La Jornada viernes 22 de agosto de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

Basta ojear la lista de embajadores mexicanos, actualizada al mes de julio, para encontrar nombres cuya principal fama no había sido la diplomática, y cuyo arribo a las legaciones no es atribuible a una carrera original en el ramo:

Juan José Bremer en Alemania, Eduardo Robledo en Argentina, Roberta Lajous en Austria, Claude Heller en Cuba, Rodolfo Echeverría en España, Jesús Silva-Herzog en Estados Unidos, Jorge Carpizo en Francia, Santiago Oñate en Gran Bretaña, Salvador Arriola en Guatemala, Mario Moya Palencia en Italia, Jesús Puente Leyva en Venezuela, Antonio Riva Palacio en Ecuador, José Ignacio Pichardo en los Países Bajos, José Newman Valenzuela en Polonia, Casio Luiselli en Sudáfrica y Guillermo Jiménez Morales en El Vaticano, por ejemplo.

Más los que se acumulen en estos días, comenzando con Carlos Almada, que se va a Portugal en el lugar que dejó Mariano Palacios.

De 73 embajadores, 27 no son de carrera

Un especialista en asuntos diplomáticos aseguró a esta columna que de los 73 embajadores mexicanos, 27 no son de carrera. Un análisis interno de la Secretaría de Relaciones Exteriores, totalmente verificado en cuanto a su autenticidad, arrojó los mismos resultados.

Sin embargo, en ambas fuentes se matizó la referencia a los embajadores que no provienen de la carrera diplomática: aun proviniendo de las esferas administrativas o políticas, algunos de esos personajes han mostrado en su ejercicio una gran calidad. Mencionaron en especial a Silva- Herzog y a Moya.

El problema sustancial no es, sin embargo, sólo el desplazamiento de quienes han hecho sostenida carrera en el servicio exterior mexicano, sino el hecho de que varios de los recién llegados, involucrados en una dinámica absolutamente presidencialista, y entendiendo sus destinos como premios o destierros, suelen actuar sin conocimiento pleno de los principios doctrinarios de la política exterior, y con tales descuidos que, finalmente, la imagen de México es lastimada.

Al asalto de los consulados

La Secretaría de Relaciones Exteriores emitió la semana pasada cinco nombramientos de embajadores, de los cuales sólo uno, el de Carlos Almada, no es de carrera, lo cual en cierto sentido parecería conllevar cierto mensaje de corrección porcentual en el uso partidista y grupal de los cargos de representación de México en el extranjero.

Pero, aparte del muy llamativo caso de los embajadores, hay otro rubro, igualmente importante, al que silenciosamente han invadido los apetitos políticos: los consulados.

Cargos tenidos por menores durante décadas pasadas, los consulados se convirtieron en perseguibles oportunidades de sobrevivencia para políticos provisionalmente sin alternativas.

En ese voltear de ojos hacia los consulados influyó mucho la reducción del aparato estatal mediante privatizaciones y ajustes: de pronto, los políticos ya no pudieron ser acomodados en las chambas de decoroso apaciguamiento que antes ofrecía la obesidad presupuestal.

La modernización económica, y la firma del Tratado de Libre Comercio, también influyeron en la revaloración de los consulados: en ese nuevo contexto, las plazas eran ambicionadas por jefes políticos deseosos de enviar a sus protegidos a ciertos lugares de interés para los proyectos económicos, políticos o ideológicos de ese grupo.

Las agendas de trabajo también fueron enriquecidas en los años recientes, de tal manera que el atractivo de los consulados fue mayor; además, no faltaron los políticos sin empleo relevante que pidieron, y consiguieron, un consulado en alguna ciudad de Estados Unidos, nada más para que los niños pudieran aprender inglés y para disfrutar el american way of life algunos cuantos años, mientras llegaban mejores tiempos políticos para regresar a México.

En el rubro de los consulados, el especialista consultado por Astillero, con 57 nombres a la vista, encontró 31 que no son de carrera diplomática; el estudio interno de la Secretaría de Relaciones Exteriores, con 63 nombres, consideró a 26 ajenos a la citada carrera.

Consulados al por mayor

México es el país con más consulados en el mundo, la mayoría de los cuales (41) están en ciudades de Estados Unidos.

Esta concentración consular en el vecino país se debe, entre otras cosas, a la necesidad de atender la creciente presencia de mexicanos --con documentos de ingreso legal o sin ellos--, a los mayores flujos de comercio y a asuntos propios de la nota roja periodística, como las extradiciones, el narcotráfico y las defraudaciones. Algunos diplomáticos de carrera dijeron a esta columna que en algunos consulados no se sabía realmente de qué lado estaban algunos funcionarios en esos asuntos de nota roja, si para ayudar a los presuntos infractores o para perseguirlos.

Pocos apellidos conocidos saltan en la relación de consulados: José Angel Pescador Osuna en la importantísima plaza de Los Angeles, Luis Ortiz Monasterio en Miami, Oscar Reyes Retana en Milán, Celso Delgado Ramírez en Montreal, Jorge Pinto Mazal en Nueva York, Leonardo French en Chicago, Armando Beteta Monsalve en Corpus Christi, Agustín García-López en Nueva Orleans, Carlos Barros Horcasitas en Denver, Luis Martínez Fernández en Sao Paulo, Hugo Abel Castro Bojórquez en Seattle y Javier López Moreno en Sevilla.

Fama diplomática decreciente

Los anteriores datos, referidos a embajadores y cónsules, permiten entender algunos de los elementos que han llevado al servicio exterior mexicano a un declive evidente. Los altos mandos de la diplomacia han sido entregados a operadores políticos más atentos a los resultados pragmáticos que a la defensa doctrinaria. El propio secretario, José Angel Gurría Treviño, era conocido como El angel de la dependencia en su anterior encargo administrativo, y ahora es un canciller mexicano que llama, con exclusividad arrodillada, americanos a los nacidos en Estados Unidos de América.

En ese uso inmediatista del antaño muy bien preservado --en términos generales, siempre con sus prietitos políticos en el arroz-- cuerpo diplomático mexicano, nuestro país ha ido sembrando la clara percepción de su corrimiento sistemático hacia los intereses estadunidenses y del abandono de los principios tradicionales que nos habían ganado fama y respeto a nivel mundial y, sobre todo, en el área latinoamericana.

Por otra parte, el narcoestado del que hablaba Agustín Ricoy, el funcionario de la Secretaría de Gobernación encargado de los programas de seguridad pública, ha llegado también a los estamentos de la diplomacia. Las agencias internacionales de lucha contra el narcotráfico han puesto bajo cuidadosa lupa a los agregados militares y policiacos de las embajadas y de algunos consulados. Hay quienes aseguran, además, que los nombramientos de algunos funcionarios obedecen a intereses ilegales poco encubiertos.

Puestas a revisión tantas cosas en el nuevo tiempo mexicano que se vive, la diplomacia mexicana también necesita correcciones. El Presidente de la República podría colaborar en esta tarea evitando que los afectos personales, partidistas o políticos, decidan a la hora de los nombramientos de embajadores y cónsules. El Senado de la República, por su parte, analizando de verdad, no como mero protocolo de circunstancia, los nombramientos y la capacidad real de los designados.