual analizan con cierta frialdad y suspicacia, pero sin perder de vista que se trata de una poderosa herramienta para asir el mundo. Internet y la revolución cibernética es un libro que más que ofrecer respuestas, plantea numerosas preguntas. De esa manera los autores invitan a la experimentación personal, que es la única manera de realmente descubrir la red. Una de las virtudes más grandes del texto es que, al mantener cierta distancia con las modas instantáneas y con la mirada de falaces fenómenos cibernéticos que se suceden vertiginosamente en la red y sus alrededores, los autores han podido hacer un libro sobre un tema en constante evolución que, a diferencia de tantos otros, no se volverá obsoleto antes de terminarlo de leer. Si bien en Internet y la revolución cibernética se reconocen las aportaciones tecnológicas, los autores nos advierten, citando a Franȱois Mitterand, acerca del peligro de que las leyes del dinero, aliadas a las innovaciones tecnológicas, terminen por destruir las identidades nacionales, uniformar las culturas del planeta, imponer la dictadura del capitalismo virtual y de esa manera llevar a cabo lo que no pudieron lograr ni los regímenes totalitarios más brutales. Pero Flores Olea y Gaspar de Alba no se hacen ilusiones respecto de las virtudes de los nacionalismos: ``El problema es que no pueden aceptarse el chovinismo y el estrecho nacionalismo como recursos para defender la personalidad cultural de los pueblos y sociedades...'' Basta ver los estragos recientes de los despertares nacionalistas hutus en Ruanda y serbios en Bosnia, para entender a qué se refieren. Entre los puntos discutibles del libro destaca la afirmación de que en la red tan sólo se pueden establecer relaciones ``impersonales y simplemente instrumentales''. Miles de usuarios habituales de los foros de chat, IRC, MUD y demás ciberespacios de encuentro, seguramente discreparán con esta afirmación. Asimismo, muchos científicos involucrados en el desarrollo de la inteligencia artificial emergente, estarían en desacuerdo con la idea de que la inteligencia de las máquinas es siempre predeterminada y no puede ser original. Estamos muy lejos del HAL de 2001 odisea del espacio pero se ha demostrado que es posible crear mentes artificiales capaces de evolucionar y de resolver problemas por medios absolutamente inexplicables.
Poetas y no profetas
En un tiempo de profetas Flores Olea y Gaspar de Alba prefieren confiar en los poetas, de quienes esperan ``las palabras que logren iluminar la noche de estos tiempos''. Al evocar la voz de los poetas, los autores se refieren a la voz de la cultura, la ética, el sentimiento, el conocimiento, la imaginación creadora, la necesidad de una verdadera comunicación y relaciones humanas, ``que es incapaz de proporcionar por sí misma la tecnología''. Por último, los autores de esta obra enfatizan que la red no debe ``ser una barrera cultural'', sino que debe concebirse como la implosión macluhaniana, es decir, como un vehículo para extender el proceso creativo a toda la sociedad.
Naief Yehya
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