La Jornada martes 19 de agosto de 1997

José Blanco
Negro poder

``Todo es más sencillo de lo que se puede pensar y a la vez más enrevesado de lo que se puede comprender.''
Goethe

El asesinato de un personaje con notoriedad y poder, siempre agrega a la condena la indignación, la desolación y el desasosiego, pues detrás de una muerte así se advierten, se adivinan, se sospechan manos criminales asociadas al poder: ¿poder político?, ¿poder económico vinculado a desavenencias, resentimientos, pugnas, enfrentamientos u odios de orden personal?, ¿narcopoder?, ¿poder de alguna otra clase de crimen organizado?

Como sea, se trata de un poder muy por encima de lo que puede el hombre común; poder desconocido en su magnitud y en su malignidad. Poder negro de las sombras, que no quiere dejar de serlo y se siente amenazado, o poder que quiere más; poder, como sea, corrompido e inhumano. Poder que parece saberse poder criminal para siempre impune.

Ahí está como una muestra más de nuestra desdichada vida pública, la violencia aborrecible arrojada contra el hermano del secretario de Hacienda que, por de pronto, da un nuevo impulso al revolver continuo de estas aguas nuestras turbulentas que no cesan de ser enrarecidas por manos que permanecen en la sombra.

Nuestra impotencia y desazón frente a eso desconocido, poseedor de alguna clase de poder capaz de matar, nos perturba hasta el ofuscamiento por la forma en que se nos pone de conocimiento: importa a la autoridad que creamos, a como dé lugar, que no fue un atentado sino producto de un móvil ``más aceptable'': el robo; todo resulta así grotesco, contraproducente y confuso: se mata a mansalva por robar y nadie roba nada, ni el Mercedez Benz, símbolo de poder económico si los hay, que conducía la víctima. Los ladrones no lo son, son asesinos. Seres que han perdido, si alguna vez lo poseyeron, todo rasgo de humanidad y que hoy confunden, según la policía, el robo con el asesinato.

La autoridad es absolutamente impotente --ésta es acaso la apreciación más generosa que puede hacerse--, para esclarecer cualquier asesinato político. Pero ahora, en el primer minuto la policía supo que fue robo ``en grado de tentativa'' y no atentado. Eso es lo que importa dejar sentado. ¿Cómo entender esto? Si hubiera sido atentado ¿qué?; ¿qué clase de confesión o de reconocimiento estaría haciendo la autoridad ante la sociedad si hubiera sido un atentado?, ¿es algo que la propia autoridad ``competente'' cree que se merece?, ¿es que la autoridad supone que la sociedad vería como apenas natural que la clase gobernante fuera víctima de atentados?, ¿cómo juzga la sociedad, según la autoridad, la forma como ésta misma gobierna?

De otra parte, ¿constataremos una vez más, como ya lo hemos hecho hasta extenuarnos, que muchas manos criminales amparadas en la sombra ahí continuarán medrando y horrorizándonos porque no podemos ni podremos organizar un gobierno capaz de protegernos, capaz de reprimir en definitiva el crimen, capaz también de eliminar sus causas eficientes?

El asesinato nace de la degradación humana, y ésta del poder antidemocrático sin control de la sociedad. Nace también de la degradación surgida de la ambición sin freno por la riqueza. Se origina, en el otro extremo, en la degradación humana producto del resentimiento y del odio que por necesidad genera la injusticia social.

No sabemos distribuir el poder, ni hay quien lo haga. No sabemos tampoco distribuir la riqueza y los bienes públicos que la sociedad produce, ni hay quien lo haga: el ``mercado'' no distribuye nada; sirve, con las instituciones sociales y políticas que contamos, para concentrarlo todo. No sabemos distribuir la educación y su potencialidad de crecimiento humano, ni hay quien lo haga. La inmensa mayor parte permanece ayuna de letras, de sensibilidad humana, de alta cultura y aun de alimentos básicos en una enorme proporción.

No sabemos cómo ocuparnos de la moral pública, ni sabemos sobre qué bases la moralidad puede crecer, ni qué diversidad moral puede servir para la convivencia de todos y ser aceptada por todos. Nadie de esto se ocupa. La palabra moral misma ha desaparecido hace tiempo del diccionario referido al acontecer público. Es una noción fuera del tiempo. Cuando lo que manda es el mercado, el dinero y el poder, sólo los intereses materiales cuentan. Y cuando ello ocurre, nadie se asombre de la corrupción, del latrocinio, de la inhumanidad creciente, aun del asesinato a mansalva.